Más allá del campo de batalla, el conflicto ha servido como un laboratorio de aprendizaje que ha obligado a la alianza a replantear muchas de sus capacidades
Si algo podemos extraer de la situación de Ucrania son lecciones, una detrás de otra. Y la OTAN, como alianza política y militar, entiende que, basándose en la guerra en curso, debe redefinir muchas de sus estrategias futuras, informó el diario español La Razón.
Así lo admitió Tom Goffus, secretario general adjunto de la OTAN para Operaciones, en declaraciones recogidas por The War Zone, en el Simposio de Guerra Aérea de las Fuerzas Aéreas y Espaciales (AFA) en Aurora, Colorado.
A ciencia cierta, la invasión rusa del 2022 ha revelado debilidades en la respuesta internacional, no solo en cuanto a organismos pensados para el diálogo y la cooperación, como lo es las Naciones Unidas, sino también respecto a las amenazas híbridas y la necesidad de mejorar la capacidad de disuasión y la preparación militar de los países aliados.

La OTAN debe organizarse, valga la redundancia, en una acción colectiva aún más contundente y, sin duda, debe apostar por una mayor inversión tanto en recursos como en su capacidad de resolución.
La acción colectiva se basa en la conciencia compartida
La primera lección reconocida por Tom Goffus en su análisis sobre la OTAN es la necesidad de una conciencia compartida entre los aliados para una acción colectiva efectiva. Es decir, tanto en términos militares como estratégicos, que todas las naciones miembros tengan acceso a información clara, precisa y en tiempo real sobre el desarrollo de una crisis o conflicto. El conocimiento es el pilar de la toma de decisiones y más aún si estas deben tomarse de manera rápida, coordinada y respaldada por todos los actores involucrados.
Muchas de las fallas dentro de cualquier organización internacional o, en este caso alianza, recaen en la parálisis o la falta de consenso. Goffus ilustró esta idea con una comparación entre la respuesta de la OTAN en el 2014 y en el 2022.

En el 2014, los aliados no actuaron con decisión cuando Rusia se anexó Crimea debido a esa falta de entendimiento compartido, lo que pudo haber incentivado a Putin a avanzar en su agenda expansionista.
En el 2022, la situación fue diferente, según Goffus. Estados Unidos compartió inteligencia con sus aliados a través de satélites, intercepciones de comunicaciones y otras fuentes de inteligencia.
Sin embargo, en la actualidad, la OTAN parece haber dado marcha atrás con divisiones entre el bloque europeo y la administración de Donald Trump, lo que ha llevado incluso al fin de ese compartir de inteligencia.
La inacción puede ser provocativa
En sintonía con la primera lección, según Goffus, no es lo que se hace lo que provoca a líderes como Putin, sino lo que no se hace. En otras palabras, la falta de respuesta ante las amenaza o agresiones puede ser interpretadas como una señal de debilidad que invita a avanzar sin miedo a represalias.
“Algunas personas creen que si declaramos la paz, el apoyo y las repercusiones deben cesar. Esto no es verdad, porque como ha pasado en 2008 en Georgia, 2014 en Crimea y 2022, Putin volverá”, afirma Guffus.
Si bien la OTAN condenó la anexión de Crimea en 2014 e interpuso algunas sanciones económicas, la comunidad internacional no otorgó consecuencias severas ni actúo con una respuesta militar contundente.

En este contexto, Goffus advierte que, a futuro, la OTAN debe abandonar la mentalidad de que su apoyo a Ucrania podría ser interpretado como una provocación y, en su lugar, centrarse en asegurar que cualquier agresión adicional por parte de Rusia tenga un costo insostenible.
Putin es un oportunista, no un estratega
La tercera lección habla del carácter de Putin como líder. Goffus describió a Putin como un oportunista que avanza cuando no encuentra resistencia. El mejor ejemplo de esta dinámica es la anexión de Crimea en 2014. En aquel entonces, Rusia aprovechó el vacío de poder en Ucrania tras la caída del presidente Víktor Yanukóvich y lanzó una operación relámpago para tomar la península.
Como se mencionó antes, al no haber una respuesta militar y que las sanciones económicas fueron limitadas, Putin entendió que podía usar la fuerza para cambiar las fronteras sin un costo real. Además, la retirada de Estados Unidos de Afganistán en 2021 y la falta de unidad en la OTAN en años anteriores pudieron haber reforzado su creencia de que Occidente estaba debilitado y dividido, y, por ende, era su momento de actuar.
Estamos en una confrontación estratégica continua
La confrontación con Rusia es estratégica y continua, similar a la dinámica observada por aliados en el Indo-Pacífico con China. En otras palabras, el mundo ya no sigue el patrón tradicional de paz, crisis y conflicto como etapas separadas. En su lugar, hemos vuelto a otra especie de Guerra Fría, donde la rivalidad entre potencias como la OTAN y Rusia no tiene pausas definidas. De hecho, Putin ya ha utilizado pequeñas crisis y conflictos durante períodos de paz para avanzar en sus objetivos estratégicos.

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, resumió esta idea con una frase contundente: “No estamos en guerra, pero ciertamente tampoco estamos en paz”. Rusia ha perfeccionado el arte de la guerra híbrida, combinando operaciones militares, ataques cibernéticos, manipulación informativa, además, ha mantenido su influencia en los Balcanes, donde apoya a grupos nacionalistas en Serbia y Bosnia-Herzegovina y otros países como Moldavia, respaldando a la región separatista de Transnistria como carta de presión.
Necesidad de invertir en la base industrial de defensa
Finalmente y, como era de esperarse, una de las conclusiones más preocupantes que Tom Goffus expuso en su análisis es que la base industrial de defensa de la OTAN no está preparada para responder a un conflicto prolongado. Desde la caída de la Unión Soviética, la alianza ha reducido su capacidad de producción de armamento y municiones, confiando en que no sería necesario mantener una industria de defensa a gran escala.
La OTAN cuenta con 32 países miembros y una economía combinada mucho mayor que la de Rusia, y aún así, Moscú ha logrado superar a la alianza en la producción de ciertas municiones clave. Según los datos proporcionados por Goffus, Rusia es capaz de fabricar en tres meses la cantidad de municiones críticas que los aliados de la OTAN tardan un año en producir.
Ahí hay una desventaja estratégica importante, ya que la invasión a Ucrania se ha convertido en una guerra de desgaste, donde la capacidad de reponer suministros es decisiva para el éxito en el campo de batalla