Estados Unidos y México los dos extremos del negocio de las drogas, producción y consumo. Cómo se acaba con esta guerra
CIUDAD DE MÉXICO — Después de años de dar cobertura a la guerra contra el narcotráfico en México, luego de observar desde un helicóptero los campos de marihuana quemados por el ejército y de acompañar a la policía federal mexicana en su búsqueda de traficantes de heroína y cocaína, me tocó ver una perspectiva muy distinta cuando visité Baltimore.
El año pasado, en un viaje que hice a esa ciudad con fines periodísticos, acompañé a un extraficante a uno de los sitios que opera abiertamente como mercado de droga, donde la marihuana y la cocaína se comercian a plena luz del día en una calle bulliciosa. Fue una paradoja sorprendente. Al sur de la frontera vi cómo los soldados les prendían fuego a las drogas para destruirlas. Aquí, a unos 60 kilómetros de la Casa Blanca, vi cómo las drogas se vendían sin ningún pudor.
Lo que vi entonces me vino a la mente de nuevo a principios de abril, cuando el presidente estadounidense, Donald Trump, le dio a México un ultimátum si considera que no ha actuado para frenar el flujo de narcóticos hacia Estados Unidos. “Les daremos una advertencia de un año y, si no detienen o reducen considerablemente las drogas, vamos a imponer aranceles”, dijo Trump a reporteros en la Casa Blanca. “Y si eso no detiene las drogas, vamos a cerrar la frontera”.
Culpar a México por el problema del consumo de drogas en Estados Unidos y luego ejercer coerción para que México actúe es una táctica que se remonta al mandato del presidente Richard Nixon en los años setenta. Es hipocresía pura. Aunque las drogas sí fluyen por México, también lo hacen por Estados Unidos, donde abastecen uno de los mercados de narcóticos más grandes del planeta. Si el gobierno estadounidense no puede detener la marejada de drogas dentro de su propio territorio, ¿cómo espera que México tenga éxito?
Claro que hay más factores en esta ecuación. Si bien las fuerzas de seguridad mexicanas queman los cultivos de amapola y disparan contra narcotraficantes, también hay incontables casos de soldados, policías y políticos que trabajan para los delincuentes. Además, aunque se pueden encontrar mercados de droga que operan abiertamente en varias ciudades estadounidenses, Estados Unidos arresta a millones por delitos relacionados con el narcotráfico.
La conclusión es que ambas naciones han fallado estrepitosamente en lo que respecta a detener este comercio desde hace décadas, cuando Nixon declaró la guerra contra las drogas. El gobierno mexicano ha aplicado durante más de una década una estrategia militar de mano dura que ha consistido en arrestar o matar a los cabecillas de los principales cárteles. No obstante, esto no ha reducido el tráfico de drogas. En los últimos cinco años, la incautación de cargamentos de heroína y cocaína en la frontera sur de Estados Unidos ha tenido altibajos, mientras que la de metanfetaminas ha aumentado, tal vez debido a la mayor demanda, y la de marihuana se ha desplomado, probablemente debido a la producción legal de cannabis en Estados Unidos.
Si el gobierno estadounidense no puede detener la marejada de drogas dentro de su propio territorio, ¿cómo espera que México tenga éxito?
Mientras tanto, la violencia de los cárteles ha devastado a México, con más de 200.000 homicidios en el país en la última década. Y a pesar de que innumerables casos por delitos de narcotráfico han llegado a sus tribunales, Estados Unidos tuvo un trágico récord: 70.000 muertes ocasionadas por sobredosis en 2017.
En 1969, Nixon lanzó la Operación Interceptar para presionar al gobierno mexicano a que implementara medidas enérgicas contra los traficantes de marihuana de aquella época. A lo largo de varios días, casi todos los vehículos o peatones que entraban por la frontera sur fueron registrados. En el operativo no se incautaron muchas drogas, pues los traficantes esperaron a que la mano dura se flexibilizara, pero la situación sí generó frustración por parte de negocios estadounidenses cuyos productos y trabajadores fueron retenidos.
El presidente Trump no ha recurrido hasta ahora a este tipo de acción, a pesar de sus amenazas. Debido a que el año pasado se intercambiaron más de 600.000 millones de dólares en comercio transfronterizo, esa medida sería mucho más costosa hoy de lo que fue en los años sesenta.
En realidad, la principal prioridad de Trump es detener el flujo de migrantes y solicitantes de asilo; fue el aumento en las cifras de personas que cruzaban la frontera lo que desató la retórica del ultimátum reciente. No obstante, desde su campaña presidencial de 2016 hasta ahora, también ha despotricado contra el flujo de drogas provenientes de México y ha usado ese tema para sustentar sus argumentos a favor de construir un muro y de reforzar la seguridad fronteriza. “Nuestra frontera sur es el conducto por donde llegan enormes cantidades de drogas ilegales, que incluyen la metanfetamina, la heroína, la cocaína y el fentanilo”, dijo en un discurso en enero para intentar ejercer presión a fin de que se financiara el muro.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha evitado reaccionar al ultimátum sobre las drogas de Trump, al menos públicamente. Cuando se le preguntó al respecto, el 5 de abril, contestó que no tenía problemas con la Casa Blanca. “Son buenas relaciones, no tenemos confrontación con el gobierno de Estados Unidos”, declaró.
Mientras tanto, López Obrador parece estar calmando los ánimos de Washington mediante el aumento de las detenciones de migrantes indocumentados que atraviesan México en su intento de llegar a Estados Unidos.
Los cargamentos de droga incautados en México parecieron disminuir durante el primer trimestre, según reportes preliminares, lo cual parece haber motivado el ultimátum de Trump. El problema es que, aun cuando México ha llevado a cabo incautaciones de droga importantes en años recientes, el flujo de narcóticos con destino al mercado estadounidense no ha cesado. Además, independientemente de lo que se diga en Washington, México sí enfrenta el problema monumental de la delincuencia organizada que está devastando a la sociedad de ese país.
Una mejor forma de avanzar sería que las dos naciones trabajaran en conjunto para desarrollar políticas reales que reduzcan el daño ocasionado por las drogas y los cárteles. Las agencias estadounidenses y mexicanas deben unir fuerzas para combatir a los delincuentes más violentos, con el fin de disminuir la cantidad de homicidios en México y la cantidad de personas que cruzan la frontera como refugiados. México podría hacer mucho más para erradicar la corrupción derivada del narcotráfico, que está destruyendo su sistema político. Estados Unidos, por su parte, podría aumentar los servicios de rehabilitación para reducir los casos de adicción y sobredosis, muchos de los cuales de hecho son causados por medicamentos de venta controlada.
Hay problemas reales, desde las esquinas de Baltimore hasta las montañas de México, pero necesitan soluciones integrales a largo plazo, no ultimátums ni amenazas simplistas