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Una nadadora salvada por la pérdida

Una nadadora salvada por la pérdida
Morgan Stickney, Izquierda, entrena junto a lussya Crook. Morgan debió ser operada ante una extraña lesión. FOTO/ NYT

COLORADO SPRINGS, Colorado — Lo último que Morgan Stickney recuerda de los momentos previos a que le amputaran la pierna es estar acostada en una camilla de hospital esperando a que la anestesia surtiera efecto. Con el miedo corriendo por su mente, le pidió al cirujano que le sostuviera la mano. Hablaron sobre natación hasta que perdió el conocimiento.

“Era el último momento en que tenía las dos piernas”, comentó. “Estaba en la piscina, el lugar en el que soy más feliz”.

Cinco años antes, Stickney soñaba con llegar a competir en las Olimpiadas. A los 15 años, estaba clasificada dentro de las primeras veinte a nivel nacional en la Milla, un evento de estilo libre, y era una estrella naciente en Bedford, Nueva Hampshire.

Sin embargo, para el momento en el que la llevaron a la intervención quirúrgica en mayo pasado, su sueño de las Olimpiadas se había desvanecido desde hacía mucho tiempo. En 2013, una lesión del pie relativamente leve la había metido en una compleja espiral de cinco operaciones, muchísimos exámenes e innumerables teorías, ninguna de las cuales aliviaba —y ni siquiera explicaba— el dolor constante e insoportable que le impedía caminar en el día y que luego, despiadadamente, la mantenía despierta en la noche.

Las únicas soluciones que ofrecían todos los desconcertados médicos eran los analgésicos de venta controlada que, como sabían Stickney y su familia, estaban transformando a una adolescente que había sido muy alegre en una chica taciturna de 20 años dependiente de opiáceos que se trasladaba por las instalaciones de la universidad en algo similar a un patín del diablo.

El peor momento fue un día durante un examen de Química, cuando el único pensamiento nítido que Stickney podía tener era la nota que le había escrito a su profesor en un papel: “Ahora estoy demasiado drogada como para presentar este examen”.

No mucho tiempo después de eso, tomó la angustiosa e irreversible decisión de que le amputaran la pierna izquierda.

“La adicción a los opiáceos es una epidemia”, afirmó. “No quería que mi vida se convirtiera en eso. Quisiera tener una familia algún día. Quiero poder hacer cosas con mi vida. Esta era la única solución que todos me daban”.

Obligada a dejar de nadar por el incesante dolor, Stickney optó por que le amputaran la pierna debajo de la rodilla con un procedimiento médico nuevo desarrollado principalmente por Matthew Carty, especialista en restauración de extremidades en el Brigham and Women’s Faulkner Hospital de Boston.

El procedimiento de amputación que realiza Carty está diseñado para mejorar el vigor y el potencial de la parte de la extremidad que queda. Eso incluye la posibilidad de conectar algún día los músculos de la pantorrilla a una futura prótesis robótica que se está desarrollando actualmente en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Los encargados de desarrollar esta prótesis esperan que funcione de manera muy similar a un pie y un tobillo verdaderos.

La operación todavía no es perfecta —Stickney necesitará al menos otra intervención quirúrgica— pero podría cambiar para siempre la forma en que se llevan a cabo las amputaciones. En el caso de Stickney ha sido transformadora: a semanas de su amputación la primavera pasada, Stickney —quien ahora tiene 21 años— regresó a nadar incluso antes de poder caminar. Para diciembre, había ganado las competencias de 100 y 400 metros en estilo libre en los campeonatos paralímpicos nacionales de Estados Unidos en Arizona. Y a pesar de que su experiencia ha tenido altibajos, su sueño de participar en equipos nacionales está volviendo a tomar forma.

Nathan Manley, el entrenador del programa de residentes del equipo paralímpico de Estados Unidos en Colorado Springs, donde entrena Stickney, señaló que era una candidata importante para formar el equipo de Estados Unidos que competirá en los Juegos Paralímpicos de Tokio en 2020.

Tal vez lo más importante es que de nuevo se siente ella misma: la “Morgan no narcotizada”, en sus propias palabras, vuelve a pasarla bien.

“Cuando estoy en la piscina, soy yo, Morgan. No Morgan la amputada”, comentó.

