He aquí una grandiosa y maravillosa ironía: comencé a escribir este artículo a principios de junio.
Regresaba a mi raquítico documento de Google a los pocos días, reescribía las mismas pocas oraciones que tenía hechas; cada vez pensaba que por fin estaba listo para terminar. Pero la verdad es que no lograba grandes avances: quería que fuera perfecto y caí en un círculo vicioso de edición y reedición. Por supuesto que “perfecto” es un espejismo que nunca se materializa y que me impedía acabar este artículo.
¿Acaso la prosa aquí mejoró gracias a todos esos graduales avances falsos? ¡Lo más seguro es que no! Quería que fuera así, pero sé que si tan solo lo hubiera terminado cuando quería, en lugar de analizar cada palabra bajo un microscopio, me habría ahorrado mucho estrés innecesario (y realmente habría cumplido con la fecha que me había impuesto). Además, esa obsesión inútil con la perfección es el meollo del asunto: al atormentarnos por mejoras mínimas en nuestro trabajo —si es que acaso son mejoras— nos impedimos alcanzar la meta real de hacer el trabajo.
“En algún momento debemos tener presente que todos los cambios que hacemos a una creación ya no la mejoran, sino que sencillamente la hacen diferente (y a veces peor)”, escribió Alex Lickerman en Psychology Today sobre el tema de simple y llanamente hacer las cosas. “Reconocer ese punto de inflexión, el punto en el cual nuestra continua necesidad de revisar lo que ya hicimos llega a una ley de rendimientos decrecientes, es una de las habilidades más difíciles de aprender, pero también es una de las más necesarias”.
Lickerman agregó: “Trabajar en algo en exceso es tan malo como no pulirlo”.
A estas alturas, tal vez estén pensando en esa cita que se le atribuye a Voltaire: “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Y sí, esa es la idea. Todos lo sabemos, entonces ¿por qué no dejamos de hacerlo?
Una solución es la interpretación de un tema que los lectores que siguen mis artículos reconocerán: la DMA o la Decisión Mayormente Atinada (la patente todavía está en trámite).
La DMA es el resultado mínimo que estamos dispuestos a aceptar como consecuencia de una decisión. Es aquello que nos parece bien, en lugar del resultado que sería perfecto. La raíz de la DMA se encuentra en la diferencia entre maximizadores y satisfactores. Los maximizadores buscan sin cesar todas las posibles opciones en un escenario por miedo a perderse “la mejor”, mientras que los satisfactores toman decisiones rápidas con mucha menos investigación.
Pero la clave es que, paradójicamente de algún modo, las investigaciones han demostrado que los satisfactores están más contentos con sus decisiones que los maximizadores.
En otras palabras, hacer las cosas —ya se trate de una decisión que hay que tomar o trabajo que hacer— te dejará más satisfecho que atormentarte buscando la perfección. Y lo que es mejor, sí terminarás.
Seguramente estás pensando: “Es más fácil decirlo que hacerlo”. Es cierto. Así que ahora te daré dos estrategias que pueden ayudarte.
Primera, acepta la magia de los microprogresos: en lugar de ver una tarea, proyecto o decisión como elementos que deben completarse, divídelos en unidades de progreso mínimo, luego ve haciéndolas una a la vez. Esta estrategia alivia la presión de pensar que necesitamos un plan perfecto antes de comenzar algo, después de todo, si tu primer paso es “abrir un nuevo documento de Google para el artículo de esta semana”, en lugar de “elegir el tema perfecto, escribir una frase o párrafo inicial perfectos y tener una organización perfecta”, entonces sabrás si lograste o no esa meta mínima. No hay medias tintas.
Segundo, reformula cómo piensas en tus pendientes. Concéntrate menos en el resultado y más en el proceso; esto te permite estar consciente de los avances que estás logrando hacer, en lugar de obsesionarte con el resultado final de esos avances. Como el escritor James Clear lo describió: “Cuando pienses en tus metas, no solo consideres el resultado que quieres. Presta atención a las repeticiones que te llevan a ese lugar. Presta atención al montón de trabajo que precede al éxito. Concéntrate en los cientos de macetas de cerámica que llegan antes de la obra maestra”.
Al final, solo haz el trabajo. No será perfecto, pero te sentirás mucho más feliz, y estará hecho. Y hecho es mejor que perfecto.