Durante meses, los empleados del Comité Internacional de la Cruz Roja han realizado visitas semanales a un campamento de detención en el norte de Siria y llevan consigo la fotografía de una mujer de sesenta y tantos años.
Les muestran la imagen a los funcionarios de los campamentos y la comparan con fotos de decenas de miles de personas que se encuentran en la base de datos del campamento. Todas escaparon del último tramo territorial del Estado Islámico, que cayó en manos de las fuerzas respaldadas por Estados Unidos el mes pasado.
La mujer de la fotografía es Louisa Akavi, de 62 años, una enfermera y partera de Nueva Zelanda que fue secuestrada a finales de 2013 en la ciudad de Idlib, al noroeste de Siria. Es uno de los últimos eslabones de un grupo de por lo menos veintitrés rehenes occidentales que tenía el Estado Islámico, la mayoría de los cuales fueron liberados a cambio de un rescate, mientras que los demás fueron asesinados en decapitaciones que tuvieron una gran divulgación.
Durante más de cinco años, su empleador y su gobierno impusieron un bloqueo mediático especialmente estricto y advirtieron que cualquier mención no solo de su identidad, sino incluso de su nacionalidad, podría ponerla en peligro. Pero ahora que el califato del Estado Islámico ha colapsado, el grupo de ayuda ha roto el silencio con la esperanza de que la sociedad pueda ayudar a encontrarla, así como a dos conductores de la Cruz Roja, ambos sirios, que fueron secuestrados junto con Akavi.
“Desde el momento en que Louisa y los otros dos hombres fueron secuestrados, todas las decisiones que tomamos se basaron en maximizar las probabilidades de garantizar su libertad”, dijo Yves Daccord, director general de la organización humanitaria, en su primera entrevista acerca de sus colegas desaparecidos. “Ahora que el Estado Islámico había perdido el último tramo de su territorio, sentimos que era hora de alzar la voz”.
El grupo de ayuda y el gobierno de Nueva Zelanda tienen motivos para creer que está viva. Hace tan solo unos meses, en diciembre, por lo menos dos personas dijeron haberla visto en una clínica en Sousa, una de las últimas aldeas que estuvo bajo el poder del Estado Islámico, dijeron dos representantes de la Cruz Roja.