La tragedia de los Andes sigue latiendo en el imaginario uruguayo

La tragedia de los Andes sigue latiendo en el imaginario uruguayo
Sobrevivientes de la tragedia de Los Andes. Foto/AFP

“Había necesidad de escribir algo también sobre los que no volvieron de la cordillera”, explica María del Carmen Perrier, autora del más reciente libro sobre la tragedia de los Andes y sobrina del capitán del equipo de rugby, cuyo cuerpo quedó sepultado en la montaña.

Era el 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Aérea uruguaya despegaba de Montevideo rumbo a Santiago de Chile con un equipo de rugby, familiares y tripulantes a bordo. No llegó a destino. Estrellado en la cordillera de los Andes, sus 45 ocupantes fueron dados por muertos hasta que 72 días después del accidente dos de los 16 supervivientes encontraron ayuda del lado chileno.

La tragedia dio la vuelta al mundo, tanto por la magnitud de la proeza como por las condiciones de supervivencia, ya que los que quedaron tuvieron que disponer de los cuerpos de los que murieron para alimentarse, y 46 años más tarde se siguen publicando libros sobre el episodio, cuyo último exponente es este, “Del otro lado de la montaña”, que cuenta por primera vez lo que pasó del lado de “los que no volvieron”.

“Ya habían pasado más de 45 años y había un sentimiento general en las familias de los fallecidos de que se podía hablar. Ya se sentían lo suficientemente cómodos para contar la historia”, explica a la AFP Perrier, de 30 años, que llegó al proyecto animada por su madre y por su tía, hermanas del fallecido Marcelo Pérez.

“En el momento en el que empezamos a llamar a las familias de los fallecidos, la mayoría decía ‘Ay sí, por fin me preguntan qué pasó'”, cuenta.

“Les decía: mi familia soñó con una página en blanco para poder hablar. Si tú quieres este espacio yo estoy 24 horas al día los siete días de la semana para escucharte. Y la mayoría aceptaba”.

“Esta historia para los uruguayos representa mucho a nivel emocional”, dice a la AFP Joaquín Otero, de Penguin Random House, editor de la obra. “Y este es el libro que faltaba para aportar una visión más amplia de lo que sucedió”.

– “Una historia de mujeres” –

Quienes se animaron a hablar fueron principalmente las mujeres: hermanas, primas, madres, tías o novias de los que no volvieron.

“Este libro es una historia de mujeres”, dice la autora. “Los pocos hombres a los que entrevisté se mostraron súper cautelosos. Está todo eso de la educación. Crecieron con la gente diciéndoles: tus emociones, a llorar al cuartito”.

“Yo soy una llorona y una hablona”, cuenta a la AFP Beatriz Echavarren, hermana de Rafael, otro de los que no volvió. “Pero es verdad que en casi todas las casas los hombres mostraron menos dolor, estuvieron menos expuestos”, relata.

Cada familia hizo lo que pudo. “En algunas se decidió que de eso no se hablaba, y no se habló”, señala.

“Todo cambió, claro, cuando aparecieron los chicos” a los 72 días. El interés de los medios y la gente de todo el mundo se centró en los que volvieron, no en los que quedaron.

Unas familias vivieron la alegría del regreso mientras otras no pudieron seguir jugando con la incertidumbre. Agradecieron la llegada de los vivos, pero su duelo se cargó de sentido y se consolidó.

“Esos días fueron terribles”, evoca Echavarren. “No había psicólogos, no había terapias alternativas, no había meditación, no había nada”, narra. “Con mi madre íbamos a una escuelita de yoga que recién empezaba”.

– “¿Mi hijo está vivo?” –

“Yo no podía quedarme lavando ollas ¿entendés?” explica Selva Ibarburu, madre del fallecido Felipe Maquirriain, a Perrier. “Lavo la olla pienso en mi hijo, cuelgo la ropa pienso en mi hijo, plancho la camisa pienso en mi hijo”.

“Esas mujeres consultaron a videntes, adivinos, zahoríes. Recurrían a cualquier cosa”, dice la escritora. “Y una cosa es ir al tarotista a preguntar me dan el laburo no me dan el laburo, me caso no me caso, pero… ¿mi hijo está vivo?, imagínate”.

“Ese es el mensaje fundamental del libro”, dice Otero. “Más que la cosa agobiante que sobrevuela el episodio, más que la muerte y todo eso, el mensaje es la superación de la adversidad más importante: la pérdida de un hijo”.

“Y luego, como dicen los supervivientes, la historia nos sobrepasó hasta a nosotros mismos”, recuerda Echavarren. “¿Qué haces cuando se junta una procesión que va hasta la cordillera? Nada, no puedes hacer nada”. “Hay que entender que ahí paso algo que ahora ‘es del mundo’ y que toca dejar ir”.

“Todos tenemos nuestra cordillera”, dice Otero. “Hay tantas cordilleras como personas. Cada uno, cada familiar, cada sobreviviente, cada espectador lo vivió de una forma”. “Y hay cosas que pasaron en la montaña que nunca sabremos”, dice Echavarren.

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