Cuando Lesly Cano Gómez tenía 15 años, redactó su plan para migrar a Estados Unidos. “Mi sueño es ir a Estados Unidos”, escribió, seguido de tres secciones de discusión: “¿Cómo voy a pagar el viaje?”, “¿Quién me va a llevar?” y “¿Quién me va a recibir cuando llegue a Estados Unidos?”.
HUEHUETENANGO,Guatemala —Hubo pláticas familiares extensas sobre el viaje, que Cano Gómez habría emprendido con su prima, Enilda, quien es cuatro años menor que ella.
“Aquí no había nada”, explicó Cano Gómez. “Por eso quería irme”.
Sabía que en el camino podían asesinarla o llevarla de contrabando a un prostíbulo o, en su defecto, podría morir de sed en el desierto. “Pero sentía que tenía que ir”, agregó. “Mis compañeros de la escuela se habían ido, muchísimos de ellos”.
Sin embargo, ahora, cuatro años después, Cano Gómez sigue aquí, en su pueblo de Chichalum, en el distrito de Huehuetenango. Ahora tiene motivos para quedarse, y en ellos yace un mensaje para el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Me encuentro en mi viaje anual de expedición periodística con la estudiante ganadora, Mia Armstrong de la Universidad Estatal de Arizona. Hemos estado recorriendo las calles accidentadas —en ocasiones, solo intentos de calles— del altiplano occidental de Guatemala. Es un vecindario resistente que ha sido golpeado por el cambio climático y las malas cosechas. Un día, nos detuvieron soldados en vehículos blindados que intentaban descifrar qué estábamos tratando de contrabandear: drogas, personas o dinero.
Para frenar el flujo de migrantes, Trump ha exigido la construcción de un muro en la frontera con México que costaría miles de millones de dólares, ha separado a niños de sus padres durante meses, ha retirado la ayuda a Centroamérica y, más recientemente, amenazó a México con aranceles.
¿El resultado? El torrente de migrantes se hace cada vez más grade y en los últimos meses se ha detenido al doble de migrantes en la frontera en comparación con el año pasado. Hasta ahora, la estrategia de Trump está resultando contraproducente.
La gente de aquí dice que esto se debe en parte a que Trump les está haciendo publicidad gratuita a los coyotes que llevan a las personas al norte. Cuando despotrica contra los migrantes, no ahuyenta a la gente, sino que detona un debate más profundo sobre la migración.
Luego está la suspensión de la ayuda financiera que Trump ordenó en marzo. Esto revirtió una iniciativa del gobierno de su antecesor, Barack Obama, que tuvo cierto éxito al usar la ayuda para mejorar las condiciones de vida en Centroamérica y reducir el éxodo. El Salvador es el mejor ejemplo: la ayuda contribuyó a mejorar la gestión pública y a reducir la violencia pandillera; en consecuencia, la cantidad de salvadoreños que migraron a Estados Unidos se redujo un 56 por ciento en el transcurso de los dos últimos años.
En contraste, Guatemala se está convirtiendo en un país más corrupto y caótico, pero la Casa Blanca de Trump ignora las condiciones en deterioro. Ejercer presión para convocar elecciones confiables y establecer una gobernabilidad eficaz y transparente sería más útil para reducir el éxodo que un muro, y sería mucho menos costoso. Pero Trump no piensa de ese modo.
Ese es un problema más profundo de Trump. Tiende a inclinarse hacia lo dramático, visual y simplista —una versión moderna del rey persa Jerjes, quien flageló al mar por dañar su puente— en lugar de usar las herramientas políticas difíciles, complicadas e imperfectas que no “resuelven” los problemas del todo, pero sí los mitigan.
Incluso en una nación atribulada como esta, la ayuda puede servir para darles a los guatemaltecos la sensación de que quizá sí pueden tener un futuro en su país.
¿Quieren saber por qué Lesly Cano Gómez se deshizo de los planes que había escrito para migrar a Estados Unidos? Fue gracias a un proyecto de asistencia.
Mercy Corps tiene un programa de apoyo para agricultores jóvenes, y Cano Gómez se inscribió a los 16 años. Junto con otros participantes, aprendió a adaptarse al cambio climático y a producir tomates y otros productos agrícolas de alta calidad para exportarlos, al doble del precio local.
“Ya no necesito irme porque ahora hay un lugar para mí aquí”, me dijo Cano Gómez. “Este programa me abrió muchas puertas. Me dio oportunidades”.
“Quizá no parece mucho”, admitió, “pero tenemos un poco más de esperanza y algo a lo cual aspirar en el futuro”.
Es importante reconocer que la asistencia no es la panacea. En realidad, aunque la pobreza es una de las razones por las que la gente se va a Estados Unidos, también es uno de los motivos por los que no emigra: no tienen el dinero para hacerlo. Por lo tanto, existe cierto riesgo de que dar recursos a las personas fomente que más migren. Sin embargo, en conjunto, la evidencia sugiere que la ayuda reduce la migración.
“El gobierno estadounidense desde hace mucho ha apoyado programas eficaces que buscan atender las causas originarias de la migración”, señaló Carrie Hessler-Radelet, presidenta de Project Concern International, un organismo que visitamos Mia y yo en Guatemala. “Estos programas reducen los incentivos para migrar y crean las condiciones idóneas para que las familias se queden”.
De eso se trata. No hay soluciones fáciles para la migración: no están en un muro, ni en los aranceles ni en las diatribas ni en la separación de familias ni en la asistencia. Pero recordemos que los migrantes son seres humanos como Lesly Cano Gómez, que se esfuerzan por dar lo mejor de sí en favor de su vida o la de sus hijos. Por eso, a fin de cuentas, el enfoque más eficaz no es la construcción de un muro más alto ni la implementación de políticas más agresivas; es ofrecer asistencia inteligente con una dosis de humanidad.