HONG KONG — Hacia donde voltee Ivan Lam, ve cuál puede ser su futuro.
En las noticias, mira a la policía de Hong Kong golpeando a los manifestantes. Ve a manifestantes encapuchados prometiendo seguir luchando. Lee los informes sobre el poder cada vez mayor del Partido Comunista de China y sobre su campaña para encerrar a los musulmanes.
Los sitios web conspiratorios difunden rumores de desapariciones y suicidios. En la calle, en el exterior de la resplandeciente torre de oficinas donde trabaja Lam, de 24 años, y quien apenas comenzó su carrera en una empresa multinacional, ve a los oficiales con equipo antimotines a lo largo de la banqueta para vigilar que no haya problemas.
Lam desea quedarse en Hong Kong, pero está ahorrando dinero. Está haciendo planes para irse si tiene que hacerlo.
“No sé cómo va a terminar todo este conflicto”, comentó “por lo que mi futuro, así como el de Hong Kong, es impredecible”.
Meses de efervescencia política han hecho que Hong Kong pase de ser una ciudad de oportunidades a un lugar de dudas y desencanto. Las manifestaciones pacíficas se han tornado violentas. Su economía está decreciendo. Sin embargo, los dirigentes chinos parecen tan decididos como siempre a eliminar el alto nivel de autonomía que alguna vez prometieron y amenazan con someter a Hong Kong todavía más al control autoritario de Pekín.
Esa realidad ha hecho que dé un vuelco la vida de los siete millones de habitantes de la ciudad. Los planes de comprar casa o tener hijos se han pospuesto y las familias y las amistades se han disgustado o se han separado.
Además, algunas personas —al menos las que tienen esa opción— se preguntan si deben abandonarlo todo.
“Antes de este movimiento, las cosas ya estaban mal”, comentó Bessy Chan, directora de eventos de 45 años, quien está pensando en irse a vivir a Alemania.
Chan, originaria de Hong Kong, estaba estudiando en el Reino Unido hace dos décadas cuando China recuperó la colonia británica luego de que Pekín prometiera preservar sus libertades y estado de derecho. Sin estar muy convencida, regresó a Hong Kong y se dio cuenta de que casi nada había cambiado. El trabajo la mantuvo ocupada.
No obstante, el alto costo de la vida en la ciudad le impidió cambiar de profesión. Le frustraba que los funcionarios de Hong Kong destinaran dinero a proyectos caros pero problemáticos para la construcción de trenes y puentes que conectaran la ciudad con el continente en vez de destinarlo a viviendas asequibles o educación. Comenzaron a molestarle las hordas de turistas procedentes de la China continental.
Este año, el esposo de su hermana consiguió un trabajo en Alemania. Chan ha comenzado a buscar programas de posgrado ahí. Consideró que, al ser soltera, no tiene ataduras en esta ciudad en proceso de cambio. Señaló que sus padres, en vez de lamentar la separación de la familia, están contentos de que se vayan.
“Mi sobrina ahora tiene 16 años. No veo ningún futuro para una joven de esa edad”, comentó Chan.
El futuro de Hong Kong solía parecer brillante. Se beneficiaba de la economía en auge de China mientras conservaba su propio sistema legal. Parecía muy lejana su integración final al continente, programada para 2047.
Los costos a la alza de la vivienda, las menores oportunidades de empleo y una desigualdad cada vez más grande en los ingresos empezaron a empañar esa imagen. Pero, en estos días, son menos las personas que consideran las presiones económicas como su principal razón para querer irse de la ciudad, afirmó Paul Yip, profesor y director en la Universidad de Hong Kong cuyas investigaciones señalan un aumento de insatisfacción y depresión.
“Más bien, están considerando si Hong Kong es el lugar donde quieren criar a sus hijos”, señaló Yip. “Eso es más sutil y más grave”.
Las cifras oficiales no muestran si la gente está saliendo de Hong Kong más que antes, pero hay señales de que eso están buscando. De acuerdo con la información local, las solicitudes para obtener un certificado que se necesita para cambiar de ciudadanía han aumentado casi en 75 por ciento en un año. Los asesores de inmigración hablan de oleadas de solicitudes de información. En los vestíbulos de los edificios de departamentos de lujo se pueden encontrar folletos que anuncian programas de inversión en ciudadanías de otros países.
Edward Suen, el propietario de 42 años de una empresa de mercadotecnia, está alentando a sus amigos a explorar esa posibilidad, en especial si tienen hijos. “Si pueden costearlo, váyanse”, dijo.