Cuando en 2013 Stickney era una chica sana de 15 años y estaba clasificada entre las mejores nadadoras de su edad en el país, veía un futuro diferente para ella. Pero unos meses después, al estar brincando cerca de las plataformas de salida antes de una competencia, se rompió un sesamoideo, un hueso del tamaño de un frijol debajo del hallux o dedo gordo del pie izquierdo. Le prescribieron el uso de una bota y le dijeron que en ocho semanas todo volvería a la normalidad.

Nunca fue así. Tuvo cuatro intervenciones quirúrgicas y prescripciones —que parecían interminables— de analgésicos y antiinflamatorios. Stickney siguió nadando para el equipo de su club e incluso se ganó una beca para la Universidad Biola, una universidad cristiana privada en el sureste de Los Ángeles. Pero una semana después de llegar ahí en 2016, el dolor se volvió más intenso.

Otra operación reveló que se había fisurado el otro sesamoideo del mismo pie —hay dos sesamoideos— y este fue extraído mediante un procedimiento extraño y, según su familia, mal planeado. (Los Stickney elogiaron la atención que Morgan había recibido de algunos de sus médicos, pero también hablaron de lo que ahora consideran incompetencia de otros).

Después de otro verano más recuperándose de la operación en su habitación de Nueva Hampshire, Stickney regresó cojeando a Biola para retomar sus estudios, deambulando por sus clases en una nebulosa inducida por los opioides.

En el otoño de 2017, una infección de estafilococos relacionada con una de sus intervenciones quirúrgicas apareció en el pie enfermo, y su temperatura llegó a 40 grados Celsius. Sus padres consiguieron un vuelo a Boston; Stickney estaba en el quirófano al otro día. En esa ocasión, se mencionó por primera vez la palabra “amputación”. Lloró toda la noche.

No obstante, con el tiempo, comenzó a investigar en secreto acerca de las prótesis y, gracias a ello, se enteró de Carty y de su nuevo procedimiento. Carty afirmó que se cree que este procedimiento (amputación de Ewing, en honor al primer paciente) es el primer cambio significativo en cientos de años en lo que se refiere a las amputaciones.

En las amputaciones normales debajo de rodilla, se corta la conexión entre los músculos traseros y frontales de la pantorrilla, los cuales funcionan de manera natural en conjunto. En el nuevo procedimiento, Carty emplea material de la parte desechada de la extremidad para volver a conectar esos tejidos y los nervios que los alimentan. Al hacerlo, se conserva la conexión natural de los dos músculos y la comunicación con el cerebro, afirma, y, en la mayoría de los casos hasta ahora, les permite funcionar de manera conjunta como antes.

“Esta es una operación experimental y nunca le diría a nadie que ya está aprobada totalmente”, comentó Carty. “Pero creo de todo corazón que estamos en el camino hacia algo mucho mejor”.

Antes de que los pacientes puedan optar por una amputación de Ewing, Carty ordena segundas opiniones, al igual que consultas con un especialista en dolor y con psiquiatras. A Stickney la operaron el 14 de mayo, un mes antes de cumplir 21 años.

Unas semanas después, y con la videocámara de su padre grabando en una piscina de Mánchester, Nueva Hampshire, Stickney llegó brincando a la orilla, se sumergió y dio una vuelta a la piscina antes de salir a la superficie con su inconfundible sonrisa iluminando su rostro.

En ese momento —su primera incursión en la piscina en casi dos años— renació una carrera profesional en la natación. En un evento de paranatación en California en el mes de septiembre, Morgan sorprendió de tal modo a los buscadores de talentos que la invitaron a un programa de Estados Unidos de entrenamiento paralímpico en Colorado Springs. A finales de 2018 se mudó para allá.

La recuperación de Stickney está lejos de terminar. Todavía sigue teniendo dolor fantasma, pero Carty señaló que él creía que el problema se derivaba de una complicación nerviosa y del hecho de que realiza actividad física exhaustiva (entrena dos veces al día, seis días a la semana) mayor que sus doce pacientes anteriores.

Le ha dicho a Stickney que con un sencillo procedimiento se solucionaría el problema nervioso, pero ella señaló que no lo consideraría sino hasta después de los juegos paralímpicos. Ya le ha pedido a Carty que la alcance en Tokio si llega a formar parte del equipo estadounidense.

Esa es la meta a corto plazo. Para el largo plazo, todavía sigue pensando entrar a la Facultad de Medicina, y quizás hacer una especialidad en restauración de las extremidades, al igual que Carty.

“Creo que el mundo necesita mejores médicos”, comentó.

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