Entre halagos a Trump y advertencias a Seúl, el mandatario norcoreano consolida su doctrina nuclear “irrevocable”
El líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un, ha tendido un puente precario hacia la administración Trump, pero con una condición tajante: que Estados Unidos desista de su presión por desmantelar su arsenal atómico, informó el diario La Razón.
En una alocución ante la Asamblea Popular Suprema, el dictador ha desgranado una oferta que mezcla nostalgia diplomática con advertencias, recordando que las sanciones solo han forjado un Estado más adaptable.
“Si Washington deja atrás su fijación irracional por la desnuclearización y acepta los hechos consumados para una convivencia serena, no hay obstáculo para vernos cara a cara”, proclamó, según la agencia estatal KCNA, en un tono que destila sarcasmo y determinación.

Esa declaración, pronunciada durante el fin de semana, llega en un contexto de ebullición regional. Apenas unos días antes, Kim inspeccionaba un ambicioso plan agrícola en Sinuiju, a orillas del río Yalu que separa al hermético reino de China, su principal valedor.
Un guiño a la autosuficiencia que contrasta con las hambrunas pasadas. Pero el verdadero pulso late en el ámbito geopolítico: Pyongyang ha realizado medio centenar de lanzamientos balísticos desde finales del 2022, surcando cielos japoneses y desafiando la alianza de estos con Washington.
Kim no escatimó en halagos al inquilino de la Casa Blanca, de regreso al poder desde enero. “Atesoro vividos recuerdos del actual mandatario norteamericano, Donald Trump”, confesó el norcoreano, aludiendo a las tres cumbres que marcaron el primer mandato republicano: la histórica cita de
Singapur en junio de 2018, donde ambos se estrecharon la mano en un gesto fotográfico el pulso en Hanói, febrero de 2019, que colapsó por desacuerdos sobre alivio de castigos a cambio de desarme; y el efímero cruce de la Zona Desmilitarizada en junio de ese año, un hito simbólico que pintó a Kim como un negociador global.
Esas charlas, que Trump tildó de “éxito rotundo” pese a su esterilidad, dejaron en el aire promesas de paz duradera.
Hoy, Pyongyang las rescata para tantear un deshielo selectivo. El magnate neoyorquino, que ha calificado al norcoreano de “tipazo astuto”, ha insinuado disposición a retomar hilos desde su investidura. En entrevistas recientes, Trump ha evocado “buena química” con Kim, sugiriendo que una nueva ronda podría desbloquear la península. Sin embargo, el órdago norcoreano impone un giro radical: la desnuclearización, pilar de la doctrina estadounidense desde los Acuerdos de Seúl de 1994, queda relegada a un “capricho vano”.
Lejos de doblegarse, Kim celebró las restricciones globales como un bálsamo inesperado. “Esas trabas no han mermado nuestra voluntad; al revés, han curtido una tenacidad inquebrantable, un vigor que resiste cualquier asedio”, fanfarroneó, según KCNA.
La economía norcoreana, asfixiada por embargos que prohíben exportaciones de carbón, textiles y mariscos, ha virado hacia la opacidad: ciberataques que drenan criptomonedas, redes de contrabando con buques fantasmas y alianzas crecientes con Moscú.
Si el tono con Trump roza la complicidad, hacia Seúl es de desdén absoluto. “No hay pretexto para compartir mesa con la República de Corea”, dijo Kim, refiriéndose al gobierno de Lee Jae-myung, el progresista que asumió en el 2024 tras derrocar al halcón Yoon Suk-yeol. Bajo este último, las relaciones se hundieron en el abismo: Pyongyang detonó túneles de conexión ferroviaria y vial, símbolos de distensiones pretéritas, y proclamó la reunificación como “quimera muerta”.
El timing es exquisito. Trump planea pisar Seúl en octubre, en el marco de la cumbre APEC, un escenario idóneo para un guiño a Kim. Aceptar charlas en igualdad de condiciones consagraría a Pyongyang como potencia atómica de pleno derecho -un anatema para el establishment militar yanqui-, pero podría regalar al republicano un trofeo ante sus partidarios, ávidos de éxitos foráneos.
