¿Te aterra la relación entre tus hijos y sus teléfonos? Una nueva investigación dice que no te preocupes.

¿Te aterra la relación entre tus hijos y sus teléfonos? Una nueva investigación dice que no te preocupes.
Candice Odgers, profesora de la Universidad de California Irvine, en su casa con sus hijos en Newport Beach, California, el 15 de enero de 2020. Odgers es la autora principal de un nuevo estudio que cuestiona la sabiduría común sobre los efectos del tiempo frente a la pantalla en niños. "No parece haber una base de evidencia que explique el nivel de pánico y consternación en torno a estos temas", dijo.

SAN FRANCISCO — Se ha vuelto una creencia popular que pasar demasiado tiempo en los teléfonos inteligentes y las redes sociales es la causa de un repunte reciente en los problemas de ansiedad, depresión y otros trastornos de la salud mental, en especial entre los adolescentes.

Sin embargo, un número cada vez mayor de investigadores han realizado estudios que sugieren que esta creencia popular está equivocada.

La investigación más reciente, publicada el viernes por dos profesores de psicología, examina unos 40 estudios sobre la relación entre el uso de las redes sociales y la depresión y la ansiedad en adolescentes. Este vínculo es menor e inconsistente, de acuerdo con los profesores.

“Al parecer no hay ninguna evidencia que explique el nivel de pánico y consternación relacionado con estos problemas”, comentó Candice L. Odgers, profesora de la Universidad de California, campus Irvine, y la autora principal del artículo, el cual fue publicado en The Journal of Child Psychology and Psychiatry.

Por lo general, el debate sobre el daño que nos estamos haciendo —y que en especial se hacen nuestros hijos— al estar pegados a la pantalla del celular se basa en el supuesto de que las máquinas que llevamos en los bolsillos representan un riesgo significativo para nuestra salud mental.

Las preocupaciones en torno a los teléfonos inteligentes han orillado al Congreso a aprobar una legislación para examinar el impacto del uso excesivo de los teléfonos inteligentes y forzar a los inversionistas a ejercer presión sobre las grandes empresas tecnológicas para que cambien la manera en que atraen a sus clientes más jóvenes.

El año pasado, la Organización Mundial de la Salud señaló que los bebés menores de un año no debían estar expuestos a las pantallas electrónicas y que los niños de entre 2 y 4 años de edad no debían pasar más de una hora al día realizando “actividades sedentarias frente a una pantalla ”.

Incluso en Silicon Valley, los ejecutivos del sector tecnológico han insistido en mantener los dispositivos y el software que desarrollan lejos de sus propios hijos.

Sin embargo, algunos investigadores cuestionan si esos temores están justificados. No arguyen que el uso intensivo de los teléfonos sea inocuo. Los niños que pasan demasiado tiempo frente a su teléfono pueden perderse de actividades valiosas, como el ejercicio. Además, una investigación ha demostrado que el uso excesivo del teléfono puede exacerbar los problemas de ciertos grupos vulnerables, como los niños que padecen trastornos de salud mental.

No obstante, están desafiando la creencia generalizada de que las pantallas son las responsables de problemas sociales generalizados como el aumento en las tasas de ansiedad y la privación del sueño en adolescentes. Afirman que, en la mayoría de los casos, el teléfono tan solo es un espejo que revela los problemas que podría tener un niño incluso sin el dispositivo.

A los investigadores les preocupa que el hecho de centrarse en alejar a los niños de las pantallas esté dificultando una conversación más productiva en torno a temas como el desarrollo de teléfonos más útiles para gente de escasos recursos, quienes suelen usarlos más, o la protección de la privacidad de los adolescentes que comparten sus vidas en línea.

“Muchas de las personas que aterrorizan a los niños por su uso del teléfonos han tocado una fibra de atención en la sociedad y no la dejarán en paz. Pero eso es muy malo para la sociedad”, opinó Andrew Przybylski, director de investigación del Instituto del Internet de Oxford, quien ha publicado varios estudios sobre el tema.

El nuevo artículo de Odgers y Michaeline R. Jensen, de la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro, llega tan solo unas semanas después de la publicación de un análisis de Amy Orben, investigadora de la Universidad de Cambridge, y poco antes de la publicación planeada de un trabajo similar de Jeff Hancock, el fundador del Social Media Lab de la Universidad de Stanford. Ambos estudios llegaron a conclusiones similares.

“En la actualidad, el discurso dominante en torno a los teléfonos y el bienestar es muy exagerado y tiene una fuerte carga de miedo”, comentó Hancock. “Pero si comparas los efectos de usar tu teléfono con comer de una forma adecuada o dormir o fumar, ni siquiera están cerca”.

El análisis de Hancock de unos 226 estudios sobre el bienestar de los usuarios de teléfonos concluyó que “cuando se consideran todos estos tipos distintos de bienestar, el tamaño neto del efecto en esencia es nulo”.

El debate sobre el tiempo que se pasa frente a una pantalla y la salud mental se remonta a los primeros días del iPhone. En 2011, la Academia Americana de Pediatría publicó un artículo multicitado que les advertía a los doctores sobre la “depresión de Facebook”.

La preocupación en torno a la relación entre los teléfonos inteligentes y la salud mental también se ha alimentado de trabajos de alto perfil como un artículo publicado en The Atlantic en 2017 —y un libro relacionado— de la autoría de la psicóloga Jean Twenge, quien argumentó que un aumento reciente en el índice de suicidios y depresión en adolescentes estaba vinculado con la llegada de los teléfonos inteligentes.

En su artículo, “Have Smartphones Ruined a Generation?” (¿Los teléfonos inteligentes han arruinado una generación?), Twenge atribuyó el aumento repentino en los reportes de ansiedad, depresión y suicidio en adolescentes que inició en 2012 a la propagación de los teléfonos inteligentes y las redes sociales.

Quienes critican a Twenge arguyen que su trabajo descubrió una correlación entre la aparición de los teléfonos inteligentes y el verdadero aumento de los reportes de problemas vinculados con la salud mental, pero que eso no determinaba que los teléfonos fueran la causa.

Según los investigadores, el caso perfectamente pudo ser que el incremento en la depresión provocó que los adolescentes usaran sus teléfonos en exceso cuando había muchas otras explicaciones potenciales para la depresión y la ansiedad. Lo que es más, las tasas de ansiedad y de suicidio no parecen haber aumentado en buena parte de Europa, donde los teléfonos también se han vuelto más prevalentes.

“¿Qué más podría explicar la ansiedad en los niños estadounidenses que no sean los teléfonos?”, cuestionó Hancock. “¿Qué me dices del cambio climático? ¿Qué tal la desigualdad en los ingresos? ¿Más deuda estudiantil? Hay muchos problemas estructurales gigantescos que tienen un inmenso impacto en nosotros, pero son invisibles y no los estamos viendo”.

Twenge sigue comprometida con su postura y se basa en varios estudios de otros académicos que han encontrado un vínculo específico entre el uso de las redes sociales y una salud mental precaria. Un artículo descubrió que cuando un grupo de estudiantes universitarios dejó de usar las redes sociales durante tres semanas, disminuyó su sentimiento de soledad y depresión.

Candice Odgers, una profesora de la Universidad de California, campus Irvine, en casa con sus hijos en Newport Beach, California, 15 de junio de 2020. (Rozette Rago/The New York Times)

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