Colombia es el país más ciclista de América Latina, el único que ha logrado numerosas victorias internacionales en este deporte.
BOGOTÁ — El Tour de Francia, el Giro de Italia, la Vuelta a España, el Campeonato Mundial de Ciclismo en Ruta y los Juegos Olímpicos han coronado en sus podios a decenas de atletas colombianos durante las últimas tres décadas. Pero no se trata solo de un afán competitivo. La bicicleta forma parte de la cultura colombiana y está integrada a la rutina diaria del país. Solo en Bogotá se realizan unos 800.000 viajes cada día.
Ahora, sin embargo, esta pasión nacional se ha manchado bajo la sombra del fraude deportivo.
El ciclista colombiano Juan Pablo Villegas, de 31 años, vive un retiro prematuro y forzado. A fines de 2018 se sentía en muy buena forma, listo para correr unos años más; pero varios equipos de su país, según dice, le habían cerrado las puertas. La causa, sostiene Villegas, fue una denuncia que hizo en 2015, cuando reveló que el dopaje era una práctica común entre muchos corredores profesionales de Colombia.
“Yo descubrí que en el ciclismo sí hay que tener ganas y condiciones, pero también está el lado oscuro: hay que ayudarse para poder ganar. Por eso me desilusioné. El dopaje le quitó pureza al sueño que yo tenía”, dice Villegas a The New York Times en Español. Después de la denuncia, este corredor sufrió el rechazo y las recriminaciones de sus colegas, quienes, según cuenta, empezaron a verlo como un traidor.
Villegas corrió durante tres años para el Manzana Postobón Team, el más importante de Colombia, que pertenecía a la segunda división del ciclismo profesional internacional. Allí cuenta que se sintió cómodo durante un tiempo, porque el equipo defendía la idea de un ciclismo libre de sustancias prohibidas. “Pero en 2017 las cosas empezaron a cambiar. Llegó la nueva gerencia y creció mucho la presión sobre nosotros pidiendo resultados”, dice Villegas.
Alejandro Restrepo, gerente del equipo, considera que la presión ejercida sobre los deportistas nunca fue excesiva. “Es normal en el deporte de alto rendimiento. Es una presión sana y buena”, dice.
Pero, en algún momento, la mística se quebró. En los últimos seis meses, Wilmar Paredes y Juan José Amador, dos corredores del mismo equipo, marcaron positivo en las pruebas de dopaje. Cuando los resultados se hicieron públicos, la Unión Ciclista Internacional (UCI) suspendió al equipo por 45 días. Pero la gerencia y el patrocinador, una empresa de bebidas gaseosas, han decidido cancelarlo por completo.
“Tenemos que ser coherentes con todo lo que hemos pregonado sobre el ciclismo ético y limpio”, declaró en un comunicado Restrepo, quien dice sentirse ahora decepcionado y traicionado. “El dopaje es decisión de ellos”, considera el gerente del equipo. Según él, los ciclistas no recurren a las sustancias por la presión de los directivos, sino por la ambición de llegar a las grandes escuadras de la primera división internacional, donde corren varias estrellas del ciclismo colombiano.
“A cada corredor del Manzana Postobón Team se le hacían cuatro o cinco pruebas al año. Hacíamos charlas de prevención donde hablábamos de lo que significa el dopaje y los riesgos”, dice Restrepo.
El caso de este equipo es el más notorio de los últimos años en Colombia, pues acabó con la mayor promesa colectiva del ciclismo local. Se abortó una empresa cuyo presupuesto anual, según el gerente, rondaba el millón y medio de euros. El cierre deja cesantes a cuarenta empleados, dieciséis de ellos ciclistas profesionales. Pero no es el único caso.
Entre 2018 y 2019, trece ciclistas profesionales de este país dieron resultados positivos en distintas pruebas de dopaje. La lista completa desde 2010 incluye a cuarenta corredores procesados en el país por la Federación Colombiana de Ciclismo y por la UCI en pruebas fuera del territorio nacional. Estos deportistas enfrentan penas que van desde los dos años de inactividad hasta la suspensión de por vida.
Según los registros de la UCI, Costa Rica, con dieciocho sancionados vigentes, es el país con más pedalistas suspendidos a nivel mundial. Colombia, con catorce ciclistas sancionados, ocupa el segundo lugar con más casos oficiales de dopaje.
Entre los positivos recientes, junto a Paredes y Amador, figura también Járlinson Pantano, corredor del equipo internacional Trek-Segafredo y ganador de una etapa en el Tour de Francia, la vuelta ciclista más prestigiosa del mundo. Pantano, quien insiste en su inocencia, tiene derecho a una segunda prueba, pero ha dicho que no seguirá el pleito contra la UCI. En una entrevista reciente anunció su retiro.
Villegas, quien durante catorce años pedaleó para diferentes equipos en Colombia, señala que el problema se extiende a todos los equipos del país. Eso lo llevó al retiro: “Si yo quería ganar limpio, iba a ser muy difícil. El dopaje era tan normal que no se veía como algo malo. Romper ese esquema es muy duro”, dice.
La posición de Villegas y la del equipo Postobón, mientras pudieron defender el deporte limpio, desencadenó malestar y amenazas en el pelotón profesional. “En nuestro equipo decíamos que éramos éticos y los demás no lo tomaban bien. Lo veían como una agresión hacia ellos”, recuerda Villegas. El ambiente en las carreras se volvió pesado. El ciclista asegura que recibió varias amenazas en sus redes sociales y a través de llamadas telefónicas. “Llegué a pensar que estaba en riesgo mi vida”, dice.
