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Opinión: Una dieta climática de Año Nuevo

Opinión: Una dieta climática de Año Nuevo
Imagen Ilusrativa/ NYT

¿CUÁNTAS TONELADAS DE EMISIONES PODEMOS REDUCIR EN EL NUEVO AÑO?

La mayoría de las dietas no funcionan. Su principal falla radica en que, después de un periodo de comilonas (por ejemplo, anoche), nos ponemos metas poco realistas para reformar de una manera radical nuestros malos hábitos. Con el tiempo, el autocontrol colapsa y ansiamos abrir la despensa para atascarnos otra vez de comida.

Sucede lo mismo con la dieta de carbono en Estados Unidos. Después de un periodo de comilonas (digamos, el siglo pasado), Estados Unidos es el más vasto emisor de dióxido de carbono de las diez principales economías del mundo. En 2016, el estadounidense promedio generó unas quince toneladas métricas de carbono por persona al año, de acuerdo con los datos más recientes disponibles, según la Agencia Internacional de la Energía. En comparación, la esbelta Francia pesó 4,5 toneladas per cápita e India solo 1,6 toneladas por persona al año.

Para lograr que el planeta entre en equilibrio se necesitaría una meta global per cápita a medio camino entre la producción de Francia e India: tres toneladas métricas para 2050, de acuerdo con un informe de 2011 de Naciones Unidas. Todo esto podría provocar que los estadounidenses escrupulosos quieran llevar la camioneta familiar al cuerpo de agua más cercano y subsistir solo con rábanos producidos localmente. Sin embargo, estoy casi seguro de que, como sucede con los regímenes alimentarios, una dieta extrema de carbono no durará y quienes la practiquen pronto recuperarán su camioneta y harán trampa comiendo hamburguesas con tanta frecuencia que esos rábanos producidos localmente se pudrirán en la caja de las verduras.

No obstante, algunas dietas sí funcionan. Las dietas eficaces suelen tener metas modestas, pues incorporan cambios sutiles cuyos resultados se ven tras largos periodos. No cabe la menor duda de que debemos transformar de una forma radical las raíces de nuestra economía y luchar por lograrlo con un intenso compromiso social y político. Sin embargo, abunda la inercia. No todos los estadounidenses bien intencionados se involucrarán en una larga lucha política. Por fortuna, para los sedentarios en el tema del carbono, hay cambios sostenibles más pequeños que podrían permitir que muchos de nosotros pasemos de ser obesos en carbono a simplemente tener sobrepeso de carbono.

A continuación presentamos una especie de lista del supermercado para los inertes políticos, cosas que se pueden hacer sin muchísimo esfuerzo y que harán del 2020 un año de carbono más delgado:

Come pollo. Se ha dicho mucho sobre los beneficios que tiene para el clima volverse vegano. Si cambiamos a una dieta vegana, podríamos reducir nuestras emisiones de dióxido de carbono entre 0,3 y 1,6 toneladas métricas por persona al año. Yo he realizado este cambio, pero dudo que pueda persuadir a una gran parte del país para que elija proteínas de guisantes en vez de un estofado, aunque vengan empaquetadas como carne Beyond Meat o de Impossible Foods. Para los reacios a las legumbres, el pollo tiene un impacto relativamente bajo. De acuerdo con un estudio que publicó la organización sin fines de lucro Environmental Working Group, la carne de res puede costar más de 27 kilogramos de dióxido de carbono por kilogramo de carne ingerida (muchísimo más si comparas los alimentos con base en el contenido proteínico por unidad de peso). No obstante, un kilo de pollo le cuesta unos 6,9 kilogramos de dióxido de carbono al planeta. Es cierto, no es tofu (2,0) ni son lentejas (0,9), pero la mayoría de los machos estadounidenses saben cómo cocinarlo.

O pescado. Los pescados y mariscos pueden ser unas comidas sorprendentemente ligeras en dióxido de carbono, aunque no todos los productos del mar disminuyen nuestra cintura de emisiones. El marisco favorito de Estados Unidos, el camarón, puede superar por mucho al pollo e incluso rivalizar con el cerdo. Al mismo tiempo, un kilogramo de la mayoría de los pescados con aletas que atrapan los estadounidenses incluso supera al tofu con 1,6 kilogramos de emisiones de dióxido de carbono. Además, dependiendo de la forma en la que ajustes el contenido de nutrientes, algunas variedades de mejillones de criadero pueden costar tan solo 0,6 kilogramos de carbono por kilogramo de carne de mejillón. ¡Tomen eso, lentejas!

