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El caso del Perú y el descrédito de la clase política

El caso del Perú y el descrédito de la clase política
Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, los últimos protagonistas de una crisis de dos déadas en Perú. FOTO / AFP

Los cinco individuos que han ocupado la silla presidencial en Perú desde que empezó el siglo XXI, están en problemas con la ley. La maldición del “Fujimorazo” persigue a los políticos del territorio Inca

Escándalos de corrupción, compra de opositores, choque entre órganos del Estado, desprestigio de la clase política, oscuro financiamiento de campañas electorales, crisis institucional y la incapacidad de gobernantes para armonizar un entendimiento mínimo para encontrar una salida, fueron el coctel que acabó con la presidencia en Perú de Pedro Pablo Kuczynski, conocido con el acrónimo de PPK.

Su reemplazo, el vicepresidente Martín Vizcarra -que debe ser juramentado este viernes por el Congreso para concluir el periodo de PPK en julio del 2021- no ha asumido todavía y ya la mitad de los peruanos está pidiendo su renuncia. El clamor es que se vayan todos y se convoque a nuevas elecciones.

Para el 81% de los peruanos, Vizcarra es un desconocido, del ni siquiera identifican el nombre. A su arribo a Lima la madrugada de este viernes procedente de Ottawa, donde se desempeñaba como embajador, fue recibido por algunos seguidores con una torta de cumpleaños con velas con el número 55 y una camiseta de la selección peruana de fútbol que clasificó al Mundial de Rusia-2018.

La derrota de PPK, a solo 20 meses de su mandato, es una expresión del fracaso del sistema político peruano así como de la urgencia de reformarlo.

Después de una larga carrera política iniciada en 1968, cuando con 28 años fue nombrado presidente del Banco Central de Reserva de Perú, antes de ser ministro en varias ocasiones, inversor de Wall Street y economista del Banco Mundial.

Antes de llegar a la economía y la política, PPK, que acaba de cumplir 80 años, fue un destacado intérprete de la flauta traversa.  El golpe de Estado del general Juan Velasco lo hizo huir en 1968 a Estados Unidos e hizo allí gran parte de su vida. Dos veces se casó con estadounidenses y sus cinco hijos apenas si conocen el Perú.

En 2001, PPK aceptó la invitación de Toledo para ayudarlo en campaña y, tras el triunfo, fue ministro de Economía en dos ocasiones, jefe del órgano estatal encargado de atraer inversiones y presidente del Consejo de Ministros.

Graduado en política, filosofía y economía en Oxford y en administración pública en Princeton, tuvo que renunciar a su nacionalidad estadounidense para poder postularse a la presidencia. Su acento heredado de una educación en Estados Unidos y Gran Bretaña le valió el apodo de “el gringo”.

Apoyó a Keiko

Este hijo de un médico polaco-alemán, que huyó del nazismo, y de una profesora francesa-suiza, llegó al poder tras ganar las elecciones del 2016 con solo 40,000 votos sobre Keiko Fugimori, quien sufrió su segunda revés en sus aspiraciones presidenciales. PPK la había apoyado abiertamente en el 2011 en su disputa con Humala.

Pero en el 2016, con amplia mayoría en el Congreso unicameral (73 legisladores de 130), Keiko  se dedicó desde un inicio a demoler a PPK. El escaso manejo político, el desprecio hacia sus adversarios, el desorden administrativo de PPK y el uso del engaño  para tratar de esconder sus actuaciones corruptas, dieron mayor munición a Keiko.

Su poder lo demostró gobernando con la fuerza de los votos desde el Congreso, haciendo renunciar a cinco ministros en 14 meses. Keiko no se detuvo en consideraciones constitucionales. Su bancada no se frenó a la hora de amenazar al fiscal de la Nación con una descabellada acusación constitucional ni al alterar el  sistema de contrapesos constitucionales. A su partido se sumaron las distintas facciones de oposición.

Todo ese escenario tuvo como telón de fondo las corruptas prácticas políticas que se originan en los oscuros financiamientos de las campañas electorales.

Demostrando que la historia peruana es circular, la actual crisis institucional tuvo una copia hace 18 años cuando Alberto Fujimori, que llegó al poder en 1990. Dos años más a través de un autogolpe cerró el Congreso y aniquiló el sistema de partidos políticos.

