Es complicado ser Greta. Pequeña, tímida y sobreviviente de una depresión paralizante, Greta Thunberg, la joven sueca de 16 años que falta a la escuela para recordar al mundo que hay que atender el problema del cambio climático, atrajo a una procesión de seguidores un viernes de febrero en una plaza congelada de Estocolmo.
Seis estudiantes suizos habían viajado veintiséis horas en tren en busca de que apoyara su solicitud de una ley suiza de emisiones de carbono más estricta. Un científico italiano le dijo que le recordaba a él cuando era un joven activista. Un equipo de televisión revoloteaba a su alrededor. Mujeres de un grupo antitabaco llegaron para darle una camiseta.
Greta asentía con la cabeza, decía “Gracias” en voz baja y posaba para las fotos. No charlaba casualmente con nadie.
Toda esta atención es fabulosa, dijo cuando nadie podía oírla. Significa que “la gente está escuchando”. Pero luego un destello punzante dejó ver su enojo.
“A veces es molesto cuando la gente dice: ‘Oigan, chicos, ustedes los jóvenes son la esperanza. Ustedes salvarán al mundo’”, comentó, después de que varios adultos le acababan de decir justo eso. “Me parece que sería útil si pudieran ayudar aunque sea un poco”.
Esto es típico de Greta: es irónica, directa y a veces sarcástica. Todo lo opuesto de tierna.
Cuando la oficina de la primera ministra Theresa May dijo que las protestas escolares en Gran Bretaña eran una distracción que “desperdicia tiempo de estudio”, Greta respondió en Twitter: “Y aun así son los líderes políticos quienes han gastado treinta años de inacción. Y eso es un poco peor”.
Como a una Casandra en la era del cambio climático, su acto solitario de desobediencia civil —este era el vigésimo quinto viernes que faltaba a la escuela para protestar en el Parlamento— la ha convertido en, digamos, un producto mundial. Ha inspirado numerosas manifestaciones de niños en otras partes, ha iniciado un debate sobre si los niños deben faltar a la escuela a favor de la acción contra el cambio climático y ha incitado a troles, odiadores y escépticos que se preguntan quién obtiene ganancias gracias a Greta.
Los últimos seis meses han sido, en sus palabras, “un extraño contraste”; se ha visto obligada a hablar, y mucho, algo a lo cual no está acostumbrada.
“Toda mi vida había sido invisible, la niña invisible al fondo que no dice nada”, explicó. “De un día para otro, la gente me escucha. Es un contraste extraño. Es difícil”.
Al mediodía, cuando el cielo se volvía gris, su padre, Svante, le llevó algo de comer. Garbanzos y arroz, mismos que comió de pie, sola entre la multitud, en diminutas cucharadas, como un pajarito, antes de recibir a una parvada de niños de tercer grado en trajes de nieve. Para el final de la tarde, tras siete horas completas de estar de pie en el frío, estaba exhausta. Todo lo que quería hacer, dijo, era ir a casa y acostarse en el sillón con sus perros.
Greta Thunberg es una activista improbable, pero no del todo accidental.
Es la mayor de dos hijas y creció en Estocolmo. Estudió piano, ballet y teatro. Es buena estudiante. Como muchos niños, veía documentales sobre el deshielo del Ártico y el futuro de los osos polares y sobre los mamíferos marinos repletos de plástico. No obstante, a diferencia de otros niños, no pudo olvidar el tema. “Me afectó sobremanera. Comencé a pensar en eso todo el tiempo y me puse muy triste”, comentó. “Esas imágenes se quedaron grabadas en mi mente”.
La adolescencia trajo consigo presiones sociales. No le gustaban las cosas que parecían atraer a los demás: celulares, ropa. Nada le interesaba, recordó su padre. “Creo que estaba muy aislada y era muy solitaria”, mencionó Svante Thunberg.
A los 11 años, Greta había caído en una profunda depresión. Dejó de ir a la escuela. Ya no comía. Dejó de crecer. Solo hablaba con sus familiares y, en la escuela, con una maestra, Anita von Berens.
“Antes, mi mundo interno era muy grande”, recordó. “Estaba totalmente sola”.
¿Y el mundo solitario sigue ahí?
“Sí”, respondió de inmediato. “Pero se está haciendo más pequeño, mientras que el mundo real se hace más grande”.
“Ahora me siento más feliz”, añadió. “Tengo un propósito. Tengo algo que hacer”.
A Greta le tomó varios meses salir de esa etapa difícil; lo que la hizo sentirse mejor fue que la escucharan, empezando por sus padres. Los animó a dejar de comer carne. Luego a volverse veganos, lo cual hicieron también, salvo que, según Greta, su madre, Malena Ernman, sigue comiendo queso a escondidas. “Por la noche, para que yo no lo vea”, comentó la adolescente.
Su victoria más importante llegó cuando, en 2016, convenció a su madre de dejar de volar, lo cual era algo importante debido a que Ernman es una reconocida cantante de ópera en Suecia, cuya carrera depende de viajar extensamente. La oleada de atención por la decisión de no volar no se hizo esperar y, con el tiempo, dio lugar a un libro que Ernman y Svante Thunberg escribieron sobre cómo su hija los había cambiado.
“Me sentí muy bien de ser escuchada”, manifestó Greta.
El viernes 20 de agosto, más o menos cuando el libro de sus padres salió a la venta, se sentó frente al parlamento sueco. De inmediato se corrió la voz. Pronto le llegó una invitación a la conferencia sobre el clima de la ONU y otra para el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, donde dijo ante una habitación repleta de líderes empresariales que su éxito financiero había “llegado con un precio inconcebible” para el planeta.
Greta, por su parte, le ha dicho a su madre que no quiere que la acompañe en las protestas. Dice que no quiere que nadie piense que es su madre quien la ha convencido de protestar. (A través de su esposo, Ernman rechazó una entrevista).
Ser la hija de Ernman preparó a Greta para este papel. “Es una de las ventajas de tener una madre famosa”, dijo. “Estoy muy familiarizada con los medios y cómo funcionan”.
En ocasiones, haberse convertido en figura pública ha traído consigo atención desmedida. Un sándwich con una envoltura de plástico en una de las fotografías del tren suscitó críticas. Un político alemán, Paul Ziemiak, la desafió en Twitter hace poco y publicó el emoji poco halagador de un chimpancé que se cubre el rostro con las manos; fue ampliamente criticado por molestar a una niña.
Además, una investigación hecha por el periódico Svenska Dagbladet reveló que el nombre y una fotografía de Greta se habían usado para recaudar dinero para una empresa emergente (Svante Thunberg comentó que no se había informado a la familia; el fundador de la empresa emergente, Ingmar Rentzhog, no respondió a la petición por correo electrónico para que comentara al respecto).
Lo anterior motivó a Greta a escribir una larga publicación en Facebook, en la que declaró que actuaba de manera independiente y que ni ella ni su familia aceptaban dinero.
Actualmente, estudia el último semestre del noveno grado; está considerando tomarse un año sabático para dedicarse al activismo de tiempo completo.
Cuando se le preguntó si iría a Nueva York en septiembre para la cumbre sobre el clima de las Naciones Unidas si la invitan, Greta comentó que no volaría. No obstante, podría llegar en barco. Y descubrió que viajar en un buque de contenedores dejaría la menor huella de carbono posible.
Melissa Eddy colaboró con este reportaje desde Berlín y Christina Anderson, desde Estocolmo.