Pedro Almodóvar es divertido en las fiestas, pero las fiestas no siempre son divertidas para Pedro Almodóvar.
“Con el paso del tiempo, socializar me ha agotado de verdad”, afirmó Almodóvar en septiembre, poco después de haber volado desde su casa en Madrid al Festival Internacional de Cine de Toronto para presentar su película más reciente, “Dolor y gloria”.
Fue sorprendente escuchar esa afirmación de un director cuyas primeras películas, incluyendo “La ley del deseo” (1987) y “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1988), con frecuencia parecían admitir de todo y tenían la pícara apariencia de una concurrida bacanal. Durante dos días en Toronto, Almodóvar había cumplido con facilidad una ambiciosa agenda de compromisos con la prensa como si estuviera hecho para conversar de cualquier cosa en una segunda lengua.
No obstante, a su regreso a Madrid, Almodóvar confesó en una llamada telefónica que, en años recientes, a medida que ha envejecido (su cumpleaños número 70 fue el 25 de septiembre) había comenzado a aislarse a propósito. “La gente ha dejado de sorprenderme, han dejado de emocionarme. Y por otro lado está el dolor”. Hizo una pausa. “El dolor no es algo que puedas compartir con otras personas”.
La cinta “Dolor y gloria”, que es asombrosamente personal, cambiará esa situación: después de probar suerte con un par de adaptaciones en “Julieta” (2016) y “La piel que habito” (2011), y luego una efervescente comedia en “Los amantes pasajeros” (2013), Almodóvar se ha volcado a la introspección. “Dolor y gloria”, una mirada en retrospectiva a los deseos y sentimientos profundos que lo han moldeado, todo originado en un cuerpo que ha comenzado a volverse en su contra conforme va saliendo de la mediana edad, es una obra de arte silenciosa que cierra su carrera con broche de oro.
Antonio Banderas protagoniza esta cinta como Salvador Mallo, un cineasta que está basado en Almodóvar de manera tan evidente que incluso utiliza la ropa del director y vive en una réplica del elegante apartamento de Almodóvar. Mallo se hizo famoso con espectaculares comedias sexuales españolas, pero, cuando lo conocemos, está tan azotado por el dolor del envejecimiento que no tiene la energía de seguir creando.
Esos dolores adoptan muchas formas, tanto físicas como espirituales. Mallo está debilitado por las migrañas frecuentes y los espasmos de su espalda, además de ser perseguido por una relación del pasado que terminó a causa de las drogas, además de una madre a la que siente que le ha fallado. Todos estos padecimientos fueron tomados de la propia vida de Almodóvar, y esa franqueza tomó a Banderas desprevenido al leer el guion. “Había cosas que jamás creí que fuera a revelar, ni siquiera a sus amigos”, dijo Banderas. “Pedro es una persona muy reservada”.
Eso no significa que Almodóvar siempre haya sido tímido: el cineasta se forjó con la Movida Madrileña, un estridente movimiento contracultural que se extendió por todo Madrid a su llegada en 1969, y desde siempre ha tenido uno de los puntos de vista más provocativos en la industria cinematográfica. Sin miedo a derribar los tabúes sociales y sexuales, por lo general llena sus películas con un exceso de sentimientos, comedia, lujuria y color, como un niño que va a elegir un crayón y se roba toda la caja.
No obstante, “Dolor y gloria” fue distinta. Con todo su entusiasmo a libro abierto, seguía habiendo cosas que Almodóvar mantenía ocultas, en especial el grado de dolor desgarrador que estaba soportando como una humillación diaria. Después de enviarle el guion a Banderas y al resto de sus colaboradores habituales, incluyendo a la actriz Penélope Cruz y a su hermano, el productor Agustín Almodóvar, “todos ellos se me acercaron bastante preocupados”, recordó Almodóvar. “Preguntaban: ‘¿De verdad estás tan acabado como Salvador? ¿Tanto estás sufriendo?’”.
Por fortuna, hay algunas diferencias clave. Mallo recurre a un hábito recién descubierto de consumir heroína para lidiar con su dolor, mientras que Almodóvar jura que jamás ha tocado la droga. Aunque Banderas lleva su cabello canoso y despeinado para interpretar al personaje, este no le hace justicia a la famosa melena de Almodóvar que parece un diente de león, una señal de que esto es mucho más que una personificación sencilla. (En mayo, Banderas ganó el trofeo al mejor actor en el Festival de Cine de Cannes por su profunda actuación).
Estos días, socializar podría estar pasándole factura a Almodóvar, pero sigue siendo bueno en eso. Cuando nos sentamos a hablar en Toronto, se mostró parlanchín y simpático, y me quiso sacar detalles sobre una fiesta a la que no había asistido la noche anterior. (“¿Fue Jennifer López?”, preguntó, listo para chismear). Frente a nosotros se sentó su intérprete. Aunque Almodóvar tiene un inglés rápido y fluido, con frecuencia alterna con el español como alguien que de pronto empieza a cantar en un musical.
