Casi medio siglo después del conflicto con Marruecos, los campos minados siguen cobrando vidas y mutilando a los saharauis
El refugiado saharaui Aziz Haidar perdió las dos piernas y el brazo derecho en 1979, tras la explosión de una mina en el Sahara, una de las regiones más contaminadas del mundo por estos artefactos. En aquel entonces nadie sabía que el suelo ocultaba miles de explosivos, sembrados tras la ocupación marroquí iniciada en 1975, informó la agencia EFE.
“Quizá somos la única población en el mundo donde hay más minas que personas”, afirma Gaici Nah Bachir, jefe de operaciones de la oficina relativa a minas del Frente Polisario, quien estima en 10 millones los artefactos que rodean los 2,700 kilómetros de muro levantado por Marruecos, que divide el territorio y separa a familias desde hace décadas.
El Servicio de Acción Contra Minas de Naciones Unidas (UNMAS) confirmó recientemente la existencia de nuevos campos minados en Bir Lahlu y zonas contaminadas por municiones de racimo en Miyek, dentro del 20% del territorio controlado por el separatista Frente Polisario. Los explosivos datan de entre 1975 y 1991, año del alto al fuego.

En los campamentos de Tinduf, en el desierto argelino, los heridos reciben atención limitada. Los casos más graves son trasladados a hospitales en Argel, pero muchos quedan atrapados en jaimas, inmovilizados por la falta de caminos pavimentados y medios de transporte.
La guerrilla del Polisario inició en el 2006 tareas de desminado con apoyo de ONG internacionales, pero la ruptura del alto el fuego en el 2020 paralizó las operaciones.
Con el regreso del conflicto y el uso de drones marroquíes, la región oriental del Sahara se ha despoblado, aumentando la población de refugiados en Argelia.
Mientras tanto, los saharauis siguen viviendo -y muriendo- entre minas, polvo y promesas incumplidas. Como dice Haidar, en este desierto no solo se entierra gente, también se entierran las esperanzas.
