Dos días después de que las fuerzas de seguridad de Sudán reprimieran con violencia a los manifestantes a favor de la democracia en la capital, una organización de médicos que ha ayudado a organizar a las protestas reportó que más de cien personas habían sido asesinadas y otros cientos resultaron heridas.
El grupo de médicos dijo que la tarde del miércoles, después del ataque, se habían rescatado cuarenta cadáveres del río Nilo, aparentemente, por grupos paramilitares. El miércoles, los médicos dijeron que 101 personas fueron asesinadas —incluidas aquellas cuyos cuerpos se rescataron del río— y 326 estaban heridas.
De confirmarse, sería el ataque más mortífero llevado a cabo por las fuerzas de seguridad contra los manifestantes desde abril, cuando el dictador que gobernó Sudán por treinta años fue depuesto. Después del operativo, los residentes reportaron violaciones y robos a manos de fuerzas paramilitares y dijeron que las redes de internet y celular estaban restringidas o habían sido cortadas.
En abril, el dictador que gobernó Sudán durante treinta años fue derrocado, tras meses de protestas a favor de la democracia y la decisión de generales de carrera de hacer caso a las demandas de los manifestantes y destituirlo.
Los generales de Sudán, el tercer país más grande de África, crearon un Consejo Militar de Transición (TMC) para gobernar —ante la consternación de los manifestantes— y comenzaron unas tensas negociaciones. Los manifestantes continuaron exigiendo una transición controlada por civiles. Los generales se resistieron, pero siguieron negociando posibles concesiones.
Entonces, a principios de junio, las negociaciones colapsaron y miembros de las fuerzas de seguridad de Sudán abrieron fuego contra un campamento de protesta importante, lo que dio como resultado decenas de muertos y centenas de heridos.
A continuación, te explicamos cómo Sudán, tras tres décadas bajo el yugo de un solo hombre, quedó atrapado en una crisis entre civiles revolucionarios, generales obstinados y una red fragmentada de grupos paramilitares y milicias.
Durante su largo mandato, el expresidente Omar al Bashir, de 75 años, aventajó a sus rivales, sobrevivió guerras civiles y hambrunas, presidió durante más de una década de auge petrolero y creó una red de fuerzas de seguridad y milicias que algunos comparaban con una telaraña.
También se convirtió en un paria en Occidente, pues fue acusado de apoyar el terrorismo —Sudán albergó a Osama bin Laden en la década de 1990— y de orquestar una purga genocida en la región de Darfur que cobró la vida de cientos de miles de personas. Desde 2009, la Corte Penal Internacional ha tratado de arrestarlo por las atrocidades de Darfur, y los países occidentales han recurrido a sanciones y a la diplomacia para mostrar su rechazo a Sudán desde hace décadas.
Los ingresos petroleros, que habían hecho crecer a la clase media en el país, comenzaron a disminuir. Bashir puso fin a los subsidios al combustible y el trigo el año pasado, lo que agravó la frustración que se había ido acumulando lentamente a causa de la corrupción y los malos manejos económicos, y en esas circunstancias estallaron las protestas en su contra en todo el país.
Y aunque hubo enfrentamientos ocasionales con las autoridades, muchas veces con gas lacrimógeno y algunas otras con balas y choques entre fuerzas de seguridad rivales, las protestas continuaron durante meses.
Como reflejo de la forma en que la clase media de Sudán se ha desintegrado en años recientes, médicos y otros profesionistas tuvieron una participación clave en la organización de las protestas, cuyos participantes se establecieron afuera de los cuarteles del ejército en Jartum.
Los médicos ayudaron a transformar las protestas iniciales por el aumento del precio del pan en un movimiento coherente, que exigía un gobierno civil. También documentaron las heridas mortales que sufrieron algunos manifestantes y establecieron clínicas para tratar a otros por heridas de bala, los efectos del gas lacrimógeno y otras lesiones.
Debido a que los manifestantes se mantuvieron firmes, cobraron visibilidad en todo el mundo. La imagen de una joven manifestante sudanesa, Alaa Salah, se hizo viral, al igual que las historias de valentía y amor en las protestas, que algunas veces parecían un festival de verano, lo cual, por sí mismo, resulta extraño en la sociedad conservadora de Sudán. Las consecuencias de la brecha generacional también llegaron hasta los más altos mandos del poder: el hijo de uno de los generales más poderosos de Sudán exhortó a su padre a ayudar a derrocar al presidente.
Precisamente para eso, el 11 de abril el ejército llevó a cabo un golpe de Estado y encarceló a Bashir en una prisión de la capital.
Sin embargo, la euforia de los manifestantes se tornó en amargura cuando se dieron cuenta de que los generales habían asumido el poder mediante un Consejo Militar de Transición. Los manifestantes decidieron continuar, haciendo circular en redes un mensaje provocador: “Si cayeron una vez, ¡pueden caer de nuevo!”.
Al ver la indignación de los manifestantes, el ministro de Defensa renunció pocos días después de asumir el cargo (otro general lo sustituyó).
Siguieron semanas de negociaciones delicadas y, entre las conversaciones incómodas —en las que los manifestantes hacían saber su aprobación y desaprobación de varios candidatos presentados por el ejército—, una atmósfera festiva se apoderó del campamento principal de los protestantes en Jartum.
Viendo con recelo las similitudes del movimiento de protesta con las rebeliones de la Primavera Árabe que se esparcieron por todo el Medio Oriente en 2011, naciones poderosas del golfo Pérsico, entre ellas Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, intervinieron para apoyar al Ejército de Sudán (con Bashir, Sudán había reclutado a jóvenes de Darfur para combatir en la guerra liderada por los sauditas en Yemen).
Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos prometieron la entrega de un paquete de ayuda de 3000 millones de dólares y Egipto —donde el ejército asumió el poder tras una revolución— suministró apoyo diplomático a los generales de Sudán.
El 3 de junio, días después de que las negociaciones entre los manifestantes y los generales colapsaron, las fuerzas de seguridad de Sudán atacaron el principal campamento de los manifestantes en Jartum. Decenas fueron asesinados y centenares de personas resultaron heridas, según los organizadores del movimiento de protesta. El teniente general Abdel Fattah Burhan, quien encabeza la junta militar, anunció que se llevarían a cabo elecciones en nueve meses.
No se sabe con certeza qué facciones de las fragmentadas fuerzas militares y de seguridad de Sudán estuvieron a cargo de la represión. La embajada estadounidense en Jartum culpó al Consejo Militar de Transición que encabeza Burhan, pero videos y testigos señalan a las Fuerzas de Apoyo Rápido, una poderosa unidad paramilitar formada por exintegrantes de los yanyauid, milicias que cometieron atrocidades en Darfur en la década de 2000.