Cuando mi tía Gert tuvo un ataque cardiaco como a los 75 años, el médico que la trató le dijo que no era el primero. Las pruebas que le practicaron para evaluar el daño a su corazón revelaron una sección de músculo muerto que era resultado de un infarto previo que no se identificó.
En algún momento de su vida había tenido lo que los médicos llaman un “infarto silencioso de miocardio” (SMI, por su sigla en inglés); se dice que es silencioso porque ningún síntoma que haya tenido en ese momento se registró como relacionado con su corazón y no se le brindó atención médica.
Mi tía tuvo suerte. Sobrevivió a su segundo ataque y, al mantener los factores de riesgo cardiaco bajo control, vivió dos décadas más sin más problemas relacionados con el corazón.
Hay millones de personas en el país que, al igual que mi tía, no se enteran de que han tenido un SMI y están en un mayor riesgo de sufrir otro más evidente que podría provocarles un daño severo al corazón y quizás la muerte.
Podríamos pensar que un ataque cardiaco silencioso es mejor que uno evidente: “Si no lo sabes, no puede hacerte daño”. Por desgracia, sí puede. Aunque puede ser angustiante saber que estamos en riesgo de un ataque al corazón, no saberlo puede tener consecuencias mucho más graves y dar lugar a que sigamos viviendo de una manera que ponga en peligro la salud de nuestro corazón y nuestra vida.
Un ataque cardiaco identificado es una advertencia para adoptar medidas médicas y de estilo de vida que reduzcan al mínimo los peligros para el corazón, como mantener la presión arterial y el colesterol a niveles normales, dejar de fumar, bajar de peso cuando existe sobrepeso, hacer ejercicio con regularidad y controlar la diabetes tipo 2. Si la dieta y el ejercicio no ofrecen la protección suficiente, existen medicamentos que pueden ayudar.
Incluso sin medicamentos, si todos los que están en mayor riesgo coronario adoptaran un estilo de vida saludable para el corazón, “se reduciría un 80 por ciento la incidencia de las enfermedades del corazón”, me dijo Rekha Mankad, cardióloga y directora del Centro de Cardiología para Mujeres de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota.
Estudios recientes realizados en Islandia y Finlandia, cuyos ciudadanos mantienen historiales clínicos excelentes, han ayudado a determinar la frecuencia con la que ocurren los SMI y las consecuencias a largo plazo que se les asocian. Los descubrimientos, publicados en JAMA Cardiology en octubre pasado, subrayaron la suma importancia de no esperar hasta que el corazón nos envíe una señal clara de que su capacidad para mantenernos con vida está en peligro; más bien, hay que reconocer la presencia de factores de riesgo coronario y tomar medidas preventivas para controlarlos antes de que sea demasiado tarde.
Tal vez fue más revelador el estudio exhaustivo que se realizó en Islandia con 935 hombres y mujeres que al inicio tenían de 67 a 93 años y a quienes se les dio seguimiento durante más de 13 años. Cuando se inscribieron al estudio, a cada participante se le practicó una prueba no invasiva llamada resonancia magnética del corazón, la cual puede mostrar de manera confiable si ya ha ocurrido un ataque cardiaco silencioso. Inicialmente, se descubrió que el diecisiete por ciento había tenido un SMI y el diez por ciento había tenido un ataque identificado al corazón .
Después de los primeros tres años de seguimiento, no hubo diferencia en el índice de fallecimientos entre quienes tuvieron un SMI y los que no. El índice de mortalidad en ambos grupos fue del tres por ciento, significativamente menor que el índice de mortalidad entre los participantes que sufrieron un infarto identificado.
Sin embargo, con el paso del tiempo, les fue cada vez peor a quienes habían tenido un SMI. A los diez años de haberse inscrito, la mitad de los participantes con antecedentes de ataques cardiacos silenciosos habían muerto, un índice de mortalidad que no era diferente al de los hombres y las mujeres que se inscribieron en el estudio con antecedentes de ataques cardiacos identificados.
