Santana, una banda psicodélica de San Francisco que incorporaba polirritmos latinos y africanos al blues-rock, era uno de los grupos menos conocidos en Woodstock. Fue añadido al festival principalmente porque el mánager quien también era el promotor de conciertos más poderoso del país, los impuso en el concierto.
Cuando Santana se presentó a las 2 de la tarde del sábado, la multitud se asombró por la manera precisa y ágil con que tocaba la guitarra Carlos Santana, el líder de la banda, así como la sección rítmica que incluía a dos percusionistas, en ese entonces algo poco común en las bandas de rock.
En una conversación telefónica desde su oficina en San Rafael, California, Carlos Santana habló sobre cuáles fueron las dos bandas que sonaron mejor que Santana ese día, por qué Woodstock fue un glorioso experimento social y cómo un cambio en la programación hizo que subiera a tocar mientras estaba alucinando. A continuación, los fragmentos editados de la conversación.
Estamos hablando de algo que sucedió hace 50 años. ¿Tienes buena memoria?
Sí, heredé eso de mi madre. Tengo una memoria bastante fotográfica cuando se trata de la música y las melodías.
La banda aún no había lanzado su primer álbum. ¿Cómo pudieron presentarse en Woodstock?
Bill Graham, nuestro mánager, fue mi primer arcángel. Hay algunas personas que me abren grandes puertas en el momento y el lugar correctos. Bill nos invitó a su casa en Mill Valley. Aún estábamos viviendo en [el distrito de] Mission en San Francisco. Nos dijo: “Habrá un concierto que les va a cambiar la vida. Necesito que me escuchen muy bien: después de este concierto, la gente comenzará a verlos como The Doors y Jimi Hendrix. Se meterán en problemas porque sus egos aumentarán tanto que necesitarán que alguien les ponga los pies sobre la tierra”.
Nosotros hicimos un gesto de fastidio y le dijimos: “Bill, venimos de Mission. No creemos en ser estrellas de rock”.
Muchas bandas tuvieron grandes retrasos antes de sus presentaciones. Pero a Santana la apresuraron a salir al escenario, ¿no?
Cuando llegamos, la primera persona que vi fue a mi hermano y amigo Jerry Garcia. Parecía uno de esos yoguis que viven en una cueva del Himalaya. Tenía una apariencia de beato, como si todo estuviera bien para él. A mí eso me hacía sentir seguridad y confianza, era como si estuviera en un santuario.
Nos habían dicho que íbamos a presentarnos dos bandas después de Grateful Dead. Me dijo: “Bueno, amigo, es mejor que te pongas cómodo porque, al parecer, no vamos a presentarnos sino hasta la una de la mañana. Es un desastre. Y, por cierto, ¿quieres probar un poco de esto?”. Era mescalina. Yo le respondí: “A ver, son las 12:30 del día. Para cuando den las dos de la mañana, estaré bien”. Solía consumir LSD y mescalina, así que sabía cuánto tiempo me tomaría. Después de ocho o diez horas, entras en lo que llamamos el estado de ameba. Tus ideas se vuelven muy galácticas, universales y microscópicas.
Dos horas después de que la tomé, había un rostro frente a mí que decía: “Deben subir al escenario ahora mismo; si no, no podrán tocar”. Para ese momento estaba muy drogado, ¿sabes? Simplemente me aferré a mi fe y a lo que me enseñó mi mamá. Les pedí una y otra vez: “Tan solo ayúdenme a tocar afinado y a tiempo”.
Supongo que, en 1969, la mescalina de Jerry Garcia era muy potente.
Ah, lo era. Ellos me habían drogado un año antes. Me tomó dos o tres días coordinarme después de eso. Me habían bautizado en la expansión de conciencia, como le digo yo, así que eso no me asustó.
Ya sabíamos que tenían la reputación de drogar a otras bandas y, como íbamos a abrir su concierto en Las Vegas, me aseguré de lavar muy bien una lata de Coca-Cola que iba a beber. Pero lo que no sabía es que sabían cómo inyectar las latas de refresco. Así que tocamos en nuestra presentación y nos fuimos. En el camino del aeropuerto al avión, el pasillo se hacía cada vez más largo. Los colores de la alfombra y del muro comenzaron a brillar como lava. Pensé: “Caray, me drogaron”. Cuando me senté en el avión, miré por la ventana mientras despegábamos, y las luces de Las Vegas parecían jeroglíficos aztecas [se ríe]. Pensé: “Esto será intenso”.
