En noviembre de 2017, el comediante Nacho Redondo contó un chiste en una universidad sobre los juegos paralímpicos que molestó a algunos miembros del público y generó controversia en línea, lo que rápidamente usó para promover sus siguientes presentaciones. Podría sonar como una historia común, incluso mundana.
No obstante, en Venezuela, en donde Redondo, de 32 años, ganó seguidores por su humor negro y arrogante, el precio por un chiste que ofende puede ser mucho más alto que indignación en línea o un boicot. Después de que los políticos lo criticaron duramente en la televisión del Estado, Redondo recibió amenazas de muerte por internet y el gobierno lo demandó. Él abandonó el país el día que la demanda fue presentada y no ha regresado. “Estaba aterrorizado y después sufría paranoia y temía por mi vida”, Redondo dijo a través de Skype desde Ciudad de México, donde vive ahora, y agregó que no quería dejar a su madre de edad avanzada y a otros miembros de su familia, pero sintió que no tenía otra opción. “Te encarcelan allá por tus tuits”.
Los comediantes estadounidenses a menudo se quejan del escalofriante efecto de la corrección política y la turba en las redes sociales. O acerca del daño hecho cuando el gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, dirige sus ataques a la comediante Kathy Griffin o al programa Saturday Night Live. Sin embargo, en una era de autoritarismo al alza en todo el mundo, las amenazas a comediantes en países sin una tradición de libertad de expresión puede ser mucho más grave.
En la fascinante serie Larry Charles’ Dangerous World of Comedy, que se estrenó en febrero, Charles, quien dirigió Borat, visitó a comediantes en algunos de los países más represores del mundo, incluidos Somalia e Irak. “Hay comediantes que han sido asesinados a plena luz del día en ambos países”, dijo Charles por teléfono. Posteriormente, en referencia a Ahmed Albasheer, agregó: “El Jon Stewart de Irak, a quien incluyo en mi programa, ya no puede hacer su programa porque sería asesinado”. Un comediante saudita ha sido encarcelado desde que habló con Charles.
Con plataformas como Netflix que expanden su presencia alrededor del mundo, las políticas de regímenes que fijan medidas estrictas a la comedia no son ni remotamente lo duras que eran. Cuando Hasan Minhaj criticó al régimen saudita en su programa Patriot Act, ese gobierno solicitó a Netflix retirar el episodio en este país. El servicio de emisión en continuo aceptó y dijo que necesita “cumplir con la ley local”.
En Venezuela, un país en crisis económica y política, que trabaja a pesar de apagones nacionales y sanciones económicas graves, el presidente Nicolás Maduro ha dirigido agresivos ataques a la comedia durante años. Al utilizar la misma ley poco precisa que empleó para demandar a Redondo, el gobierno arrestó a dos bomberos por publicar en línea un video en el que se burlaban de Maduro.
Mayda Hocevar, la directora del Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad de los Andes, dijo que muchos comediantes han sido obligados a salir del país debido a que el gobierno, como ella lo explicó en un correo electrónico, “ha estado criminalizando la sátira”.
El exilio más significativo de un comediante podría ser el de Luis Chataing, que era el popular (4,7 millones de seguidores en Twitter) presentador de un programa similar al Daily Show. El programa fue retirado del aire en 2014, apenas el día después de que se burló del gobierno. Chataing dijo que el gobierno presionó a la televisora al amenazar a otras compañías de las que es propietaria. Maduro negó cualquier involucramiento, pero cuando Chataing, que ahora vive en Miami y transmite por internet, comenzó una gira con su espectáculo, ayudó a radicalizar un gran segmento del ambiente de los monólogos de comedia que es bastante joven.
“Antes de 2014, los comediantes en Venezuela se mantenían alejados del contenido político porque no querían alienar a su base de seguidores”, dijo Emiliana Duarte, una escritora y editora del sitio Caracas Chronicles. “Pero cuando Maduro tomó medidas drásticas contra la disidencia, la comedia se volvió de mayor confrontación”.
Redondo dijo que la comedia en Venezuela se ha convertido en una rebelión. “En la radiodifusora en la que trabajaba, tuvimos una reunión donde se dijo que no se podía usar el nombre de Maduro. Así que los comediantes hicieron lo opuesto en el escenario”, dijo. “Ese era el único lugar donde nadie podía regularte”.
Redondo, quien creció como fanático de los especiales de HBO de Chris Rock y Katt Williams, ha utilizado la demanda contra él para promover una nueva gira por Estados Unidos este año en la que se referirá a la controversia sobre su chiste de los paralímpicos. El título de su espectáculo es “Discapacitado”.
Él es un defensor dudoso de la comedia como herramienta para la disidencia; su material normalmente evita la política y arroja luz sobre asuntos oscuros como el cáncer. Redondo dijo que se convirtió en un blanco cuando empezó a comentar sobre las protestas y el gobierno en la radio y en línea. Para él, la demanda fue simplemente un pretexto. “No se preocupan por la gente discapacitada”, dijo, y agregó en un correo electrónico: “La molestia por el ‘chiste de discapacitado’ fue la fachada perfecta para esconder el que fui blanco solo por influir en los jóvenes”.
Duarte, la escritora y editora de Caracas Chronicles, dijo que Redondo estaba muy lejos de ser un portador reconocido de la libertad de expresión, solamente estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. “Su chiste ocurrió exactamente en un momento tenso y provocativo, pues más de 130 personas murieron durante las protestas”, dijo. “Lo convirtieron en un ejemplo”. El mensaje era, dijo ella, vean lo que le estamos haciendo y manténganse en silencio o esto podría pasarles también a ustedes.
De hecho, Redondo pensó que la controversia por el chiste —un relato largo en el que él imagina una carrera de 100 metros entre personas con diferentes discapacidades incluido un hombre con una pierna, un hombre sin extremidades y un comunista— se olvidaría rápidamente. Pero posteriormente fue atacado en el programa de televisión de Diosdado Cabello, el político ampliamente visto como la segunda persona más poderosa de Venezuela.
“Si Cabello te menciona en el programa, es una señal: vayan tras él. Si él pronuncia tu nombre, tienes que irte, básicamente”, dijo Redondo.
Charles dice que comenzó su serie con la pregunta de si la comedia podría sobrevivir gobiernos como ese en Venezuela. Se convenció de la resiliencia definitiva de esta forma de arte. “La risa es tan importante como respirar, comer y dormir”, dijo. “La comedia sobrevivirá si la humanidad sobrevive”.
No hay mejor ejemplo que un espectáculo semanal en un bar de Caracas que ha sido cancelado en dos ocasiones debido a los apagones que han paralizado al país. La falta de electricidad no detuvo a los comediantes para montar un espectáculo de monólogos el 30 de marzo, aunque uno se hizo sin luz. Se llamó “No nos vamos a rendir”.
Iluminados por los celulares de la multitud, el comediante estelar Gabo Ruiz subió al escenario con un micrófono e hizo la broma de que la ideología del Estado lo había derrotado porque le estaba hablando a un micrófono como si estuviera funcionando, dijo, y obtuvo grandes carcajadas.
Al hablar con él por teléfono la semana pasada, Ruiz recordó: “Cada chiste funcionó porque las personas querían reírse”. Agregó: “Necesitaban reír. Están sufriendo y solo quieren volver a la normalidad y yo también. La gente lo llamó un espectáculo de resistencia, pero yo solo quiero contar chistes”.