Mejor no hagas nada. A los estadounidenses ocupados, en verdad les preocupa tener que hacer algo por abordar la crisis climática en sus vidas de por sí atareadas. Sin embargo, no hacer nada puede ayudar más que hacer algo. Un estudio de 2018 publicado en la revista Nature advierte que el turismo representa casi el ocho por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Tan solo un vuelo de larga distancia emite más o menos media tonelada de carbono por persona o una tonelada entera de gases de efecto invernadero si se consideran otros gases que los aviones dejan en la atmósfera superior. Los viajes aéreos en clase ejecutiva o primera clase generan de tres a cuatro toneladas de carbono por cada vuelo de larga distancia, por el espacio excesivo que ocupan esos asientos más lujosos. Así que no hacer nada en casa durante tus próximas vacaciones es una opción sencilla. Otra opción de reducir emisiones sin hacer nada es apagar tu auto en vez de dejar en reposo el motor, pues esto representa unos 30 millones de toneladas métricas de emisiones de dióxido de carbono al año en Estados Unidos.

Cambia la forma en que otras cosas en tu vida no hacen nada. De manera similar, cuando tus electrodomésticos no hacen nada, a menudo están quemando combustibles fósiles. La alimentación de reserva representa un 4,6 por ciento de las emisiones de carbono residenciales. Soluciona esto apagando tu ruteador de internet en la noche, apagando por completo tu computadora, desconectando tu teléfono celular cuando ya esté cargado y comprando electrodomésticos que tengan bajos requisitos de alimentación de reserva. Para ir más allá del ahorro de la alimentación de reserva, Karl Coplan, autor de Live Sustainably Now”, sugiere “privar a las empresas de combustibles fósiles de sus ingresos de ventas cambiando a un contrato de electricidad renovable y cambiando tu auto tradicional por uno eléctrico en cuanto tengas la posibilidad”.

Sé muy flojo y bebe del grifo. ¿Qué podría ser más holgazán que arrastrar los pies hasta tu fregadero y servirte un vaso de agua? Y, a pesar de esto, en la actualidad a menudo remplazamos uno de los hábitos estadounidenses que menor esfuerzo requieren con manejar a una tienda y comprar una botella de plástico con agua. Esto puede terminar costándonos bastante más en emisiones de dióxido de carbono que beber agua del grifo, de acuerdo con un análisis científico de 2009 realizado en Italia.

Deja de usar el auto un día a la semana. En conjunto, los estadounidenses conducen más de 4,8 millones de kilómetros al año (durante diez años esa distancia cubriría el viaje hasta Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano a la Tierra). Esto equivale a unas 4,6 toneladas de carbono por vehículo al año, de acuerdo con la Agencia de Protección Ambiental. El transporte es el principal contribuyente de las emisiones de CO2 en Estados Unidos, según la agencia. Por lo tanto, si dejas de usar el auto un día a la semana, disminuiría de manera significativa tu contribución per cápita de emisiones.

Mejora un bosque en vez de tu modelo de teléfono. Un teléfono inteligente no tiene una gran contribución a las emisiones de carbono. De acuerdo con Apple, un iPhone 11 emite unos 70 kilogramos de emisiones de dióxido de carbono durante su ciclo de vida. No obstante, si donas los cientos de dólares que sueles gastar en cambiar tu teléfono por un modelo mejor a un programa que gestione un ecosistema que capture carbono, podrías reducir una porción mucho mayor de carbono de tu presupuesto. Para elegir el mejor sumidero de carbono, opta por los manglares. Los manglares están entre los sumideros de carbono más poderosos del mundo; los de la Amazonia almacenan hasta el doble de carbono por cada media hectárea que las selvas de la región.

Aleja tus inversiones personales de los combustibles fósiles. Todos nosotros nos involucramos en la economía del carbono por medio de las transacciones financieras que hacemos a diario. Un ensayo reciente de The New Yorker que escribió el ambientalista Bill McKibben se tituló “El dinero es el oxígeno que alimenta el fuego del calentamiento global”. ¿Cómo solucionar esto? “Cambiar a un fondo indexado libre de combustibles fósiles es la opción evidente, pues, entre otras cosas, están consiguiendo los mejores resultados del mercado”, me escribió McKibben hace poco. Para las personas que no invierten, pero que tienen una tarjeta de crédito y una cuenta bancaria, McKibben sugiere ir un paso más allá. “Ahora que estamos cerca de la conmemoración del quincuagésimo Día de la Tierra, corta en pedazos tu tarjeta de Chase o mueve tu dinero a otro banco: JPMorgan Chase se ha vuelto por mucho el principal financiador de la industria de los combustibles fósiles”.

He aquí la verdadera profundidad del efecto global que tiene la economía obesa de carbono de Estados Unidos, de acuerdo con datos reunidos en un “Informe de financiamiento de combustibles fósiles” que acaba de divulgar un grupo de organizaciones ambientales. Cuatro de los cinco inversionistas institucionales más grandes del mundo en combustibles fósiles son bancos con sede en Estados Unidos.

Una dieta climática de Año Nuevo. (Adam McCauley/The New York Times)

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