Primero, me miró con sus ojos irresistibles de cachorrita, demandando mi atención. Después, cada vez que dejaba de acariciarla, empujaba mi mano con su nariz y la volteaba hacia ella. Sé un poco del idioma perruno, pero ese mensaje me quedaría clarísimo de cualquier forma: “No te detengas”.
Estábamos en la oficina que tiene en su propia casa Clive Wynne, un psicólogo de la Universidad Estatal de Arizona especializado en el comportamiento canino. Él le pertenece a Xephos, una perra de raza mixta que la familia Wynne encontró en un refugio en 2012.
El libro de Wynne es un argumento extendido sobre lo que hace a los perros especiales: no cuán inteligentes son, sino cuán amigables. El afecto desvergonzado e indiscriminado que le demuestra Xephos tuvo un impacto tanto en su corazón como en su razonamiento.
Mientras Xephos empujaba mi mano para que la siguiera acariciando, Wynne describía los cambios genéticos que ocurrieron en algún punto de la evolución canina y que, según él, podrían explicar por qué los perros son tan sociables con miembros de otras especies.
“Oye”, le dijo Wynne a su perra mientras ella inclinaba la cabeza para disfrutar plenamente de mis mimos, “¿desde cuándo tienes estos genes?”.
La sociabilidad de los perros es indudable. Sin embargo, Wynne no está de acuerdo con la opinión científica de que los perros tienen una habilidad única para comprender a los humanos y comunicarse con ellos. Él piensa que tienen una capacidad única de experimentar “amor entre especies”, una frase que ha decidido utilizar, dejando de lado décadas de inmersión en la jerga científica.
“Dog Is Love” es uno de varios libros sobre perros que se han publicado este año y uno de una avalancha de obras similares que han salido en la última década. Brian Hare, antropólogo evolutivo e investigador del comportamiento canino de la Universidad Duke, así como fundador del Centro de Cognición Canina de Duke, hace poco escribió que hay 70.000 libros sobre perros en el catálogo de Amazon.
Desde el año 2000, más o menos la época en la que resurgieron las investigaciones sobre los perros, un número pequeño pero significativo de esos libros ha sido escrito por científicos para el público en general. Al igual que “The Genius of Dogs”, de Hare, publicado en 2013, estos libros hablan sobre lo que sucede dentro del corazón y la mente de un perro. La mayoría hace énfasis en la mente.
El libro de Wynne se contrapone al de Hare en cuanto a la importancia de la capacidad de pensar de los perros, la cual Hare considera una parte crucial de su vínculo con los humanos. Al utilizar la palabra “amor”, quizá el libro de Wynne atraiga a muchos dueños de perros que están perdidamente enamorados de sus fieles amigos. Pero también podría decepcionarlos. La razón por la que los perros son “una historia de éxito tan maravillosa” es debido a su capacidad de conectar con otras especies, afirma, no solo con los humanos.
Si un perro se cría con ovejas, va a amar a las ovejas. Si un perro crece con cabras, va a amar a las cabras. Si un perro se cría con personas… ya saben qué va a pasar.
Algunos tipos de lobos que ahora están extintos eran muy apegados a los humanos hace 15.000 años o más porque teníamos ricas sobras de comida, o al menos eso dice la teoría dominante, aunque la verdad sobre lo que sucedió ha quedado perdida en el tiempo. Al parecer, a los humanos les caían bastante bien los lobos renegados y, con el tiempo, empezaron a controlar su crianza y los dejaban dormir en colchas en el suelo.
Ahora bien, como dijo en octubre Wynne en una charla en la Conferencia Internacional de Ciencia Canina en Phoenix, los perros son un éxito impresionante de la evolución. Los lobos, no tanto. “Por cada lobo sobreviviente en este planeta, hay al menos 3000 perros”. Aunque nadie viste a un lobo con un disfraz ridículo de Halloween.
A principios de la década de 2000, cuando Wynne comenzó sus investigaciones sobre los perros, uno de sus experimentos fue hacer un seguimiento del trabajo de Hare, quien había llegado a la conclusión de que los perros eran mejores que los lobos o que otros animales para seguir las instrucciones de los humanos. En particular, los perros obedecían mejor que otros animales cuando los humanos apuntaban con el dedo. Wynne y Monique Udell, una conductista animal de la Universidad Estatal de Oregon, esperaban confirmar los hallazgos de Hare.
Los lobos que eligieron para el estudio estaban domesticados y socializaban en el Wolf Park, en Lafayette, Indiana. Wynne dijo que descubrió que los lobos eran igual de buenos para seguir los señalamientos humanos que los perros domésticos.
