WASHINGTON — La Fuerza Aérea de hace tres décadas era un lugar desafiante para las mujeres, sobre todo para las pocas que tenían ambiciones y aspiraban a convertirse en pilotos de combate.
Los pilotos cantaban canciones obscenas. Se repartía pornografía. El acoso sexual y otros incidentes peores eran un problema generalizado.
Así que cuando una prometedora joven militar llamada Martha McSally fue violada por un oficial de mayor rango en su carrera para entrar a ese club de hombres, no fue inesperado que no lo denunciara ante sus superiores.
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McSally, la primera mujer en pilotar un avión militar estadounidense en combate, se dio a conocer por su manera franca de hablar. Con palabras intimidó a sus superiores para que eliminaran el requisito de altura mínima que se interponía en su camino. Demandó al gobierno de George W. Bush por obligarla a usar una abaya mientras estaba destacada en Arabia Saudita. Y, en un desafío a las regulaciones, usó un gorro de piloto en su ceremonia de ascenso.
Sin embargo, en ese entonces se consideraba que, si una mujer denunciaba a sus colegas por agresión sexual, su carrera podría acabarse, según dicen las personas que estuvieron en la Fuerza Aérea junto con ella. Además, McSally ha dicho que la respuesta negativa que recibió cuando mencionó lo que había pasado, en términos generales, la traumatizó de nuevo.
McSally finalmente habló de la violación en público a principios de marzo. La ahora senadora republicana de Arizona reveló el abuso durante una audiencia de la subcomisión sobre abuso sexual en la milicia. Mediante una declaración que más tarde dijo fue angustioso preparar, admitió a otras víctimas de abuso que conocía su sufrimiento.
“Más adelante en mi carrera, cuando el ejército enfrentaba escándalos con respuestas totalmente inadecuadas, sentí la necesidad de que algunas personas supieran que yo también soy una sobreviviente”, dijo McSally, quien rechazó ser entrevistada para este artículo. “Me sentí horrorizada por la manera en que manejaron mi intento de compartir mis experiencias de manera general. Casi abandoné la Fuerza Aérea después de dieciocho años debido a la desolación que sentí”.
“Como muchas víctimas, sentí que el sistema me estaba violando de nuevo”, continuó. “Pero no renuncié. Decidí quedarme y seguí sirviendo, combatiendo y liderando”.
McSally ha sido desde hace mucho un personaje complicado y contradictorio. El 9 de marzo, después de su declaración, la senadora que dijo que el sistema la violó comentó que ese mismo sistema debe seguir manejando casos como el suyo. Dijo que se oponía a la legislación del Senado para retirar el procesamiento de los casos de abuso sexual de las manos de la cadena de mando militar, lo cual pone en peligro las posibilidades del proyecto de ley y confunde a otras víctimas de abuso sexual.
En una conferencia de prensa el 21 de marzo afuera de la Base Luke de la Fuerza Aérea en Arizona, les dijo a los reporteros que ejercería presión contra los funcionarios de Defensa a fin de que idearan reformas para lidiar con el abuso sexual dentro de las filas y que participaría en una nueva fuerza especial del Pentágono dedicada a ese tema.
Los amigos de McSally describen cómo aprendió a enmascarar su vulnerabilidad para sobrevivir a una cultura militar agresivamente masculina en la que casi no veían a las mujeres como iguales, ni mucho menos las consideraban capaces de ejercer liderazgo. Dicen que el hecho de que haya alcanzado tantas metas es prueba de una voluntad férrea.
Cuando McSally llegó a la Academia de la Fuerza Aérea en 1984 a la edad de 18 años, el abuso sexual en la escuela casi nunca se denunciaba. No se daba seguimiento formal a los casos. Entre 1976 y 1992, los primeros dieciséis años en los que las mujeres asistieron a la academia, no hubo ningún reporte de abuso sexual en la academia, de acuerdo con el testimonio de 2003 ante el congreso del entonces secretario de la Fuerza Aérea, James G. Roche.
Después llegó McSally, una nadadora ávida que solía marearse al volar cuando era niña. Como cadete de primer año, la pequeña McSally le informó a su instructor de vuelo que planeaba ser pilota de combate. El instructor de vuelo solo se rio, según ella le dijo más tarde a Air Force Print News.
Las mujeres en ese entonces no podían ser pilotas de aviones de combate y, con sus 1,61 metros de estatura, a McSally le faltaban casi 3 centímetros para poder ponerse al mando de un avión.
Eso no la detuvo. Presionó a los comandantes para otorgarle una excepción. Se colgaba de los pies para tratar de estirar su cuerpo e incluso le pidió a un colega que la golpeara en la cabeza con la esperanza de que la hinchazón resultante la ayudara a alcanzar la altura mínima, de acuerdo con dos de sus compañeros.
McSally no ha revelado quién la violó o la atacó. Sin embargo, cuando era oficial subalterno en la Fuerza Aérea, les había dicho a sus amigos que cuando llegó a la academia, un entrenador ya había abusado sexualmente de ella en el bachillerato.
