Descubriendo Cuba, una isla de música

Descubriendo Cuba, una isla de música
La rumba fue desarrollada por los trabajadores portuarios en Matanzas. “Tocaban con lo que tuvieran a la mano”, relató Diosdado Enier Ramos Aldazábal, de 36 años, Foto/NYT

“El espectáculo empieza a las 10”, nos dijo Claudio, en la noche que llegamos a la remota ciudad costera de Gibara, en el noreste de Cuba. Estábamos buscando música cubana, y durante una semana, sucedía que nos aseguraban que una presentación iba a empezar a cierta hora, y luego teníamos que esperar horas en recintos vacíos mientras veíamos a los asistentes de sonido montar el equipo y esperábamos a que llegara la banda. Así que le pregunté a Claudio si el horario de las 10 realmente significaba las 10, o si, de hecho, se referían a la medianoche. Claudio, un amigo cercano de la banda que habíamos venido a ver, dudó y se rio: “Digamos que a las 11”.

El reloj de mi celular marcaba las dos de la mañana cuando finalmente subieron al escenario. En cuestión de segundos, nos vimos envueltos por el sonido: bongos, güiros, maracas, trompetas, saxofones y el falsete del cantante, quien se hace llamar Cimafunk.

Los nueve músicos de la banda no pasaron la noche tocando, estaban de fiesta. Cimafunk, cuyo nombre real es Erik Iglesias Rodríguez, fue el centro de atención con su cabello de diez centímetros de altura y de corte plano militar, su contoneo evocador de Bruno Mars, y su camisa hawaiana con estampado de leopardo que ondeaba con la brisa. La multitud de cientos de personas bailó hasta el amanecer con sus brazos en el aire; al parecer, se sabían la mayoría de las letras. Fue un momento mágico, uno que el fotógrafo Todd Heisler y yo habíamos estado persiguiendo en nuestro viaje por toda la isla.

A tan solo una hora en avión desde Estados Unidos, Cuba está empapada de música. Se escucha por doquier, emana de los bares, los hogares o las ceremonias religiosas. Para muchos visitantes, la música cubana se define por los sonidos tradicionales del Buena Vista Social Club o Celia Cruz. Sin embargo, la música cubana se expande mucho más allá de esos sonidos; sus raíces se remontan a África y Haití, Francia y España. Los géneros convergen y luego se separan, como parvadas de estorninos al atardecer, formando nuevas figuras y sonidos sin cesar.

En un esfuerzo por comprender a Cuba de mejor manera a través de su música, Todd y yo viajamos al este desde la ciudad capital de La Habana hacia Santiago de Cuba, en el sureste de la isla. Durante doce días, pasamos por baches, pueblos costeros y colinas verdes onduladas, en nuestra búsqueda de las raíces musicales de Cuba. Esperamos bajo la lluvia para ver conciertos a la medianoche, corrimos a plazas centrales para escuchar a las orquestas locales, e intentamos sentarnos a escuchar sin hacer crujir las tarimas durante varias sesiones íntimas de grabación.

“Les deseo suerte si van a tratar de describir la música cubana con palabras”, me dijo Claudio en tono de burla, cuando íbamos de regreso esa noche en Gibara, después de que hicimos una parada para comer un emparedado de cerdo. “La única forma de conocer la música cubana es escuchándola con tus propios oídos”.

FUSIÓN DE LA HABANA

El espectáculo del miércoles por la noche de Interactivo en La Habana es un buen lugar para empezar un recorrido por los muchos sonidos de la isla. Interactivo es una banda, pero también es un conjunto exclusivamente cubano de artistas individuales que tienen sus propios proyectos en desarrollo. Sus integrantes han cambiado de manera itinerante durante dos décadas. Cimafunk es uno de sus exmiembros.

Los techos bajos y el escenario redondo del recinto habitual de la banda, el Centro Cultural Bertolt Brecht, crean un ambiente tan pequeño e íntimo que sientes que podrías estirar la mano y tocar los bongos, si no estuvieras tan ocupado bailando.

La noche que fuimos, el lugar estaba repleto de una energía juvenil y con onda, las parejas giraban y se bamboleaban al ritmo de la música, mientras que los turistas se daban vueltas en la primera fila. Los fumadores con facha de esnobs se reunieron en el vestíbulo y el humo de sus cigarrillos flotaba por encima de la multitud.

