Cuando se aproximaba el cumpleaños número diecisiete de Max Primero, nos dimos cuenta de que sus días estaban contados. Se dirigía al lado equivocado de la puerta para salir y con frecuencia comenzaba a orinar en el vestíbulo, un síntoma común de discapacidad cognitiva. Las caminatas largas (y a veces también las cortas) se volvieron impensables.
Sin embargo, no fue sino hasta que me quedé todo el día en casa y lo escuché gemir casi constantemente que me di cuenta de que no le estábamos haciendo ningún favor a nuestra querida mascota al prolongarle la vida. El perro, una cruza de springer spaniel de dieciocho kilos, que pasaba el invierno en Nueva York y el verano en Minnesota, había tenido una vida muy activa y plena. Solía caminar por los bosques todo el año, jugueteaba con los copos de nieve de Prospect Park en Brooklyn e incluso había nadado en el río conmigo en las mañanas veraniegas de Minnesota hasta que cumplió los quince años.
Aunque no tenía una enfermedad mortal perceptible, sabíamos que, como Max Primero (en lo sucesivo, Max I) había superado el equivalente a 110 años humanos, era hora de darle el triste adiós. Para nuestra sorpresa, se mostró agradecido. Habíamos planeado llevarlo al veterinario en una carretilla roja, pero Max I, quien hasta entonces se había resistido a acercarse a cualquier cuadra cercana al consultorio del veterinario, caminó a su paso con resolución. Reconozco que dieciocho años después sigo llorando al recordar lo omnisciente que parecía en su último día.
Ahora, soy la feliz madre de Max II, un habanero de seis años que sigue corriendo y nadando como un cachorro mientras se acerca a lo que algunos veterinarios consideran la mediana edad para un perro de ocho kilos; espero tener más sabiduría ahora respecto a lo que se necesita para mantenerlo vigoroso durante todo el tiempo que su biología lo permita.
Aunque Max I creció con alimento para perro de marca libre, Max II come un alimento balanceado prémium (luego de que una mujer experta en mascotas me dijera que darles alimento barato de marca libre ¡era como darles comida de McDonald’s!) y corre sin correa todas las mañanas, llueva o truene. En verano, caminamos por el bosque al norte de Nueva York y nada persiguiendo los palos que le lanzo en un riachuelo.
Me he asegurado de que asista a todas sus citas rutinarias al veterinario y de que tenga todas las vacunas que se recomiendan ahora para evitar enfermedades debilitantes, pero al leer un libro muy completo para preparar esta columna, “Good Old Dog”, del cuerpo docente de la Facultad de Medicina Veterinaria Cummings de la Universidad Tufts, me di cuenta de que hasta ahora he cometido un error importante: jamás le he lavado los dientes a Max II. Jean Joo, quien se capacitó en odontología veterinaria en Tufts, señala que, aunque los perros por lo general no presentan caries, son propensos a la gingivitis, que puede ocasionar la pérdida de piezas dentales y permitir que bacterias nocivas entren en el torrente sanguíneo.
Ahora, Max II tiene un cepillo de dientes aprobado por veterinarios y una pasta dental enzimática que intento que use todas las noches, además de los premios masticables, como suplemento, que siempre le he dado con el objetivo de mejorar su higiene dental.
No obstante, al igual que con las personas, quizá la medida más importante para mantener a los perros saludables y fomentar una vida larga, activa y feliz (tanto para los perros como para sus dueños) es mantenerlos delgados. Un perro gordo no es un perro feliz, aunque eso signifique negarle los anhelados bocadillos que tanto esperan. Max II puede lamer mi plato vacío de la cena, pero los restos de comida se van al refrigerador o a la basura. También lo pesamos en cada visita al veterinario para saber si la media taza de alimento balanceado que le doy dos veces al día es demasiado o muy poco para mantenerlo delgado y saludable.
Al igual que las personas, conforme los perros envejecen, a menudo desarrollan una o más enfermedades crónicas; sin embargo, a diferencia de las personas, es muy poco probable que padezcan alguna enfermedad coronaria, o ateroesclerosis, aunque los perros pueden desarrollar insuficiencia cardiaca congestiva, en especial si tienen una válvula coronaria deforme. (Más que las enfermedades cardiacas, el cáncer es la principal causa de muerte en perros y, por desgracia, sus síntomas no son visibles hasta que es demasiado tarde para curarlo).
Además de las enfermedades dentales, los perros son susceptibles a padecer diabetes, lo que los hace depender de inyecciones de insulina que los dueños deben administrarles dos veces al día. Con el gran aumento en obesidad canina, que es un reflejo del aumento en la obesidad humana, ahora los perros están desarrollando diabetes tipo II a una velocidad alarmante. Mantente alerta de los síntomas de obesidad en tu perro: aumento en la sed y una mayor necesidad de orinar, además de pérdida de peso a pesar de tener buen apetito.
Otra causa tratable del aumento de la sed y las micciones en perros más viejos, en especial las hembras de gran tamaño, es el síndrome de Cushing, una enfermedad de la glándula suprarrenal, pero los veterinarios de Tufts reportaron que, en lugar de sentir la urgencia de orinar, es probable que el perro solo lo haga sin darse cuenta e incluso moje su cama. Los machos de mayor edad, principalmente los que no están castrados, podrían desarrollar una próstata agrandada que dificulte el movimiento intestinal (no la micción).
La osteoartritis, del tipo de desgaste por uso, que vuelve frágiles a las personas y a los perros, es otra enfermedad común que afecta a los perros a medida que envejecen. Con frecuencia se desarrolla como consecuencia de una malformación congénita en una articulación del perro, lo que hace que algunos dueños opten por una cirugía correctiva. Operar a un perro joven con una malformación congénita podría retrasar el desarrollo de la artritis, aunque no necesariamente evitaría su aparición de forma indefinida. También hay medicamentos veterinarios probados para reducir la inflamación y el dolor en perros que padecen artritis. Los síntomas que debes identificar, en especial en perros más viejos, son la tendencia a usar una extremidad más que las otras, dificultad para levantarse o sentarse y rigidez al caminar.
La enfermedad crónica de Lyme se ha convertido en una causa demasiado común de artritis debilitante en perros y en personas. Max I padeció esta enfermedad antes de que los veterinarios supieran de la infección y antes de que hubiera una vacuna veterinaria para evitarla o tratamientos mensuales de plaguicidas para repeler a las garrapatas portadoras de la enfermedad de Lyme. No obstante, se pueden minimizar los síntomas de artritis con actividad habitual y un suplemento diario de Cosequin, una combinación de glucosamina y condroitina que inicialmente se desarrolló para caballos. Hasta ahora, aunque pasamos el verano en una zona de garrapatas, Max II no ha contraído la enfermedad de Lyme gracias a su vacuna anual y a un tratamiento mensual profiláctico antigarrapatas.
La insuficiencia renal, otra enfermedad común en perros de edad avanzada que los hace producir cantidades copiosas de orina diluida, se detecta con más frecuencia durante las revisiones anuales. Los expertos de Tufts aconsejan reducir los niveles de estrés del perro ofreciéndole acceso constante a agua y proporcionándole una dieta reducida en proteína y fósforo en cuanto se detecte un problema con sus riñones.
Para cuidar a perros más viejos, los expertos aconsejan que los dueños no asuman que los cambios en la conducta son producto de la edad y que no hay nada que se pueda hacer para ayudarlos. La ciencia veterinaria ha utilizado muchos ejemplos de la medicina humana que pueden permitir a los perros viejos tener vidas más plenas y felices.