Decadencia del fujimorismo

Perú no ha logrado salir de la decadencia política que significó Fujimori, quien en el 2000 envió por fax su renuncia desde Tokio luego de la  difusión de un video que mostraba cómo sobornaba a un congresista de la oposición para que se pasara a las filas del oficialismo. Más tarde fue extraditado desde Chile y fue condenado a 25 años de cárcel por corrupción y violaciones contra los derechos humanos.

La caída del fujimorismo y la asunción del presidente interino Valentín Paniagua, en noviembre del 2000, permitió iniciar un veranillo democrático.

Su gobierno de unidad y reconciliación nacional se dedicó al desmantelamiento del aparato de corrupción institucional que había construido Fujimori.

Pero en lugar de continuar por aquel camino, los gobiernos que sucedieron a Paniagua recayeron en la corrupción y prostituyeron la democracia, sobornados por la constructora brasileña Odebrechet.

Nadie se libró. La trama de Odebrecht, por haber recibido $5 millones en dos contratos, mientras ocupaba cargos públicos, estuvo detrás de la renuncia de PPK. Su antecesor el expresidente Ollanta Humala está preso;  el expresidente Alejandro Toledo enfrenta un pedido de extradición desde Estados Unidos; y el expresidente Alan García está acusado al igual que  Keiko de recibir fondos para sus campañas políticas.

PPK había sobrevivido en diciembre a un juicio político “por incapacidad moral permanente de un Çongreso -completamente desprestigiado con solo 11% de aceptación ciudadana-  mediante un  arreglo in extremis con una facción del fujimorismo. Pero cometió un error de cálculo político.

Después de asegurar lo contrario accedió a indultar, aduciendo motivos humanitarios, a Fujimori a cambio de 10 votos de un sector del fujimorismo liderado por Kenji, hijo menor del expresidente. Ese indulto lo alejó de millones de personas que le habían apoyado precisamente para que  esa familia no volviera al poder.

Intentó salvarse, pero continuó sumergido en la zozobra. Sus adversarios en el Congreso afilaban las espadas para decapitarlo. Organizaron un nuevo juicio político por “incapacidad moral” para gobernar y planearon sentarlo este jueves en el banquillo de los acusados.

Lo estocada mortal, se anticipó. El martes aparecieron videos en los que se  vio a  Kenji negociando votos en nombre del presidente y  planteando a parlamentarios  escenarios favorables si se abstenía de votar a favor la destitución presidencial.

El lenguaje utilizado en los audios y videos indignó a los peruanos por el nivel de descomposición que observaron en un sistema político poco institucional y corrupto.

Burda componenda

Eso  terminó de hundir la imagen del presidente. La burda componenda provocó un escándalo de tales dimensiones que algunos parlamentarios que iban a votar contra la destitución anunciaron que cambiaban su voto. Fue el final para PPK, que llevaba meses al borde del precipicio por sus implicaciones en el caso Odebrecht.

“Frente a esta difícil situación que se ha generado y que me hace injustamente aparecer como culpable de actos en los que no he participado, pienso que lo mejor para el país, es que yo renuncie a la presidencia de la República”, dijo en un mensaje grabado y transmitido por televisión, rodeado de la mayoría de su gabinete, desde la Casa de Pizarro, sede del gobierno.

En Perú, históricamente, ningún presidente con mayoría absoluta opositora en el Congreso ha podido concluir su período de cinco años, como ha ocurrido con PPK. El único que evitó ese destino fue Fujimori, porque cerró el Congreso en 1992.

Tras su renuncia, el diario  Perú 21  publicó en primera página una foto del  exmandatario en un ambiente oscuro. Y añadió: “PPK renunció y la fiscalía pide el impedimento de salida del país”, en alusión a la decisión del equipo especial anticorrupción del organismo de solicitar al Poder Judicial que no le permita salir de Perú. Los medios locales informaron que su segunda esposa, la estadounidense Nancy Lange, salió del país  la semana pasada y que aún no ha retornado a Perú.

“La primera idea es que esta es una historia sin héroes. El escándalo de los unos no debe servir para tapar al de los otros y crear confusión sobre quién es quién en nuestro escenario político actual”,  dijo el miércoles en su editorial el diario limeño El Comercio.