Interactivo es una agrupación de doce integrantes, a veces más, a veces menos. Sus miembros son jóvenes y viejos, negros y blancos, hombres y mujeres. Su sonido no encaja en ningún género específico, aunque se le podría otorgar la etiqueta simplista de “jazz fusión cubano”, con trompetas prominentes, percusiones de conga y teclados eléctricos.

La historia de Cimafunk es típica de los músicos que vienen a La Habana para intentar lograr el éxito. Él creció en el oeste de Cuba; cantaba en la iglesia y pretendía convertirse en médico. Después de que se mudó a La Habana en 2011, pronto cayó en el estilo de vida de un artista en ciernes, lavaba autos de día y de noche dormía en el sillón de algún amigo. “A veces tocaba mi música en el parque de las ocho de la noche a las seis de la mañana, y luego dormía en el malecón”, me dijo riendo. En 2014, finalmente se ganó un lugar en Interactivo, y cantó con ellos antes de formar su propia banda; todavía se presenta con ellos en sesiones improvisadas de vez en cuando.

La respuesta fue casi inmediata. El álbum que la banda lanzó en 2017, Terapia, con canciones festivas como “Ponte Pa’ Lo Tuyo” y “Me Voy”, se hizo acreedor de los premios musicales más importantes de la isla. Ned Sublette, músico y académico de la música cubana, que es guía de recorridos musicales de la isla, dice que Cimafunk tuvo “el éxito del año en La Habana” con “Me Voy”: “Era una canción completamente irresistible e inescapable”.

RUMBA DE MATANZAS

A la mañana siguiente, nos fuimos de La Habana y nos dirigimos al este durante una hora y media hasta llegar a Matanzas, una ciudad portuaria que fácilmente pasa desapercibida, circundada por un río bordeado de palmeras silvestres. Ahí, los pescadores con la piel tostada por el sol andaban en bicicleta por las calles estrechas con sus cañas de pescar rebotando por detrás, y las calesas tiradas por caballos trotaban por ahí.

Matanzas es conocida por la rumba, y la encontramos cuando fuimos al hogar de la banda de rumba más destacada: Los Muñequitos (aunque también habríamos podido encontrarlos afuera del Museo Histórico Provincial el tercer viernes de cada mes).

Los Muñequitos son una banda, pero también son familia: muchos de los miembros son parientes, y ahora la banda está en su tercera generación.

Durante los siglos XVIII y XIX, Matanzas fue un centro para la trata de esclavos. Los esclavos traídos del oeste de África a Cuba para trabajar en las plantaciones azucareras y en los puertos idearon métodos para seguir practicando sus religiones africanas en secreto. La rumba fue desarrollada por los trabajadores portuarios en Matanzas. “Tocaban con lo que tuvieran a la mano”, relató Diosdado Enier Ramos Aldazábal, de 36 años, el músico miembro de Los Muñequitos mejor conocido como Figurín. “Tomaban tenedores, botellas de ron y cajas de cargamento y solo tocaban”, explicó. “No sé si la rumba es africana o cubana, solo sé que proviene de nuestro interior”.

La base de la rumba son las claves, un instrumento que a la vista de alguien ajeno se ven como dos bastones de madera de casi el mismo ancho y largo que una zanahoria. Sin embargo, las claves, en las manos de músicos de rumba como Los Muñequitos, se convierten en una conexión directa entre África y Cuba, y fungen como el director de la rumba, pues marcan el ritmo y el tono de todos los demás instrumentos, como las maracas, o el tambor batá, un tambor de la cultura yoruba que se afianza en el suelo y se palmea en la parte superior.

Por lo general, la composición de una rumba incluye otros elementos de percusión, y pronto se convierte en una multitud de sonidos, casi como una cascada de compases. Como la rumba es polirrítmica, es decir, que varios ritmos se unen en una misma canción, quizá a un extranjero le parezca un poco cacofónica o desorganizada. Pero si permites que tu mente deje de tratar de encontrar el ritmo, tendrás una mayor oportunidad de encontrarlo.

Las letras de las canciones de rumba hacen llamados a los orishas, los dioses de la cultura yoruba que rigen distintos elementos naturales como el viento, los relámpagos, el mar y, a su vez, las vidas de los creyentes. No obstante, las letras también exploran las realidades emotivas de la gente esclavizada que encuentra luz en la oscuridad. “La letra de la rumba habla sobre la felicidad”, explica Diosdado Ramos Cruz, el padre de Figurín, quien tiene 73 años y también es miembro de Los Muñequitos. “Esta era una forma de encontrar la felicidad aun sin tener dinero. Se trata de la superación”.