No ha proporcionado detalles acerca del oficial superior que la violó cuando se unió a las fuerzas militares, pero un amigo, Rich Robinson, dijo que le relató lo sucedido hace más de dos décadas.
“Es casi como si fueras una oveja herida en el campo y las bestias te olfatearan”, dijo Robinson sobre los oficiales depredadores en el ejército. “Mientras estás aprendiendo cómo funciona todo, se ganan tu confianza y después la traicionan. En ese momento ocurren los abusos. La traición ocurre cuando confías en alguien y se aprovecha de ti para su beneficio”.
Muchas mujeres de esa época simplemente renunciaron. Durante los primeros años de las mujeres en la academia, una de cada cuatro se marchaba antes de graduarse, una tasa de deserción de por lo menos el doble de la de West Point y la Academia Naval.
Durante su último año en la academia, McSally finalmente obtuvo su excepción respecto de la altura. Fue la primera vez que se otorgaba en siete años.
En 1994, al mando de un A-10 Warthog que sobrevolaba los desiertos de Irak, se convirtió en la primera mujer estadounidense en pilotear en combate.
Sin embargo, incluso mientras hacía historia, McSally también se hacía de enemigos.
En 2014, en el punto álgido de la campaña de McSally para ser elegida al congreso, dos pilotos la criticaron públicamente, entre ellos su excomandante, el teniente coronel Thomas Norris. Le dijo a un conductor de radio de Arizona que, como pilota, McSally mostró “una ineptitud increíble en el aire” y que estaba “estaba bajo la más estricta supervisión desde 1995 porque tenía una gran falta de conocimientos y credibilidad”.
Dos pilotos más dijeron en entrevistas recientes que McSally una vez despegó sin suficiente combustible en su avión. Sin embargo, se quejaron, a menudo la ascendían antes que a sus colegas, a pesar de lo que describieron como sus aptitudes mediocres como piloto.
Los aliados de McSally dicen que gran parte de las críticas se deben a la envidia profesional y a un prejuicio misógino en la cultura hipermachista de los pilotos de combate.
Las quejas aumentaban cada vez que ascendían a McSally, y en todas esas ocasiones ella desafió el statu quo.
Sí que lo desafió, una y otra vez. En 2001, como tenienta coronela que llevaba a cabo misiones de vuelo en Arabia Saudita, le exigieron que usara una prenda que cubre la cabeza e incluye un largo vestido negro conocido como abaya cuando estuviera fuera de la base. Ella antepuso una demanda en una corte federal en la que afirmó que ese requisito era discriminatorio.
McSally mostró la misma actitud desafiante en 2004 cuando se convirtió en la primera mujer al mando de un escuadrón de combate, dijeron los pilotos. La Fuerza Aérea acababa de emitir una regulación que prohibía que las mujeres usaran gorros de piloto, los cuales muchas mujeres preferían en vez de la versión para mujeres. En la ceremonia en la que asumió el mando, usó el gorro para hombres.
Las exoficiales que sirvieron al mismo tiempo que ella dijeron que era casi inconcebible que una oficial que quisiera ascender reportara un abuso sexual por parte de otro oficial.
Stacey Thompson era una joven cabo de las fuerzas navales en Okinawa en 1998, cuando dijo que su sargento la drogó y la violó. Lo reportó de inmediato a la cadena de mando militar que también incluía a su sargento.
Durante la investigación, las fuerzas militares dieron de baja al sargento. No obstante, también la dieron de baja a ella, con lo cual se terminó su carrera en el ejército.
El 28 de febrero, Thompson, la soldado dada de baja de la Marina y sobreviviente de abuso sexual, fue a las oficinas de McSally en el Senado para tratar de convencerla de firmar una legislación del congreso que les quitaría de las manos ese tipo de casos a las fuerzas militares. Durante una reunión privada con otras sobrevivientes, McSally reveló que a ella también la habían violado y maltratado en las fuerzas militares.
No obstante, McSally dijo que, a pesar de lo que le sucedió, aún creía que debían dejar que esos casos los manejara la estructura del mando militar.
McSally dijo que quitarles los casos de violación causaría que los comandantes se salieran con la suya. Comentó que los comandantes militares debían saber que los despedirían si no procesaban esos casos. Los detractores de esa lógica dicen que ignora la tremenda influencia que los comandantes tienen sobre sus colegas hombres.
“Ella seguía diciendo: ‘Estamos del mismo lado en este asunto’”, recordó Thompson.
Dijo que salió de la reunión pensando en la naturaleza contradictoria de McSally. “Sí, claro, las dos somos sobrevivientes”, comentó. “Pero no estamos en el mismo equipo”.
Helene Cooper reportó desde Washington; Dave Philipps, desde Colorado Springs, y Richard A. Oppel Jr., desde Nueva York. Steve Friess colaboró con este reportaje desde Battle Creek, Míchigan. Kitty Bennett y Alain Delaquérière colaboraron con la investigación.