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Las mujeres afganas encuentran en cafeterías un espacio para la liberación

Las mujeres afganas encuentran en cafeterías un espacio para la liberación
Estas cafeterías son santuarios para las mujeres en una cultura islámica que aún dicta cómo deben vestirse. FOTO / NYT

Los “refugios” empiezan a ser una válvula de escape en una sociedad muy cerrada

KABUL, Afganistán — Algunos días, a Hadis Lessani, una estudiante de 17 años del último año del bachillerato, la vida como mujer joven en Kabul le llega a parecer sofocante.

Una vez, un hombre en la calle la sermoneó por usar maquillaje y ropa occidental, “Son vergonzosos”, gritó. Una mujer de mediana edad la insultó por pasear y charlar con un joven. “Me dijo cosas tan terribles que no puedo repetirlas”, dijo Delijam.

Para sentirse bien, Delijam se refugia en un lugar inesperado: una simple cafetería. “Este es el único lugar donde puedo relajarme y sentirme libre, aunque sea durante unas cuantas horas”, comentó Delijam hace poco mientras charlaba con dos jóvenes sentada en una cafetería, con el cabello descubierto.

Nuevas cafeterías de moda han surgido en todo Kabul en los últimos tres años y se han convertido en emblemas del progreso de las mujeres.

Estas cafeterías son santuarios para las mujeres en una cultura islámica que aún dicta cómo deben vestirse, comportarse en público e interactuar con los hombres. Esas tradiciones perduran dieciocho años después de haber derrocado a los talibanes, quienes prohibían la educación de las niñas, encerraban a las mujeres en sus casas y las obligaban a usar burkas en público.

Actualmente, las conversaciones en las cafeterías a menudo son acerca de las negociaciones de paz de Afganistán que se realizan en Doha, Catar, entre Estados Unidos y los talibanes. A muchas mujeres les preocupa que sus derechos se negocien bajo presión de la delegación talibana, fundamentalista y conformada exclusivamente por hombres.

“Estamos aterradas”, dijo Maryam Ghulam Ali, de 28 años, una artista que compartía un pastel de chocolate con una amiga en una cafetería llamada Simple. “Nos preguntamos qué ocurrirá con las mujeres si los talibanes regresan”.

“Cuando venimos a las cafeterías, nos sentimos liberadas”, agregó. “Nadie nos obliga a ponernos el velo en la cabeza”.

Muchas jóvenes en la sociedad emergente de las cafeterías de Kabul eran niñas cuando gobernaban los talibanes. Delijam aún no había nacido. Han llegado a la edad adulta durante la lucha emprendida por muchas jóvenes afganas en la época posterior a los talibanes para liberarse de las reglas estrictas de una sociedad patriarcal.

Estas mujeres han crecido con celulares, redes sociales y el derecho a expresarse libremente. No pueden imaginar una regresión a las imposiciones puritanas de los talibanes, quienes a veces lapidaban a las mujeres solo por ser sospechosas de haber cometido adulterio, y todavía lo hacen en las zonas que controlan.

Farahnaz Forotan, de 26 años, periodista y asidua de las cafeterías, creó una campaña en redes sociales llamada #MyRedLine (mi línea roja), mediante la cual anima a las mujeres a defender sus derechos. Su página de Facebook está llena de fotografías de ella dentro de cafeterías, símbolos de su propia línea roja.

“Ir a una cafetería y conversar con amigos me hace muy feliz”, dijo Forotan sentada dentro de una cafetería en Kabul. “No quiero sacrificar esta alegría”.

Sin embargo, esas libertades podrían desaparecer si las negociaciones de paz traen de regreso al gobierno a los talibanes, señaló.

“No quiero que me reconozcan como la hermana o la hija de alguien”, comentó. “Quiero que me reconozcan como ser humano”.

Más allá de los muros de la cafetería, el progreso es dolorosamente lento.

