MAIDAN SHAR, Afganistán — Zarifa Ghafari, quien a la edad de 26 años se convirtió en una de las primeras alcaldesas de Afganistán, ha dicho que cree con certeza que será asesinada.No por ello deja de tener presencia.
Luego de asumir el cargo en marzo en Maidan Shar, un pueblo de 35.000 habitantes en la provincia de Wardak en Afganistán, izó una bandera con su nombre, su fotografía con una pañoleta roja en la cabeza y el lema de su campaña para terminar con la basura: “Mantengamos limpia nuestra ciudad”.
Ghafari es muy consciente de que está en la línea de fuego en la lucha por los derechos de las mujeres afganas, en un momento en que las recientes conversaciones de paz entre Estados Unidos y los talibanes han hecho que los afganos piensen lo que podría suceder si los insurgentes ultraconservadores vuelven a participar en la gestión del país.
“Mi trabajo consiste en hacer que la gente crea en los derechos y en el poder de las mujeres”, escribió en Twitter.
Ghafari no es la primera mujer en asumir un cargo que tradicionalmente tienen los varones en la sociedad patriarcal de Afganistán. No obstante, tiene uno de los puestos más difíciles que uno pueda imaginar.
Anteriormente se ha nombrado a mujeres como gobernadoras de las provincias de Daikundi y Bamiyán, las cuales son áreas tolerantes en términos culturales según los parámetros de Afganistán. Nili, un pueblo de Daikundi, durante dos años tuvo una alcaldesa que finalmente se fue a Estados Unidos.
Sin embargo, Wardak es una provincia especialmente conservadora, donde el respaldo a los talibanes está tan extendido, que muchas de las principales carreteras no son seguras para la población civil.
En la única escuela de bachillerato para chicas de Maidan Shar, solo hubo trece graduadas el año pasado. Antes de que Ghafari fuera alcaldesa, la única mujer del pueblo que había tenido un puesto en el gobierno que no fuera el de maestra, fue la directora del ministerio de las mujeres de Wardak, y no se atrevía a vivir en la ciudad, sino que vivía en Kabul, la capital del país. Por motivos de seguridad, Ghafari también viaja diariamente desde Kabul.
En realidad, Ghafari fue nombrada durante el verano del año pasado por el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, pero tras un día desastroso como alcaldesa, su mandato fue postergado durante meses.
Luego de que llegó a trabajar ese día de julio, su oficina fue asediada por hombres enojados que blandían palos y piedras. Tuvo que ser escoltada por la agencia de inteligencia de Afganistán, la Dirección Nacional de Seguridad, que envió un escuadrón de oficiales paramilitares para rescatarla.
“Ese fue el peor día de mi vida”, comentó.
“No regreses”, la abucheaban los manifestantes mientras salía. Entre ellos, afirmó, había partidarios y colaboradores del gobernador de Wardak, Mohamed Arif Shah Jahan, a quien ella acusó de organizar la manifestación porque este estaba en contra del nombramiento de una mujer. No tuvieron éxito los intentos de comunicación con Jahan para que ofreciera comentarios.
Ghafari salió del pueblo, pero no en silencio. “Grité tanto, que me quedé afónica”, comentó. Fue directo al palacio presidencial en Kabul y les dijo a los funcionarios que no se rendiría tan fácilmente.
“Les dije que exigiría mi derecho al cargo incluso si tuviera que prenderme fuego frente al palacio”, señaló. “No se trataba de una amenaza trivial”.
Tuvieron que pasar nueve meses, pero finalmente Ghafari logró regresar, luego de que renunció Jahan y después de que se había dado a conocer en las redes sociales con la etiqueta #PelearéPorMiDerecho. Pero eso no significaba que sus problemas hubiesen terminado; nada más lejos de eso. Esto pronto se hizo evidente en una visita que recibió en Maidan Shar en la que se le vio en acción.
Empezó por concertar, o intentar hacerlo, una reunión de 20 funcionarios municipales, todos ellos varones. Algunos llegaron tarde y muchos se rehusaron a levantar la vista de sus teléfonos celulares. Varios hablaban unos con otros e ignoraban a Ghafari, hasta que finalmente ella les gritó. “Esta es una reunión formal. Si alguien tiene algún asunto personal que resolver, puede retirarse”.
Gracias a eso se calmaron y escucharon durante algunos minutos.
“Regresen a su puesto y hagan su trabajo”, dijo cuando dio por concluida la reunión. Después de que salió de la sala se escucharon risas sonoras.
En la calle, formó un grupo de trabajadores de limpieza municipales y auxiliares de la alcaldía con el fin de que distribuyeran bolsas de basura para la campaña Ciudad Limpia Ciudad Verde. No quiso que se uniera ningún reportero. “No tengo guardaespaldas”, dijo. “Según las normas, debería tener dos. No es seguro que salga”.
De inmediato se supo el motivo de su inquietud. Tan pronto como ella apareció, se reunieron en el bazar una multitud de hombres y muchachos que se apretujaron a su alrededor.
Casi nadie quiso tomar una bolsa de basura. Había basura regada por toda la calle. Ghafari se quedó en donde estaba y a menudo gritaba lo más fuerte que podía, pidiendo que la gente tomara las bolsas de basura y las usara. “Es nuestra ciudad; debemos mantenerla limpia”, decía. No puedo hacerlo sin su ayuda”.
Algunas personas se reían de ella, pero otras tomaban las bolsas. En ese lugar solo había una mujer con un burka que la cubría de los pies a la cabeza.
Señaló que ya había recibido amenazas de muerte por parte de los talibanes y del Estado Islámico. “Sé que me asesinarán, pero no son ellos a quienes temo”, comentó.
Afirmó que eran mucho más preocupantes las organizaciones criminales del lado del gobierno en la guerra, las cuales participan en el corrupto y lucrativo comercio de la tierra.
“La mafia asociada con la tierra es la que de verdad me asusta. Uno de sus integrantes se me acercó a decirme que me metería una bala en la cabeza si no me iba de aquí”.
Ghafari nunca pensó que trabajaría en el gobierno. Obtuvo su licenciatura en India y estaba estudiando su maestría en economía cuando, durante una visita a su casa el año pasado, su familia la animó a que presentara un examen para el servicio civil. Ghani había instituido los exámenes para hacer nombramientos de acuerdo con los méritos de las personas.
Además de sus estudios, Ghafari era una emprendedora que había abierto una estación de radio destinada a las mujeres de Wardak. Estaba de nuevo en India trabajando en su obtención de grado cuando recibió la llamada de una amiga. Le dijo que la oficina de Ghani había publicado en Facebook que había nombrado a Ghafari como alcaldesa de Maidan Shar.
“No creí que fuera a conseguir el empleo porque no soy una persona con poder político ni con dinero, pero cuando lo logré, supe que quería estar aquí y tratar de cambiar a la sociedad”, comentó.