TROVA DE SANTA CLARA

Para cuando Yaíma Orozco subió al escenario, el patio central de El Mejunje en Santa Clara estaba repleto de veinteañeros sudorosos que se apretujaban en las gradas, fumando tantos cigarrillos que el humo se convertía en una especie de capa nubosa. Detrás de Orozco se instaló un percusionista y un contrabajista, pero todas las miradas se enfocaban en ella, la única mujer que había pisado el escenario esa noche, en su vestido rojo vivo.

Si la rumba se trata de superar los momentos difíciles, el género musical de la trova se trata de explorar los rincones oscuros de la tristeza. La trova es quizá la forma más pura de la tradición de los cantautores cubanos. Es un sonido simplificado, sumamente pasional y nostálgico, que se vuelve un cosquilleo auditivo con armonías impecables que podrían describirse como una mezcla entre el fado portugués y las pistas del lado B de Lennon y McCartney. Puede que la audiencia se quede sentada durante el espectáculo, pero quizá también baile, o tal vez llore.

Eso sucede, especialmente cuando se presenta Orozco.

Por encima del rasgueo de las cuerdas de la guitarra y el ajetreo del patio, Orozco levantó su mentón y cantó: “Es pá alegrarme la sombra. De un almendro que florece. Quiero ser agua de tu cascada”, imploró, antes de adentrarse en un solo de guitarra.

En toda Cuba, la mayoría de los músicos profesionales son hombres, y eso también es cierto en la trova. Sin embargo, Orozco, de 38 años, es una excepción encantadora. Ella describió su incursión en la trova como algo casi involuntario. “Sentí un flechazo en el pecho cuando escuché este tipo de música”, me dijo cuando estábamos sentadas en las gradas poco antes de su presentación.

Ella describe la trova como “una narrativa”, que a menudo puede ser personal o ajena: las canciones pueden tratar de experiencias en el amor y en la vida, o incluso acerca del drama de los cubanos que se van de la isla. Aunque las canciones de trova pueden tomar ritmos de cha-cha-chá o bossa nova, a fin de cuentas “siempre es una persona, una guitarra y una historia personal”, según describió Orozco. Además, la trova tiene una relación cercana con la poesía, pues sus letras desbordan con imágenes visuales y juegos de palabras, parecidas a los versos de Bob Dylan o Leonard Cohen.

CONGA DE SANTIAGO DE CUBA

Desde Santa Clara, la ciudad de Santiago de Cuba está a once horas y media en auto a través de la campiña. De camino, esquivamos vacas y baches, y desaceleramos ante la presencia de carritos tirados por burros y vaqueros galopando sobre sus caballos. Yo dormía a intervalos en el asiento trasero, mientras Todd intentaba guardar su cámara, aunque siempre pasábamos cerca de algo que hacía que la sacara de nuevo: dos ancianas adorables caminando de la mano por la calle, un auto amarillo brillante con una montaña de fondo, un hombre con un gallo de pelea bajo el brazo al lado de su Ford color verde fluorescente.

Cuando llegamos a Santiago fue como entrar a otro país. Los autos clásicos relucientes competían con miles de motocicletas que zumbaban al subir y bajar las colinas de la ciudad, dejando penachos azules de humo a su paso. Santiago es conocida como el lugar de nacimiento del ron Bacardi, lo cual tiene sentido ya que también es conocida como una ciudad fiestera. Mientras que las celebraciones de los carnavales en Brasil y Nueva Orleans suceden en febrero o marzo, en Santiago, el Carnaval es a finales de julio.

Los grupos de conga practican todo el año para el Carnaval, a menudo como parte de conjuntos musicales conocidos como comparsas que pueden incluir a bailarines disfrazados. Las agrupaciones representan a vecindarios específicos. El grupo de conga más famoso en Santiago actualmente es la Conga Los Hoyos. Planeábamos conocerlos en su salón de ensayos el día que llegáramos a Santiago, pero una vez ahí nos enteramos de que no había electricidad; el salón estaba caliente y oscuro, y el ensayo se había postergado.

