Miles de hondureños exhaustos tras caminar casi 800 km en diez días hicieron su primera parada en la selvática comunidad mexicana de Huixtla, antes de seguir viaje en la caravana que enfurece al presidente Donald Trump, quien puso en alerta a sus patrullas fronterizas y militares ante esta “emergencia nacional”.
Para muchos de los integrantes de la caravana, este caluroso y húmedo martes es el primero en el que se bañan desde que salieron el 13 de octubre de Honduras, empujados por la rampante inflación y los asesinatos y secuestros perpetrados por pandilleros.
“La verdad es que el cuerpo ya se siente cansado, agotado, y andábamos sucios, así que nos cayó de maravilla”, dice Daniel Fernández, un joven albañil moreno de 25 años que viaja con dos amigos. Uno de ellos dormita sobre una gran piedra mientras se secan sus pantalones, playeras y calcetines sobre las tupidas plantas que bordean el río Huitxla, en Chiapas (sur).
Huixtla es un municipio de unas 50.000 personas que están esparcidos en varias rancherías entre las montañas de esta selvática región del país, mayoritariamente indígena. A la llegada de los migrantes la noche del lunes a la cabecera municipal, decenas de lugareños repartieron atole -bebida hecha a base de maíz-, arroz servido en las grandes hojas de un árbol llamado Hoja blanca y toallas sanitarias.
Se desperdigaron en la iglesia, en la cancha de básquetbol, en el parque y en las banquetas de las pequeñas casas de techos de tejas y amanecieron sobre cartones y plásticos desgastados que hacen las veces de colchones. Y aún les esperan unos 3.000 km para llegar a la frontera con Estados Unidos.
El gobierno hondureño aseguró el lunes que dos miembros de la caravana murieron: uno de ellos el sábado al caer de un vehículo en la carretera al Pacífico de Guatemala, y el otro el lunes en la carretera de Tapachula a Huehuetan, México.