Hare y sus colegas respondieron a esto cuestionando si en realidad se podían comparar los experimentos, ya que los perros tienen una habilidad innata para seguir lo que los humanos señalan sin haber recibido la atención especial que se les dio a los lobos. El debate sigue abierto.
La segunda parte del argumento de Wynne está relacionada con cuán sociales son los perros. No cabe duda de que pueden establecer un vínculo con la gente de una manera que otras especies caninas no pueden replicar. Wynne describió un experimento que demostraba que, si un cachorro pasa 90 minutos al día durante una semana con un humano en cualquier momento antes de cumplir las 14 semanas de edad, se sentirá cómodo con los humanos y podrá interactuar con ellos.
Lo interesante es que el experimento no encontró ningún factor genético absoluto sobre la conexión entre los perros y los humanos. Si no tienen contacto con los humanos cuando son jóvenes, los perros pueden desconfiar de los humanos tanto como los animales salvajes. Los lobos no socializan con tanta facilidad. Requieren interactuar con los humanos 24 horas al día durante muchas semanas cuando son cachorros para desarrollar más tolerancia hacia los humanos, y nunca se vuelven tan cariñosos como Xephos.
La evidencia del afecto que sienten los perros hacia los humanos va más allá de las acciones que se pueden observar en Xephos y otros perros como ella. Gregory Berns, neuroeconomista de la Universidad Emory, quien se sintió atraído al estudio de los animales porque quería entender qué pensaba su propia perra, Callie, usó máquinas de resonancia magnética para observar qué sucedía en sus cerebros.
Uno de sus hallazgos fue que la parte del cerebro perruno que se ilumina cuando escuchan la voz de sus dueños es la misma parte que se enciende en el cerebro humano cuando sentimos cariño por alguien o algo. Su primer libro se titula “How Dogs Love Us”.
Alexandra Horowitz, directora del Laboratorio de Cognición Canina en Barnard College en Nueva York y escritora prolífica de obras sobre perros, también ahondó brevemente en la cuestión del amor en su nuevo libro “Our Dogs, Ourselves”.
Es evidente que los perros tienen sentimientos, escribió, pero advirtió que también es seguro que esos sentimientos no son iguales a los de los humanos. Argumentó que tampoco debemos asumir que los perros se ubican entre los robots y los “homo sapiens” en un espectro emocional. En su libro escribió: “Hasta donde sabemos, la experiencia emocional de los perros es mucho más compleja que la nuestra”.
Una parte central de esa experiencia, aunque su complejidad se desconoce, es el placer que siente un perro en presencia de humanos. La intensidad de ese placer y la facilidad con la que se genera, dijo Wynne, están integradas en el genoma del perro.
Wynne descubrió esto en la investigación que realizó con Bridgett vonHoldt, bióloga molecular de la Universidad de Princeton. Junto con un equipo de investigadores, ella identificó genes en los perros que en los humanos se asocian con el síndrome de Williams-Beuren, un trastorno genético poco común. Uno de sus muchos síntomas es la amabilidad indiscriminada. Wynne y Udell trabajaron con VonHoldt en un estudio posterior sobre lobos y perros que vinculó el comportamiento con la genética. Llegaron a la conclusión de que los genes que se relacionan con el síndrome de Williams-Bueren se encuentran hasta en los perros menos amistosos en comparación con los lobos.
Sugirieron que los humanos tal vez han seleccionado a los perros amistosos a lo largo de miles de años de domesticación y quizá los genes de Williams-Beuren sean uno de los resultados de ese proceso. Otros científicos han sido precavidos con estos resultados, pues consideran que este estudio plantea una hipótesis intrigante que requiere más investigación.
Ya sea que estos genes estén involucrados o no, al parecer los humanos han moldeado a los perros a fin de que sean amigables con otras especies además de las personas. Según parece, los cachorros que interactúan con cualquier otra especie cuando son suficientemente jóvenes forman un lazo fuerte con esa especie.
Los perros tienen “una predisposición anormal para formar vínculos emocionales fuertes con prácticamente cualquier cosa que se cruce en su camino”, dijo Wynne. “Y mantienen esta cualidad durante toda su vida. Esto aunado al hecho de que tienen una disposición y un interés por interactuar con desconocidos”.
La manera y el momento en los que este amor voluntario, o hipersociabilidad, evolucionó en los perros es materia de debate. La teoría de Wynne es que algunos lobos de la antigüedad empezaron a relacionarse con los humanos hace 15.000 años o más y se convirtieron en perros; después, los humanos comenzaron a vivir en asentamientos y la agricultura prosperó hace unos 8000 años, entonces los humanos empezaron a criar perros a fin de que fueran amigables, causando las diferencias genéticas que encontró VonHoldt. Con suerte, las investigaciones futuras sobre el ADN de los perros modernos y antiguos demostrarán si tiene razón.