EL SALVADOR — El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, dijo algo acerca de las miles de personas que se van hacia Estados Unidos que ningún presidente de Centroamérica había pronunciado con esa claridad: “Es nuestra culpa”. Lo dijo en referencia a Óscar y Valeria Martínez, padre e hija salvadoreños que se convirtieron en ícono de la tragedia migratoria tras aparecer ahogados en la ribera del río Bravo.
La frase de Bukele es meritoria al haber sido pronunciada en una región de migrantes, donde muchos políticos prefieren decir que todo está bien en sus países, que estos prosperan a ritmo galopante, incluso que no hay desplazamiento forzado. Y también refleja una nueva posición sobre el tema, pero se trata de un discurso conveniente para la clase política antiinmigrante de Estados Unidos.
Habría que corregir al presidente: es nuestra culpa, pero no solo nuestra culpa. No hay ningún líder reciente en Centroamérica que, además de reconocer su culpa, exija con contundencia respeto para sus ciudadanos que migran y ponga su voz en beneficio de sus denuncias y su tragedia humanitaria. Bukele aún tiene una oportunidad de ser el primero en esto.
En el tema migratorio, los gobiernos centroamericanos suelen actuar como paracaidistas en la tragedia. Cuando aparece una foto como la de Óscar y Valeria; cuando ocurre una masacre como la de agosto de 2010, en el estado mexicano de Tamaulipas, donde 72 personas que migraban hacia el norte fueron acribilladas por Los Zetas; cuando una caravana tras otra atraen la atención mundial, los gobernantes de estos países aparecen y dicen algo. Usualmente hacen llamados estériles a que la gente no migre. Les aseguran que en el camino pondrán en riesgo sus vidas, como si estos pueblos forjados en la migración no lo supieran en carne propia.
En realidad, Centroamérica también persigue a sus migrantes. El presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, envió en varias ocasiones a sus policías antimotines a detener el paso de caravanas. El gobierno guatemalteco ha bautizado como Operación Gobernanza a la instalación de retenes militares en la ruta interamericana para capturar migrantes, en su mayoría salvadoreños y hondureños.
Sí, Bukele hizo algo muy poco habitual entre los mandatarios centroamericanos, pero en otro sentido es igual que el resto de los líderes del Triángulo del Norte. Si hay algo que unifica el discurso de todos los presidentes de la región respecto a la migración es la incapacidad de criticar con contundencia las posturas antiinmigrantes de los gobiernos de Estados Unidos y México.
En México, los migrantes centroamericanos son extorsionados por autoridades desde hace décadas. México, actualmente, implementa una política migratoria que obliga a decenas de miles de personas a caminar por montes en el sur del país, expuestos a violaciones y asaltos. El presidente de Estados Unidos nos llamó “países de mierda” y amenazó a la región con cortar toda ayuda si no detiene a más centroamericanos en Centroamérica. Los gobiernos de la región responden, cuando ocurre el extraño caso, con tímidas declaraciones en las que ocupan verbos como “lamentar”, “exhortar”, “sugerir”.
La admisión de toda la culpa no ha sido la única frase de Bukele que será música para los oídos de algunos de los políticos estadounidenses más conservadores. El 8 de mayo, Bukele dijo en Washington a un grupo de congresistas: “Estamos alineados, ustedes no tienen que comprarnos para que estemos alineados porque pensamos de manera similar”. En esa ocasión, como respuesta al congresista republicano Ted Yoho, quien cuestionó el uso del dinero que Estados Unidos entrega a El Salvador, Bukele comparó a su país con un hijo que está dejando las drogas y a Estados Unidos con un papá que podría darle una oportunidad más y ayudarlo.
Yoho respondió a Bukele: “Tengo tres hijos y es lo que hacemos todo el tiempo: te voy a ayudar una vez más. Y creo que esta nación te ayudará”.
Aquello pareció una teatralización del problema que generan los discursos pusilánimes de los gobernantes centroamericanos ante Estados Unidos. Esa falsa idea de que en Centroamérica somos como hijos desastrosos de un padre magnánimo que por más que nos ayuda no logra componernos. Ese padre, siguiendo con la metáfora absurda, ha sido un déspota y en gran medida el culpable del desastre de hijos que tiene.
En El Salvador, por ejemplo, la violencia actual y la migración están directamente relacionadas con la guerra civil. Las grandes oleadas de salvadoreños en California llegaron huyendo de ese periodo de doce años que dejó más de 75.000 muertos. Las pandillas que ahora provocan que miles de salvadoreños huyan de la región nacieron allá, no muy lejos de Hollywood, con jóvenes que buscaban huir de una guerra patrocinada y sostenida por Estados Unidos. Llegaron, en el caso salvadoreño, en vuelos de deportados a un país destruido por esa guerra.
Miles huyen del norte centroamericano porque la violencia es extrema; miles migran porque la vida es precaria. Y eso es así porque sus gobiernos son corruptos y la mayoría de sus partidos políticos, máquinas de enriquecer a sus dueños. Pero también porque Estados Unidos ha tenido una incidencia directa en las decisiones de múltiples gobiernos centroamericanos. En muchas ocasiones, esa incidencia ha terminado en catástrofe.
Decenas de muertes de migrantes en la actualidad se deben a la decisión de gobernantes estadounidenses que amurallaron grandes tramos de su frontera y presionaron a México para que militarizara la suya. Hay mujeres que son violadas en los montes mexicanos y niños moribundos perdidos en el desierto estadounidense, en buena medida, gracias a que políticos de ambas naciones han decidido dejarles esas rutas peligrosas como única opción.
Sostener que los gobiernos centroamericanos no tienen parte de la culpa y que su corrupción no es factor clave en la migración es de cínicos o mentirosos. Pero decir que Estados Unidos no tiene otra parte de la culpa y de la responsabilidad de mejorar estas sociedades es de miopes o cobardes.
El presidente Bukele realmente hará un cambio de discurso ante el fenómeno de la migración si incluye esta última parte. Ha habido decenas de gobiernos centroamericanos que se disputan el primer lugar como el más genuflexo ante Estados Unidos, y eso no ha generado que el trato hacia los migrantes mejore. Es momento de completar el discurso, presidente, y dejar de contribuir a que Estados Unidos siga creyendo que es solo nuestra culpa.
Óscar Martínez es periodista de El Faro, autor de “Los migrantes que no importan” y “Una historia de violencia” y coautor de “El niño de Hollywood”, sobre la MS-13.