De vez en cuando escribo una columna tanto para obligarme a actuar como para informar y motivar a mis lectores. A continuación, un excelente ejemplo.
El año pasado, en una columna titulada “Hearing Loss Threatens Mind, Life and Limb” (la pérdida auditiva amenaza la mente, la vida y las extremidades), resumí el estado actual del conocimiento acerca del torrente de efectos nocivos para la salud relacionados con la pérdida auditiva no tratada, un problema que afecta a casi 38 millones de estadounidenses y, de acuerdo con dos estudios recientes exhaustivos, aumenta el riesgo de sufrir demencia, depresión, caídas e incluso enfermedades cardiovasculares.
Con el conocimiento de que mi propia audición deja mucho que desear, la investigación que realicé para esa columna me motivó a hacerme un estudio adecuado de audiología. Los resultados indicaron que un aparato auditivo bien adaptado podría ayudarme a escuchar mucho mejor en el cine, el teatro, los restaurantes, las reuniones sociales, los auditorios e incluso en los vestidores, donde el ruido de las secadoras de cabello y de manos, así como los escurridores de trajes de baño a menudo desafía mi capacidad de conversar con mis amigos que hablan a bajo volumen.
Eso fue hace seis meses, y aún no he regresado para que me den el aparato auditivo que me recomendaron. Sin embargo, ahora tengo una nueva fuente de motivación. Un amplio estudio ha documentado que, incluso entre personas que tienen una audición “normal”, los que tienen una audición un poco más deficiente pueden experimentar déficits cognitivos.
Eso implica una menor capacidad para obtener buenos resultados en pruebas estandarizadas de función cerebral, como vincular números con símbolos dentro de un periodo de tiempo específico. Sin embargo, aunque quizá jamás necesites ni quieras hacer eso, lo más probable es que quieras maximizar y mantener tu función cognitiva: tu capacidad de pensar claramente, planear racionalmente y recordar de manera precisa, sobre todo conforme envejezcas.
Aunque bajo circunstancias normales las pérdidas cognitivas ocurren gradualmente conforme envejece la gente, lo más sabio sería minimizarlas y retrasarlas tanto como sea posible y, al hacerlo, reducir el riesgo de padecer demencia. Ahora se sabe que la pérdida auditiva es el factor de riesgo modificable más grande para el desarrollo de demencia, pues supera al del tabaquismo, la alta presión sanguínea, la falta de ejercicio y el aislamiento social, de acuerdo con un análisis internacional publicado en The Lancet en 2017.
El análisis indicó que evitar o tratar la pérdida auditiva en la mediana edad tiene un potencial del nueve por ciento de disminuir la incidencia de la demencia.
La dificultad para escuchar puede afectar el funcionamiento del cerebro, pues mantiene a la gente socialmente aislada y rodeada de estímulos inadecuados del entorno auditivo. Cuanto más difícil es para el cerebro procesar el sonido, más debe trabajar para entender lo que escucha, lo cual agota su capacidad de desempeñar tareas cognitivas. La memoria también se ve afectada de manera adversa. La información que no se escucha claramente afecta la capacidad del cerebro para recordarla. Un cerebro estimulado inadecuadamente tiende a atrofiarse.
El Instituto Nacional del Envejecimiento actualmente está financiando una prueba de 997 personas de edades que oscilan entre los 70 y los 84 años con pérdida auditiva de ligera a moderada con el fin de determinar cuán efectivos pueden ser los aparatos auditivos para disminuir el riesgo de padecer demencia. Se espera que los resultados de la prueba, llamada Evaluación del Envejecimiento y de la Salud Cognitiva en los Adultos Mayores, se den a conocer en 2022.
Mientras tanto, los nuevos hallazgos sobre las pérdidas cognitivas relacionadas con la pérdida auditiva subclínica, obtenidos de 6541 personas de 50 años en adelante, indican que cualquier nivel de pérdida auditiva puede tener un efecto adverso.