“Por una parte -añadió- sin duda, el presidente ha caído de manera vergonzosa. Manchado por audios y videos en los que aparecen aliados y ministros suyos involucrados en operaciones de compra de votos a cambio de favores gubernamentales. Y manchado, sobre todo, por un conflicto de intereses que arrastraba de su pasado y por la inverosímil irresponsabilidad con la que manejó todo lo relacionado con el caso Odebrecht. Primero como si el asunto no fuese a salir y negándolo todo, después, como si no se pudiese probar”.

Con PPK fracasó una alternativa empresarial de derecha. Fue un tecnócrata que nunca supo conquistar a los peruanos, La manera desconcertante como PPK gestionó la crisis que, finalmente, lo enterró hace pensar en la obra  La insoportable levedad del ser  de Milan Kundera.  No solo no logró ningún cambio verdaderamente importante durante su gobierno, el más corto de la historia de Perú, sino que puede decirse que tampoco lo planteó.

Guerra por el poder

La crisis peruana se asemeja a una tragedia shakesperiana con un menú de pasiones, odios, celos, amores obsesivos, preferencias sexuales contra natura que terminaron en la muerte política de PPK. La sensación entre los peruanos es que se trata de una guerra  por el poder no contra la corrupción.

Los analistas consideran que en este momento la crisis es algo más fuerte que Vizcarra como simple continuidad de un PPK, pero carentes de alianzas políticas. Por la polarización de las fuerzas políticas y la desmoralización del oficialismo, las alianzas van a resultar particularmente difíciles. El nuevo presidente tendrá que decidir un rumbo viable bajo presión.

Vizcarra, que fue jefe de campaña de PKK luego de gobernar una región minera, enfrenta la tarea de gobernar un país con una clase política desacreditada ante los ciudadanos como muy pocas en la región. Además, fue ministro de Transporte y Comunicaciones y renuncio por irregularidades en el contrato de construcción de aeropuerto de Cuzco.  En mayo del 2017, PPK lo mandó como embajador a Canadá, de donde regresó este jueves.

Según el Barómetro de las Américas, difundido el martes, el 91% de los peruanos cree que la mitad o más de los políticos están involucrados en actos de corrupción. Para un 27% de los peruanos, la corrupción es el principal problema del país, el porcentaje más alto del continente, incluso mayor que en Brasil (19%), cuya política está afectada por el caso Lava Jato.

De acuerdo a la misma encuesta regional, Perú es uno de los ocho países que menos defienden la democracia en la región. Un 38% señala que apoyaría un golpe presidencial, el porcentaje más alto en el continente.

Débil entramado institucional

De acuerdo al Barómetro de las Américas, solo un 7,5% de los peruanos consultados tiene confianza en los partidos políticos, el nivel más bajo desde que empezó a realizarse el estudio en Perú.

De acuerdo al analista Pablo de la Flor, Vizcarra necesita construir una base lo suficientemente estable de respaldo para poder gobernar, similar a lo logrado por Paniagua en el 2000. La solución a mediano plazo no dependerá mucho de su liderazgo o convocatoria, sino de su capacidad para marcar un gobierno con imagen propia. Alejarse del estilo de gobierno y de la agenda de su predecesor.

La crisis política peruana y su inevitable desenlace ponen otra vez de manifiesto la profunda precariedad de su débil entramado institucional. Hacen más urgente que nunca la necesidad de instituir un programa ambicioso de reformas que, convocando a un amplio dialogo nacional, permita superar la polarización y el inmovilismo imperantes.

No solo se trata de atajar la creciente pérdida de legitimidad de las instituciones y recobrar la confianza ciudadana, sino de crear un entorno de estabilidad y predictibilidad que permita impulsar el dinamismo económico y fomentar el crecimiento.

La lucha sin cuartel contra la corrupción debe convertirse en uno de los principales ejes de actuación de la nueva administración de Vizcarra.

Lo que han demostrado los peruanos es que están conscientes de la conducta vergonzosa de la clase política y no es cómplice de ellas. Eso es lo único que podría salvar a Perú si en un suicidio político el fujimorismo y sus aliados intentan cercar también al nuevo presidente.

Para impulsar las reformas que el país demanda, se vuelve indispensable replantear con urgencia la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo a fin de despejar la polarización y animosidad extrema que han caracterizado la relación entre ambos poderes durante este último año y medio. La gobernabilidad del país depende de la capacidad que tengan el gobierno y los grupos políticos representados en el Congreso para ponerse de acuerdo en una agenda mínima de trabajo conjunto.

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