Suen ha prometido quedarse y apoyar las protestas. Se vio motivado después de participar en la primera marcha importante de este año en Hong Kong, en junio, la cual convocó a un millón de personas, de acuerdo con los organizadores. Los dirigentes de la ciudad rechazaron sus demandas.
Algunos días después, durante una reunión en un viaje de trabajo, Suen tenía su teléfono de manera disimulada bajo la mesa y veía un video en el que la policía disparaba gas lacrimógeno a los manifestantes que estaban alrededor del edificio legislativo de Hong Kong.
“Casi me pongo a llorar al ver la forma en que la policía arremetía contra los manifestantes pacíficos”, comentó.
Ahora, Suen pasa los fines de semana coordinando a los conductores que llevan y traen a los manifestantes a las protestas. Ya ha construido una red de voluntarios y trata de ser optimista.
“En Hong Kong, todo el mundo quiere ganarse la lotería”, señaló Suen. “Sabemos que no vamos a ganar, así que ¿por qué seguimos comprando billetes de lotería? Porque tenemos esperanza”.
Gary Fung también ha decidido quedarse. Este activo abogado de 59 años, quien solía defender al sistema, comenzó a participar en las protestas —“¡Solo en las manifestaciones legales!”, comentó— y el comportamiento de la policía lo ha consternado.
“Vi a muchos policías quebrantando la ley”, señaló.
Obtuvo su pasaporte británico en 1991, antes de la transferencia en 1997, pero mejor eligió enfrentar su miedo a China. En 2007, fue a la plaza de Tiananmén en Pekín y se quedó a protestar tranquilamente durante el aniversario de la masacre de 1989. Ahora desea luchar para conservar la autonomía legal de Hong Kong.
“Debido a mi formación, estoy orgulloso de nuestro sistema legal”, dijo Fung. “Quiero recuperarlo”.
Las protestas han disminuido desde que las elecciones de noviembre para los consejos distritales le otorgaron una victoria decisiva al movimiento en favor de la democracia. Sin embargo, las tensiones están presentes en los hogares y las oficinas.
Carrie Lai, una ejecutiva de relaciones públicas y eventos de 45 años, no puede evitar las discusiones acaloradas en las cenas familiares. El día de las elecciones, cuando estaban comenzando a cenar, su cuñado insinuó que un candidato a favor de la democracia, con el fin de obtener apoyo, había organizado un ataque contra él mismo perpetrado por matones que empuñaban martillos. Lai se quedó pasmada, con la cuchara de la sopa suspendida a medio camino y el rostro ruborizado, y abrió la boca para hablar. Su cuñada intervino y cambió la conversación.
“Todo mundo está en alerta”, dijo Lai.
Lai tiene pasaporte australiano porque vivió ahí cuando era adolescente, pero por el momento piensa quedarse en Hong Kong. Su esposo no tiene pasaporte australiano. Tampoco puede imaginarse irse ahora, en un momento en que siente que el movimiento de protesta la necesita.
“Todavía no es el momento”, afirmó. Si las cosas se ponen mal de verdad, dijo, su participación en las protestas podrían marcar una diferencia.
Lam tiene menos certeza de que pueda cambiar el futuro.
Como hijo de una empleada pública y de un gerente de ventas, hizo todo lo necesario para ascender en la escala económica y social de Hong Kong. Fue a la escuela en el extranjero, en Manchester, Inglaterra. Obtuvo trabajo como reclutador en una agencia importante. Empezó una relación de pareja seria. Parecía que su vida en Hong Kong estaba resuelta.
Ahora, observa consternado la participación cada vez mayor de Pekín en los asuntos de la ciudad. Teme que el Partido Comunista aproveche el motor de crecimiento de Hong Kong mientras aplasta su cultura.
“Quieren utilizarnos”, dijo, “pero al mismo tiempo quieren cambiarnos”.
En ocasiones, las protestas han tomado el distrito comercial central de Hong Kong, donde trabaja Lam. Durante una manifestación reciente a la hora de la comida, vio cómo de pronto los oficiales de la policía antimotines derribaban a un hombre mayor que estaba cruzando la calle. Cuando lo estaban cacheando, llegó una camioneta de la policía. Los oficiales empujaron al hombre para meterlo. Una mujer mayor gritaba que el hombre no había hecho nada malo.
“Ese es nuestro futuro”, señaló Lam.