Actualmente, el nivel de sonido de 25 decibeles —la capacidad de escuchar un susurro— se usa para definir la frontera entre la audición normal y la pérdida auditiva leve en los adultos.
No obstante, ese umbral en realidad es arbitrario. El autor principal del estudio, Justin S. Golub, otorrinolaringólogo e investigador del Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia, y sus colegas hallaron que la pérdida auditiva es un continuo que comienza con la audición “perfecta” en 0 decibeles (el nivel de sonido que genera un alfiler al caer), con déficits cognitivos cuantificables que ocurren con todas las pérdidas adicionales por encima del cero.
De hecho, los investigadores demostraron que la caída más grande en la capacidad cognitiva ocurre en el nivel más ligero de la pérdida auditiva, un declive desde el cero hasta el nivel “normal” de 25 decibeles, mientras que las pérdidas cognitivas más pequeñas ocurren cuando los déficits auditivos aumentan de 25 a 50 decibeles.
“Eso no significa que debamos ponerles aparatos auditivos a las personas cuando el sonido más bajo que pueden oír es de 25 decibeles”, dijo Golub en una entrevista. Después de todo, convencer a la gente que tiene una pérdida auditiva mucho más avanzada de que use aparatos auditivos ya es un desafío enorme. Como lo señaló Golub: “Actualmente solo el 25 por ciento de las personas mayores de 80 años usan aparatos auditivos, pero el 80 por ciento de ellos tiene una pérdida auditiva importante” que podría mejorar muchísimo con los aparatos.
Los nuevos hallazgos que relacionan el declive cognitivo con la pérdida auditiva incluso mínima indican que podríamos hacer mucho para proteger nuestros cerebros si protegemos nuestra audición. El hecho de que las pérdidas cognitivas mensurables ocurran a niveles de audición de menos de 25 decibeles, y que la cognición empeore conforme disminuye la audición, sugiere que la protección de la pérdida auditiva debe comenzar en la infancia.
“Con la gente que tiene muy buena audición, debemos estar conscientes de cómo los cambios tempranos en la audición afectan al cerebro”, dijo Frank Lin, director del Centro Coclear para la Audición y la Salud Pública en la Escuela Bloomberg de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins. “Sin duda, la medida más importante para preservar la audición es protegerse del ruido”.
Las dos características del ruido asociadas con el daño más grande a la audición son la intensidad —es decir, el ruido— y la duración, o el periodo durante el cual los oídos desprotegidos están expuestos a un sonido muy fuerte, explicó Lin en una entrevista.
“El efecto nocivo de la exposición al ruido es acumulativo”, comentó. Aunque reconoce que la protección auditiva es menos necesaria durante el periodo relativamente breve en el que alguien usa una secadora de cabello o se encuentra en una plataforma de la ciudad de Nueva York cuando un tren llega rechinando a la estación, la gente que trabaja todo el día en el metro o que escucha música a volúmenes muy altos durante horas necesita proteger su audición.
“Cuando una persona asiste a un concierto muy ruidoso, el déficit auditivo se puede notar al día siguiente”, comentó.
Lin exhorta a la gente que escucha música con audífonos o auriculares a que inviertan en unos que tengan función de cancelación de ruido para bloquear el sonido del ambiente. Eso permite que las personas escuchen su música o programas preferidos con un volumen más bajo que es menos dañino para la audición. Apple, por ejemplo, ahora vende los audífonos AirPods Pro que tienen una función de cancelación de ruido. Por 249 dólares, son mucho más baratos que los aparatos auditivos disponibles actualmente.
Habiendo dicho eso, para 2021 se espera que llegue al mercado una selección de aparatos auditivos mucho menos costosos que no requieren receta médica. Además, si el Congreso logra aprobar la Ley de Audición Medicare de 2019, el costo de los servicios de audiología necesarios para maximizar los beneficios de los aparatos auditivos será parte de la cobertura de los beneficiarios.
La inflamación de todo el cuerpo se relaciona con la mayoría de las enfermedades crónicas, lo cual implica límites para la salud y la longevidad de las personas. (Gracia Lam/The New York Times)