Desanimados, salimos para reorganizarnos cuando escuchamos el sonido de los tambores a lo lejos. Corrimos en medio del tráfico, esquivando a las motocicletas que pasaban volando, y descubrimos una sorpresa muy agradable: un grupo de conga estaba ensayando en las calles del vecindario. Lo mejor de todo, la banda estaba conformada por niños: por pura suerte, el grupo era Conga Los Hoyos Infantil. Niños de 9 y 10 años golpeaban llaves de ruedas con palos y tocaban los tambores con sus palmas. Las niñas practicaban una coreografía, mientras que otras se les unían, sacudiendo sus botines al compás. Los vecinos se asomaban desde sus ventanas y gritaban desde sus puertas, y cuando el grupo cruzó una calle ajetreada, el tráfico se detuvo.

La banda de conga estaba haciendo ajustes de último minuto para su evento más importante del año: el Carnaval Infantil.

El sonido de la conga es predominantemente percusivo: reúne todo tipo de percusiones (“¡solo tomas cualquier cosa y empiezas a tocar!”, me explicó uno de los espectadores), pero normalmente siempre incluye un tambor quinto más agudo. La explosión ensordecedora de la conga nace de golpear barras metálicas contra frenos de motocicleta en forma de donas.

Después está el instrumento más idiosincrásico de la conga de Santiago: la corneta china. Fernando Dewar Webster, el líder de la banda más famosa de Santiago, El Septeto Santiaguero, me dijo una noche que el instrumento se añadió a la conga de Santiago por azar: “Un grupo de conga empezó a usarlo durante el Carnaval, y al año siguiente otros grupos de conga empezaron a incorporarlo también”. El cornetista toca su instrumento mientras camina para atrás frente a la banda, y la gente que sigue a la corneta levanta sus brazos sudorosos, cierra los ojos y baila.

CHANGÜÍ DE GUANTÁNAMO

A diferencia de otros géneros de música cubana, cuyos límites pueden ser difusos, el changüí tiene un carácter aislado, tanto estilística como geográficamente. “Solo podrías escuchar el changüí en el este”, comentó Sublette. Así que viajamos más allá de las pasturas secas de ganado en el vientre de Cuba, hacia el sureste montañoso con temperaturas tropicales, y, en un giro insólito, terminamos en un sofisticado estudio de grabación.

Sucede que Changüí Guantánamo, uno de los grupos principales de changüí, estaba grabando un álbum en el estudio del gobierno cuando llegamos a la ciudad, y nos invitaron a presenciarlo, muy silenciosamente.

El changüí es distinto de otros tipos de música cubana por una razón fundamental: no hace uso de los patrones rítmicos de las claves que sirven de base en los otros géneros. Como resultado, el changüí puede sonar como algo “no cubano” para el oyente. “Honestamente, a muchas personas no les gusta el sonido del changüí, no lo entienden”, mencionó Benjamin Lapidus, quien escribió el primer libro acerca del género.

El changüí es considerado como un predecesor del son montuno que, a su vez, es considerado como el predecesor de la salsa. “El changüí es para Cuba lo que el blues es para la música estadounidense”, explicó Lapidus. “Es la raíz”.

Sin embargo, el instrumento que distingue al changüí es la marímbula.

La marímbula es como una gran caja. Al frente de la caja, hay una hilera de placas metálicas anchas que cubren orificios tallados en la madera. El marimbolero se sienta sobre la caja, y extiende sus manos entre sus piernas para pulsar las placas de metal, cuya vibración se acumula dentro de la caja y emana de los agujeros con profundas notas graves. La marímbula establece la línea del bajo, y funciona como un sonido base esencial, pero también tiene una cualidad efímera y lejana, como estallidos ahogados, lo cual dota al changüí de una atmósfera de ensueño. Al escuchar la marímbula en el estudio, podíamos sentir las vibraciones en las plantas de los pies, un zumbido que exige levantarse y bailar.

Yolexi Rodríguez Macarro, el marimbolero de Changüí Guantánamo, me explicó mientras tocaba las placas de la marímbula: “Este es el corazón del changüí”.

A lo largo de nuestra travesía por la isla, nuestra comprensión de la música cubana se volvió más profunda con la inclusión de instrumentos y géneros que jamás habíamos escuchado. Me hizo pensar en todos los conciertos y las fiestas callejeras a altas horas de la noche que nos habíamos perdido, todos los sones que aún no conocíamos, en esta isla rebosante de sonido. Mientras el avión despegaba, recordé algo que me dijo Cimafunk: “Siempre puedes entender más sobre la música cubana, cuanto más sigas indagando”.

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