Tres corredores profesionales, que ofrecieron sus testimonios con la condición de mantener el anonimato, hablaron de una mafia alrededor del dopaje y mostraron temor. Según ellos, varios médicos, directores técnicos, entrenadores, ciclistas veteranos y distribuidores participan en una red que suministra las sustancias prohibidas a los deportistas sin que existan sanciones. “Entre los mismos ciclistas se va transmitiendo la información. Existe un mercado y existe también un código de silencio”, dice Villegas.
Algunos ciclistas y directivos le atribuyen la responsabilidad a la Federación Colombiana de Ciclismo, pero su presidente, Jorge Ovidio González, dice que en todas las competencias nacionales realizan pruebas antes, durante y después. “Nos endosan problemas de Coldeportes; esa es la institución responsable. Nosotros hacemos lo que alcanzamos a hacer”, explica.
Coldeportes es el departamento administrativo responsable de las políticas deportivas en Colombia. Para hacer efectivo el muestreo y evaluar a los ciclistas activos, el departamento necesita saber dónde están y quiénes son. “Esa información muchas veces no la tenemos clara, porque la federación no la aporta”, dice Orlando Reyes, coordinador del Programa Nacional Antidopaje, delegado de la Agencia Mundial Antidopaje (WADA).
A principios de mayo, una semana antes de que empezara la Vuelta a Colombia, Coldeportes solo tenía información de nueve equipos, de un total de quince. “Hay desorden en la organización. A veces no podemos encontrar a los corredores, no sabemos dónde están”, dice Reyes. En 2017, ocho corredores de seis equipos dieron resultados positivos en las pruebas de dopaje durante la Vuelta a Colombia.
El laboratorio de Coldeportes, donde analizaban las muestras tomadas a los ciclistas, está suspendido desde 2017 porque no aprobó un examen de calidad realizado por la WADA. Mientras trabajan para recuperar la certificación, Coldeportes y la Federación Colombiana de Ciclismo envían las muestras a un laboratorio ubicado en Utah, Estados Unidos. Esto eleva los costos del procedimiento, aumenta los tiempos y retrasa la capacidad de respuesta.
Una de las herramientas principales en el control antidopaje es el pasaporte biológico, un perfil que reúne los parámetros fisiológicos del deportista basado en diversos análisis de sangre y orina. Cuando los valores arrojan variaciones notables, se encienden las alarmas y se realizan más pruebas en busca de las razones.
Coldeportes hace análisis de riesgo de forma permanente entre los atletas. Según Reyes, el ciclismo y el fútbol están entre los deportes con más alto riesgo de dopaje. “Se hacen controles al azar porque es muy costoso analizarlos a todos. Cuando el miembro de un equipo da positivo se encienden las alarmas y se hacen controles a todo el equipo”, dice.
El departamento está promoviendo un nuevo proyecto de ley que sugiere reformar el artículo 380 del Código Penal, para tipificar como delito el tráfico de sustancias prohibidas en el deporte. El objetivo es bajar la disponibilidad y combatir el tráfico. Las autoridades pueden sancionar a deportistas y médicos, pero no tienen jurisdicción sobre personas ajenas al sistema deportivo, como aquellos que trafican.
“Las sustancias, las estrategias, las técnicas y también las pruebas antidopaje han evolucionado durante las últimas décadas”, explica Jaime Roa, especialista en medicina deportiva. Roa cita la eritropoyetina, una hormona conocida como EPO, administrada por vía endovenosa o intramuscular, como una ayuda muy usada por los ciclistas. La eritropoyetina se secreta en el riñón y aumenta los glóbulos rojos de la sangre, lo que permite transportar mejor el oxígeno a los diferentes tejidos del cuerpo, principalmente a los músculos. Con ella, el rendimiento mejora hasta un 25 por ciento.
Algunos ciclistas recurren también a las transfusiones sanguíneas: les sacan la sangre, la guardan durante el tiempo necesario y luego la vuelven a inyectar. Así aumentan los glóbulos rojos de manera artificial. También usan sustancias para entrenar a un mayor nivel y para mejorar la recuperación después de la fatiga, asegura Roa.
En Colombia, frente a controles que lucen insuficientes, la cultura del dopaje tiende a sobrevivir. La mayoría de los ciclistas viene de las clases populares y encuentra en este deporte una oportunidad de ascenso social. Los corredores exitosos se vuelven figuras públicas, héroes populares sometidos al escrutinio de manera constante. Es un deporte durísimo, uno de los más exigentes en términos físicos; las caídas son frecuentes y en un solo día de competencia el ciclista promedio puede perder hasta 6000 calorías. Por esto es común que muchos atletas jóvenes cedan ante la presión.
Juan Pablo Villegas, de origen campesino, ha vuelto al campo después de su retiro. Ha sufrido de depresión desde que dejó el deporte profesional. A veces sale a rodar cerca de Medellín, donde vive, pero se ha alejado de la bicicleta porque le aburre pedalear si no hay una competencia en juego.
“Fue muy triste tener que terminar mi carrera deportiva así, como si hubiera hecho algo malo, después de haber trabajado tanto”, dice Villegas. El corredor considera que valió la pena haber denunciado los métodos del dopaje en el ciclismo colombiano y piensa que el tiempo le dio la razón. Pero dice que se siente decepcionado al ver que buena parte de su gremio le dio la espalda. Sin embargo, vive su retiro tranquilo y en paz: “Lo que haya logrado hacer en el ciclismo es algo verdadero”.