Es fácil notar qué fue lo que hechizó a Banderas hace tanto tiempo en el Café Gijón de Madrid, donde el joven actor se había reunido con otros histriones del cercano Teatro María Guerrero. Era el año de 1981 y Almodóvar, quien recién acababa de terminar su primer largometraje, “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón” (1980), se había acercado al grupo para llamar la atención. “Apareció con su portafolio rojo de plástico y habló (bastante) en un hermoso monólogo”, recordó Banderas. “Al cabo de veinte minutos, se levantó, me miró y dijo: ‘Deberías hacer películas. Tienes un rostro muy romántico’, y se marchó”.
Banderas les preguntó a sus compañeros actores quién era el monologuista misterioso: “Me respondieron: ‘Se llama Pedro Almodóvar. Acaba de dirigir una película, pero jamás rodará otra’”. Banderas resopló al recordarlo. “Quisieron ser profetas, algo muy común en mi país, y se equivocaron tremendamente”.
A medida que sus perfiles cobraron notoriedad, en especial después de la nominación a los Premios Oscar de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y “¡Átame!” (1989), Hollywood comenzó a buscarlos. Únicamente Banderas se lanzó al ruedo y trabajó en grandes películas como “Filadelfia” (1993) y “La máscara del Zorro” (1998). Almodóvar, a quien le ofrecieron la posibilidad de dirigir comedias como “Sister Act” (1992), decidió quedarse en España.
“Debo confesar que lo extrañé bastante a inicios de la década de 1990”, dijo Almodóvar. “Tenía la impresión de que un día, cuando fuéramos mayores, nos encontraríamos de nuevo, pero tampoco me corría prisa por ese rencuentro. En mi cabeza, quería reconectar con un Antonio de más edad, más maduro, más adulto, como si toda esa energía juvenil ya hubiera explotado”.
No obstante, esa reunión tardó dos décadas en ocurrir y, cuando finalmente llegó, las cosas no sucedieron con soltura. Almodóvar eligió a Banderas para interpretar a un cirujano plástico sociópata en “La piel que habito”, y ambos habían cambiado bastante en el ínterin. Almodóvar se encontraba en una nueva etapa de su carrera, tenía una dirección más pulida, había ganado premios Oscar con melodramas como “Todo sobre mi madre” (1999) y “Hable con ella” (2002), mientras que Banderas se había convertido en una estrella de Hollywood, floreciendo lejos de la tutela de Almodóvar.
Con el tiempo, Banderas accedió a las peticiones del director y, una vez que vio el corte final, dijo, quedó impresionado con lo que Almodóvar había logrado que hiciera. Aun así, después de todo eso, no tenía razones para esperar que su viejo colega le diera otro papel protagónico. El tiempo había pasado y quizá el momento de ambos también.
“El dolor es pasivo”, dijo Almodóvar. “No es fácil filmar a alguien que está adolorido… no es cinemático en absoluto”. Así que cuando comenzó a escribir “Dolor y gloria” no tenía en mente a Banderas para interpretar al protagonista: ¿De qué serviría la vitalidad ilimitada del actor en un personaje taciturno como ese?
Entonces, Almodóvar se encontró una fotografía de Banderas mientras este se recuperaba de una cirugía posterior a un paro cardiaco en 2017. “Vi la experiencia del dolor en su rostro, y eso era muy importante para el personaje”, dijo Almodóvar. Sabía que había encontrado a su Mallo, y ahora, a manera de una ironía digna de sus películas, Almodóvar sería la musa de Banderas.
Esta vez en el plató, el director y el actor estaban en sincronía: en lugar de encarnar a Almodóvar, Banderas debía hacer una interpretación sutil. “De cualquier manera terminaba robándose las escenas de otros personajes debido a esa sutileza”, dijo Almodóvar riendo, pero el personaje funcionó como la pipa de la paz: Banderas lo interpretó como un tributo al hombre que había transformado su vida y, cuando Almodóvar fue a abrazar al actor el último día de rodaje, rompió en llanto.
“Fue impactante para todos en el plató: para el director de reparto, el director de arte, todo mundo”, añadió Banderas. “Él no es así. Pedro es un tipo duro”.
Almodóvar estaba tan sorprendido como el resto. A pesar de que echó mano de muchas experiencias de su vida para hacer la película, cuando estaba en el plató había intentado tratar a Mallo como un personaje, alguien separado de sí mismo. En ese momento, mientras abrazaba a Banderas, todo eso desapareció y no podía dejar de llorar.
Entonces, en lugar de mantenerse estoico a sus 70 años, dijo: “Creo que necesito liberarme de todo eso. Necesito abrirme más”. Es cierto que a Almodóvar le ha costado trabajo compartir su dolor con otras personas, pero también es cierto que, en ese momento, le resultó más complicado no hacerlo.