El aumento de la temperatura, el derretimiento de los glaciares, lluvia en lugar de nieve, la polución de la atmósfera: el cambio climático produce en la Antártida trastornos muy claros que alarman a los científicos
“Cuando llegué a la Antártida en los años 90 jamás llovía. Hoy llueve con frecuencia en vez de nevar”, dice con preocupación el director del Instituto Antártico Argentino (IAA), Rodolfo Sánchez.
A 1,000 km del extremo sur del continente americano, el archipiélago Shetland del Sur está en primera línea: en un siglo la temperatura media aumentó 2.5 grados centígrados.
El derretimiento de los glaciares preocupa a los científicos: los paisajes otrora de un blanco inmaculado dejan ver flancos de montañas y riberas con sombras.
“Los glaciares llegaban hasta la costa, pero ahora hay una playa de 500 metros”, observa el experto señalando el gigantesco glaciar próximo a la base científica argentina Carlini, donde la mayoría de las investigaciones versan sobre los efectos del cambio climático.
De diciembre a marzo, las temperaturas son más clementes durante el verano austral y los científicos trabajan en los laboratorios de la base, una de las 13 argentinas del también conocido como sexto continente.
Desde 1979, Luis Souza reparte su tiempo entre Buenos Aires y la base Carlini. Este técnico de 56 años se dedica a la observación de aves migrantes, cormoranes, gaviotas y pingüinos. “Cada año hay más pájaros”, dice expectante.
Intrusos de Malvinas
Por tercer año consecutivo la isla del Rey Jorge, también llamada 25 de Mayo, fue testigo del desembarco de nuevos ocupantes. Una pareja de pingüinos reales tomó el hábito de venir a reproducirse cerca de la base Carlini.
Es aún demasiado pronto para afirmar que ello es resultado del calentamiento global, pero es una hipótesis.
Esta especie habita por lo general sobre el continente, en la Patagonia o en el archipiélago de las Islas Malvinas, cuya soberanía se disputan Argentina y el Reino Unido, a 2,000 km de distancia y en un clima menos frío.
Un intento de colonización británica, ironiza un científico argentino.
A finales del siglo XX, las bases militares se transformaron en laboratorios donde se estudia el futuro del planeta.
“La Antártida es el termómetro que indica cómo cambia el mundo. No hay lugar en el mundo donde sea más evidente el cambio climático”, afirma Adriana Gulisano, física de la Dirección Nacional Antártica. “Y no hablo de variación climática, sino de cambios estadísticamente significativos. Hay un alza de la temperatura media, y la retracción de los glaciares es tremenda”.
El derretimiento de los glaciares modifica la salinidad del agua y altera los microorganismos, el krill que se reproduce debajo del hielo y del cual se alimentan los mamíferos marinos.
“Menos hielo quiere decir menos krill para las ballenas, los pingüinos, las focas y toda la cadena alimentaria”, destaca Rodolfo Sánchez.
Debajo del hielo, dinosaurios
El retroceso de los glaciares pone manos a la obra a los paleontólogos. Antaño, los dinosaurios poblaban la Antártida, antes de la glaciación, en los tiempos en que había bosques donde se alimentaban. Fue hace 75 millones de años.
“Los indicios están en el hielo”, dice Marcelo Reguero, paleontólogo que trabaja desde 1986 en la Antártida.
Al pie de la montaña Tres Hermanos, que domina la base Carlini, las construcciones rojas parecen cajas dispersas sobre una elevación desde donde se ve la playa sembrada de rocas volcánicas negras y bloques de hielo.
Los científicos vislumbran los abastecimientos de provisiones que llegan por barco o helicóptero.
Los desechos son guardados mientras se espera la reparación de un rompehielos para que los lleve al continente.
La población de científicos y militares, que aseguran la logística, puede llegar al millar durante el verano en las 13 bases.
Quizás atracan algunos turistas. El turismo se ha desarrollado en el continente blanco. Entre 30 mil y 40 mil amantes de las sensaciones extremas llegan cada año desde Ushuaia, en la Patagonia, en cruceros-rompehielos.
En la base Carlini, Maria Marta Martorell, bióloga, trabaja en microorganismos que puedan ser utilizados en la industria farmacéutica y en otros capaces de limpiar la contaminación por hidrocarburos “con resultados prometedores”.
El sexto continente es considerado la tercera reserva de hidrocarburos del mundo, pero su explotación está prohibida en virtud del Tratado Antártico de 1959.
En la Antártida, a miles de kilómetros de los grandes centros industriales, un estudio italo-argentino estableció que la concentración de dióxido de carbono va creciendo.
“Es por los flujos de circulación atmosférica. Las emisiones globales afectan a la Antártida”, dice Adriana Gulisano.
“Si en las zonas periféricas de la Antártida la temperatura media aumenta, baja cuanto más nos acercamos al polo sur. ¿Por qué? es la pregunta del millón, eso investigamos”, explica.