“Todavía hoy es imposible caminar en las calles sin que nos acosen”, dijo Forotan. “La gente nos llama prostitutas, occidentalizadas, integrantes de la ‘generación de la democracia’”.

Afganistán se clasifica constantemente como el peor país para las mujeres, o uno de los peores.

Una de las tradiciones afganas dicta que las mujeres solteras les pertenecen a sus padres y las mujeres casadas, a sus esposos. Los matrimonios pactados son comunes, a menudo con un primo u otro familiar.

En el campo, las jóvenes son vendidas como novias a hombres mayores. Aún hoy se recurre a los asesinatos por honor, es decir, a asesinatos de mujeres cometidos por familiares varones por haber tenido contacto con un hombre que no aprobaban. No siempre se aplican con rigor las protecciones proporcionadas por la constitución afgana ni la ley histórica de 2009 sobre los derechos de las mujeres.

En 2014, los talibanes lanzaron una serie de ataques a cafeterías y restaurantes en Kabul, incluido un atentado suicida y tiroteo en el que murieron veintiún clientes de la popular cafetería Taverna du Liban, donde se servía alcohol y tanto mujeres como hombres afganos convivían con personas occidentales.

Después, el gobierno obligó a una serie de cafeterías y hospederías a cerrar por temor a que atrajeran más violencia.

Durante los siguientes dos años, gran parte de la vida social occidentalizada en Kabul se mudó a las casas particulares. No obstante, en 2016, comenzaron a abrirse nuevas cafeterías que atienden a mujeres y hombres jóvenes deseosos de convivir en público de nuevo.

Aun así, con excepción de sitios urbanos como Kabul, Herat y Mazar-e-Sharif, hay pocas cafeterías en Afganistán donde las mujeres pueden convivir con hombres. La mayoría de los restaurantes reservan sus salas principales para los hombres y apartan secciones “familiares” exclusivas para las mujeres y los niños.

Por eso las mujeres afganas aprecian tanto las cafeterías de Kabul, pues buscan personas afines ahí.

“El instinto humano es tan poderoso como la religión”, dijo Fereshta Kazemi, una actriz afgano-estadounidense y ejecutiva de desarrollo que a menudo frecuenta las cafeterías de Kabul.

“Es instintiva la necesidad de conectarse, compartir, amar y hacer contacto visual”, explicó.

Tras la caída de los talibanes en 2001, esos instintos fueron promovidos, pues las niñas y las mujeres en Kabul comenzaron a asistir a escuelas y universidades, a trabajar al lado de los hombres en empleos del gobierno y del sector privado y a vivir solas o con amigas en apartamentos. La constitución afgana reserva para mujeres 68 de los 250 escaños, por lo menos dos mujeres de cada una de las 34 provincias.

Tahira Mohammadzai, de 19 años, era una niña pequeña en la ciudad sureña de Kandahar, la sede de los talibanes, cuando sus militantes gobernaban Afganistán. Su familia escapó a Irán y regresó hace siete años a Kabul, donde estudia la universidad.

“Mi mamá me contaba historias de cómo la vida era distinta en ese entonces”, dijo en la cafetería Jackson, nombrada así en honor al cantante Michael Jackson. “Ahora es imposible regresar a la manera en que se vivía en el pasado”.

¿Dónde marca su línea roja? Dijo que preferiría seguir viviendo con la guerra, que se ha librado durante dieciocho años, que enfrentarse a un gobierno de posguerra que incluya a los talibanes.

“Si regresan, seré la primera en escapar de Afganistán”, dijo Mohammadzai.

Forotan, la fundadora de #MyRedLine, comentó que estaba dispuesta a quedarse sin importar qué suceda. Mientras se relajaba al interior de la cafetería, con su cabello corto y negro descubierto, anhelaba otro tipo de establecimiento.

“Desearía que hubiera una cafetería llena de políticos varones que tuvieran una prioridad: la paz”, comentó.

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