Pese a que la muerte fue el resultado más grave después de un SMI, también había un gran riesgo de desarrollar insuficiencia cardiaca congestiva, la cual hace que las personas tengan cada vez más dificultad para respirar y se fatiguen mucho. Las piernas se hinchan, se acumulan líquidos alrededor del corazón, se reduce mucho la tolerancia al ejercicio y, al final, los pacientes dependen de dosis de oxígeno complementarias. La mitad de quienes desarrollan insuficiencia cardiaca congestiva mueren dentro de un periodo de cinco años a partir del diagnóstico, un índice de mortalidad parecido al de algunos tipos de cáncer.
El segundo estudio reciente, publicado en JAMA Cardiology en julio, detalló hallazgos de las autopsias de 5869 hombres y mujeres de 65 años que habían muerto de manera repentina en Finlandia, donde ese procedimiento se realiza de manera automática cuando se trata de ese tipo de muertes. En 1322 personas que no tenían antecedentes de arteriopatías coronarias aparecieron indicios de un SMI. Además, se descubrió que quienes sufrieron una muerte cardiaca súbita al estar practicando alguna actividad física, con mayor frecuencia tenían el corazón agrandado, lo cual es una señal de tensión anormal cuando el corazón tiene problemas para cubrir las necesidades corporales de oxígeno y nutrientes.
Los autores observaron que un corazón agrandado es en sí un factor de riesgo de muerte cardiaca súbita, pero cuando se combina con las cicatrices que deja un SMI anterior en el músculo cardiaco, el pronóstico empeora.
“Las personas que tuvieron un SMI no estaban enteradas de su enfermedad y es probable que no hayan restringido su actividad física cuando ocurrieron los síntomas no identificados”, escribieron los autores de la Universidad de Oulu en Finlandia y de la Escuela de Medicina Miller de la Universidad de Miami. También sugirieron que un corazón con cicatrices puede desencadenar ritmos cardiacos anormales y provocar una muerte súbita al hacer ejercicio.
“Un ataque cardiaco silencioso no siempre es tan silencioso, pero sus síntomas —ligero malestar en el pecho, acidez, náusea, dificultad para respirar— aparecen en muchas personas y normalmente se atribuyen a otras causas y no se les brinda atención médica”, me comentó Robert O. Bonow, cardiólogo de la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad del Noroeste. Es poco probable que las mujeres, cuyos síntomas casi siempre son imprecisos, se den cuenta de que están sufriendo un ataque al corazón.
No es viable económicamente, ni en la práctica, examinar a grandes grupos de personas para buscar evidencias de un SMI. Pese a que un electrocardiograma, que a menudo se realiza antes de una cirugía y, en ocasiones, en una consulta con nuestro médico personal, muestre cicatrices en el corazón de algunas personas, “no es tan preciso como la resonancia magnética del corazón que se utilizó en el estudio de Islandia”, señaló Bonow.
“Aunque no se recomienda realizar un examen con resonancia magnética del corazón, sí se recomienda identificar los factores de riesgo”, escribió el cardiólogo en un editorial que acompañaba al estudio de Islandia.
“Es importante que los médicos sepan quiénes están en riesgo y les receten los tratamientos adecuados para reducir ese riesgo”, afirmó. “A pesar de que está en la naturaleza humana ignorar ciertas cosas hasta que surge alguna situación, adoptar un tratamiento preventivo puede salvarnos la vida. En Estados Unidos, los ataques cardiacos son la principal causa de muerte repentina en personas a partir de los 65 años”.
Mankad sugirió que para las personas que tienen un riesgo alto o que se sospecha que han sufrido un ataque cardiaco silencioso, los médicos podrían recomendar un estudio de escaneo, como un ecocardiograma en reposo, una prueba de esfuerzo nuclear y, para las personas que pueden hacer ejercicio, un ecocardiograma con una prueba de esfuerzo.