Adiós, iTunes

Adiós, iTunes
El dispositivo ITunes ha dejado de existir este 3 de junio. FOTO / NYT

Queridos hermanos y queridas hermanas:

Estamos reunidos aquí hoy para decirle adiós a nuestro amigo iTunes, que el 3 de junio terminó en el gran bote de basura que está en las alturas.

Fue una partida apacible y digna. iTunes estuvo rodeado de sus familiares y amigos en la conferencia anual de desarrolladores de Apple cuando los ejecutivos de la compañía anunciaron que sería desmantelado y que sus funciones se repartirían en tres aplicaciones: Apple Music, Apple Podcasts y Apple TV.

iTunes llegó a este mundo hace dieciocho años como una “rocola digital” que permitía a los usuarios importar sus discos compactos favoritos, organizar sus bibliotecas y hacer listas personalizadas. Después se convirtió en una tienda de música, un emporio mágico de un solo clic donde podías comprar casi cualquier canción del mundo por 99 centavos de dólar. Steve Jobs anunció su nacimiento como el inicio de una nueva era de consumo mediático, una en la que los consumidores tendrían los derechos digitales de su propia música.

“Creemos que la gente quiere comprar su música en internet mediante las descargas, de la misma manera en que compraban vinilos o casetes o discos compactos”, dijo en una charla de 2003.

En ese entonces, iTunes representó un intento ambicioso para quitarles el control de la música digital a Napster y a otros servicios pirata de intercambio de archivos, que estaban provocando caos en la industria de la música. Apple apostaba a que la gente compraría música si fuera legal, barata y fácil de conseguir.

El hecho de que muchas aplicaciones populares de intercambio de archivos en el sistema operativo Windows estaban llenas de errores y programas malignos también contribuyó. Jobs bromeó con que darles a los usuarios de Windows acceso a la interfaz limpia de iTunes era “como darle un vaso de agua helada a alguien que está en el infierno”.

Yo usé iTunes por primera vez en la preparatoria. Era un fanático de la música y un tacaño, y había amasado una biblioteca de decenas de miles de archivos en MP3, la mayoría descargados ilegalmente de servicios como Napster y LimeWire. Importé esas canciones a iTunes, y pasé cientos de horas nombrándolas, categorizándolas y acomodándolas en una colección musical prístina por la que me habrían envidiado los bibliotecarios de la antigua Alejandría.

Juré que jamás compraría música de nuevo, pero algunos años después, Apple se ganó mi corazón gracias a su calidad confiable de archivos, sus descargas veloces y su capacidad de sincronizar música a través de distintos dispositivos. iTunes era simple y elegante, y mitigó mi temor de ir a la cárcel por descargar música pirata. En cuestión de unos cuantos años, Napster había desaparecido después de las demandas que enfrentó y yo estaba obteniendo la mayoría de mi música de una empresa que, tan solo unos años atrás, había sido conocida por vender computadoras de colores.

En los primeros días del internet comercial, era una frase común entre los expertos en tecnología decir que “la información quiere ser libre”, y muchos supusieron que la gente jamás compraría contenido que podían obtener gratis, aunque requiriera algo de esfuerzo.

iTunes y sus canciones de 99 centavos demostraron que esas personas se equivocaban, y crearon un nuevo modelo de negocios para los medios digitales. Ese avance no solo salvó a la industria de la música, sino que quizá también rescató a las industrias del cine, la televisión y las editoriales.

Sin embargo, nada es para siempre. Y en la primera parte de esta década, los servicios musicales por suscripción como Spotify y Pandora, que ofrecían un bacanal musical insaciable por una cuota mensual de suscripción, comenzaron a acabar con la ventaja de Apple.

Al final, la profecía de Jobs no se cumplió. La gente quería rentar su acceso a una biblioteca centralizada de transmisión en continuo, no pagar una pequeña cuota para tener todas las canciones. A medida que crecieron los servicios de transmisión en continuo, las ventas de canciones descargadas se desplomaron. De acuerdo con la Recording Industry Association of America, las descargas ahora conforman un porcentaje más pequeño de las ventas de grabaciones que los álbumes físicos, un giro que Jobs jamás habría previsto.

En 2015, Apple intentó rescatar iTunes inaugurando su propio servicio de transmisión en continuo, Apple Music. Sin embargo, la idea estuvo condenada al fracaso desde el principio. La gente no podía entender ese nuevo híbrido frankensteiniano. ¿Cuáles de sus canciones estaban albergadas en la nube? ¿Por qué debían volver a introducir su Apple ID cada vez que querían reproducir un álbum? ¿Adónde iban sus descargas? Marco Arment, un antiguo bloguero de Apple, dijo que iTunes era un “caos infernal”.

Pero no hay que recordar a iTunes como el desastre en el que se convirtió. Mejor recordémoslo como lo que alguna vez fue: un producto revolucionario que transformó la industria de la música, inauguró un nuevo modelo de adquisición digital y domó a una parte desastrosa y caótica del internet construyendo algo sencillo y elegante para remplazarlo.

Mi yo de 15 años, ebrio de libertad e inundado de archivos MP3 pirata, quizá habría celebrado la caída de un emporio musical controlado por una corporación. Pero mi yo actual se pone un poco melancólico viendo cómo un icono del viejo internet se vuelve obsoleto y sabiendo que la biblioteca de iTunes que pasé tantas horas perfeccionando está empolvándose en un disco duro guardado en algún rincón de mi armario, una víctima más del progreso.

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