Los colombianos somos hijos de dos mitos: la lealtad a la familia y el querer ser de Miami. Y nuestro presidente Iván Duque los expresa muy bien. Obediencia debida a su inflexible padre Álvaro Uribe, simpatía juguetona con su chistoso tío Donald Trump.
Colombia — En toda familia siempre hay un hijo sonso, pero con suerte. Y en la familia colombiana ese es nuestro presidente Duque. Un hombre sin atributos con buena suerte (o mala, tal vez) que llegó a ser presidente y se ha convertido en la oda a la nada. Tanto que no da ni para reportajes periodísticos, lo máximo que logra es ser motivo de memes. Y como todo hijo bueno, Duque vive de querer parecerse al padre Uribe e intentar ser díscolo como el tío Trump.
Habla con sonsonete paisa y cascarrabias del papá; se viste con poncho y sombrero como el papá; como el papá va a los pueblos a abrazar pobres y como él pelea contra el castrochavismo; igual que al papá le gusta la guerra y no la paz.
Pero no le da. Bueno sí, da memes. Y es que Duque aún no se ubica como presidente, no sabe mandar: es un buen muchacho hecho para obedecer pero no para tomar decisiones; bueno para sacar la guitarra y amenizar veladas de amigos y para discutir de políticas culturales con cantantes de reguetón y vallenato como Maluma, Silvestre Dangond y J Balvin. Pero hasta ahí. Tal vez, por eso, su vicepresidenta llama a su papá Uribe “el presidente”, y los indígenas en protesta pública exigen que venga el presidente real, o sea Uribe.
Por quererse parecer al papá, también quiere usar a Venezuela y Maduro como el enemigo público, el que no deja que en Colombia haya paz o medio ambiente o progreso o modernidad. Y ahí se juntaron el hambre con las ganas de comer, decimos por aquí. El humorista más leído de Colombia, Daniel Samper Ospina, afirma que Duque es el subpresidente y que pareciera que gobernara para Venezuela. Por eso pidió al presidente encargado de ese país, Juan Guaidó, que salve el proceso de paz de Colombia.
En esta historieta apareció el tío Trump y nos recordó otro orgullo nacional: toda familia colombiana que se respete tiene su sueño americano, mejor mayamero, tanto que a Barranquilla, la ciudad colombiana más cerca de Estados Unidos, la llaman [Barran]kiyami.
El asunto es que el presidente colombiano quiere cumplirles al papá y al tío y no lo logra. Sale siempre regañado y mal parado porque se ha convertido en un meme de sí mismo, actuando cuando hay farándula y obedeciendo en lo político.
A los primeros cien días de gobierno ya tenía la popularidad más baja de la historia desde que se guarda registro: solo 27.2 por ciento de los votantes aprobaban su desempeño. Luego le hizo caso a papá Uribe y tío Trump y se peleó con Maduro; subió a 42 por ciento. Ahora que lo regañan papá y tío, vuelve a caer a un 30 por ciento. La paradoja es que cuando hace caso a sus parientes tutelares le va bien, y cuando se va por su bonhomía de derecha, todo se descarrila. Lo que natura non dat, Uribe o Trump non praestat.
Lo cierto es que el presidente Duque para matar dos pájaros de un tiro se fue a hacer un concierto pop para derrocar a Nicolás Maduro a punta de malumas, bosés, vives y demás progresistas de la canción moderna. Así, su papá Uribe y su tío Trump estarían felices. Pero tumbar a un inepto como Maduro necesita más que un concierto de estrellas. Y otra vez Duque quedó como el tonto que por obedecer hace el ridículo público.
Para colmo, en solo una semana el papá Uribe lo regañó por no masacrar indios y acordar con ellos y su tío Trump lo regañó porque no ha hecho nada para ayudar a Estados Unidos a consumir menos drogas. Cada vez que estos caudillos necesitan exhibir su tutela sobre el mandatario, lo reprenden.
En Colombia, por ahora, lo que la paz de Juan Manuel Santos había logrado, la guerra de papá Uribe lo va destruyendo. Para remate, el tío Trump viene a decir que ya no somos un destino seguro para viajar y desde el 9 de abril, el Departamento de Estado estadounidense clasifica al país en riesgo K, de alto riesgo de secuestro. Duque vuelve a salir regañado.
Cuando Duque quiere agradar a la familia y a Estados Unidos ya uno sabe qué pasa. La lealtad a papá Urbe es el máximo valor de Duque y la familia, así regañe y pegue, lo quiere a uno mientras uno le sea leal. Aunque Duque anda en el desamor con Trump, parece que lo admira tanto que aguanta sus maltratos. Pero no debe olvidar que con Estados Unidos nunca se sabe. Nos adulan, nos usan y luego nos abandonan. Mientras tanto los colombianos seguimos esperando que Duque sea algo propio: el presidente que el país necesita.
Omar Rincón es ensayista y profesor de Comunicación y Periodismo. Hace crítica de televisión en el diario El Tiempo.