Cuando estabas en el escenario en Woodstock, ¿estabas alucinando?
Totalmente. Me delata mi lenguaje corporal. Tuve problemas con la guitarra, no como un luchador, sino como un surfista, tratando de mantener y continuar el equilibrio. Esa es la clave de todo en la vida. Aunque estés sobrio o drogado de mescalina, mantén tu compostura y tu equilibrio.
Ahora todos dicen que fue una gran presentación. Pero en ese momento, ¿qué reacción provocaron en el público?
Fue como ver a niños negros, morenos y blancos pobres en Harlem River Drive el día más caluroso del verano, y después observar a alguien que abre una toma de agua fría. ¡Nos sentimos felices!
Llegamos con las congas y la audiencia pensó: “Ah, esto es como estar en Hippie Hill o en la fuente [de Central Park] en Nueva York”. Podías fumar marihuana y escuchar las congas, y la música te daba ganas de celebrar, no pensabas en el miedo, en Vietnam ni en Nixon ni en nada de eso.
Fue un momento hermoso y lo recordaré hasta el día que muera. Fui testigo, con mis propios ojos y mi corazón, de que la gente puede llevarse bien, con unidad y armonía. Sin peleas. Compartían granola, una cobija o lo que fuera. Pude ver que los seres humanos son capaces de coexistir con benevolencia. Por eso es que aún hablamos de Woodstock, amigo.
¿Quiénes hicieron las mejores presentaciones?
Solo hubo tres bandas que recuerdo que lo dieron todo. Si tocas como Buddy Rich o Miles Davis, tocas como si de eso dependiera tu vida. Sly and the Family Stone para mí fueron los número uno. Jimi Hendrix es el número dos. Todos los demás tienen que combatir con nosotros para obtener el tercer lugar.
Lo que aportamos básicamente fueron los ritmos africanos y la melodía. Después de Woodstock, todas las bandas de pronto comenzaron a tocar con congas. Miles tenía congas. The Rolling Stones tenían congas. Porque vieron que combinar congas con guitarras era una gran fórmula, ¡sobre todo con las mujeres!
Para ti, ¿cuál fue el mejor momento de Santana en Woodstock?
El mejor momento fue cuando despertamos a la audiencia, aunque era de tarde. Fue una bocanada de aire fresco, porque la música de Santana se conecta con África, y siempre te hace sentir feliz. La felicidad es lo opuesto al miedo. Ahora mismo, todos están vendiendo el miedo, desde el presidente hasta Hollywood.
¿Sabes qué? Esta es la mejor parte de la entrevista, amigo. Espero que The New York Times pueda ayudarnos a tener un Woodstock en todas las ciudades, todos los fines de semana. Porque necesitamos los colores. Necesitamos los globos. Necesitamos las parrilladas. Filipinos, irlandeses, italianos… solo necesitamos que todos se conviertan en una criatura que celebre el hecho de estar viva.
Sé que la gente dice: “Santana tomaba mucho ácido”. Bueno, ¡quizá el problema es que ustedes no han consumido nada en absoluto! Ustedes ven lo que es, yo veo lo que puede y debería ser, es decir, lo que sentimos cuando derribaron el Muro de Berlín o cuando Mandela fue liberado. De eso se trató Woodstock: una conciencia colectiva, la comunidad, la unidad, la armonía, la celebración.
Bill Graham predijo que la banda sería devorada por el ego después de Woodstock. ¿Fue así?
Claro que sí. En mi caso, me liberé de eso a tiempo para adoptar la disciplina espiritual. Me mudé a Queens, Nueva York, y me corté el cabello. No consumía drogas ni bebía. Cambié mi dieta. Durante diez años. Me dediqué a cierto código de conducta que me funciona bien. Tengo más energía que cuando tenía 17 años.
Me gustaría escuchar un poco sobre tu fase egocéntrica.
[Se ríe] Claro que sí. Se trata de comprar autos vistosos y costosos, y pierdes mucho tiempo frente al espejo cambiándote de ropa. Se vuelve un poco como lo que sucedió con Prince, Michael Jackson y Whitney Houston. Creas una máscara —se llama alter ego como Batman y Bruce Wayne— y es muy desgastante mantenerla. Por eso decidí cambiar y convertirme en una persona en vez de ser una personalidad.