,

Opinión: (Casi) todo lo que sabes sobre la invención de los vibradores está mal

Opinión: (Casi) todo lo que sabes sobre la invención de los vibradores está mal
Ilusración NYT

Un doctor victoriano creó el ‘vibratode’, pero fueron nuestras tatarabuelas las que descubrieron su verdadero potencial.

Hay un mito antiguo que todavía parece prevalecer sobre cómo surgieron los vibradores. Dice algo así:

Corte a la Inglaterra victoriana. Un doctor con bigote de candado y corbata de moño está de pie en un anfiteatro, donde la silueta de una mujer, con las piernas sobre estribos, está sentada frente a él. Él —serio, médico, erudito— aplica el vibrador sobre los genitales de la mujer, llevándola hasta el “paroxismo histérico”, curándola así de su “histeria” (tal vez diga algunos comentarios disparatados sobre el sufragio femenino, por si acaso).

La escena anterior, junto con las referencias al sufragio, en realidad apareció recientemente, en la serie animada “Big Mouth”. Pero es solo un ejemplo reciente. La película de 2011 “Hysteria”, estelarizada por Maggie Gyllenhaal, centró toda su historia en torno a este mito sobre los vibradores. “Miss Fisher’s Murder Mysteries” y “Full Frontal With Samantha Bee” la repitieron. La obra nominada al Tony de Sarah Ruhl, “In The Next Room (or the Vibrator Play)”, de 2009, se centró en este tema, al igual que el documental de 2007 “Passion and Power: The Technology of Orgasm. Libros populares desde “Untrue” de Wednesday Martin hasta “For Women Only: A Revolutionary Guide to Reclaiming Your Sex Life” de Laura y Jennifer Berman también han narrado esta historia. Se ha mencionado en la literatura académica decenas de veces.

Cada vez que veo este mito contado una vez más como una verdad, me encojo de hombros. Me siento doblemente frustrada porque si a alguien hay que culpar, es a mí, no a los autores de “Big Mouth” o “Hysteria” Escribí un libro de 384 páginas sobre la historia de los juguetes sexuales y solo dediqué unas cuantas páginas a desmentir esta historia. Pensé —ingenuamente, resulta— que podría concentrarme en mi propia historia y que el mito moriría. Pero no fue así. Entonces coescribí un artículo académico con Eric Schatzberg que lo desmintió de nuevo, paso por paso. Cuando la revista especializada Journal of Positive Sexuality publicó el artículo en agosto de 2018, declaré la victoria. No debí hacerlo. El mito no cedió. Este es mi intento de acabar con él de una vez por todas.

¿Por qué tomarse la molestia de desmentir este mito? ¿Acaso no es inocuo? Mujeres que tenían orgasmos en el consultorio médico: ¿a quién no le gusta la idea?

También me gusta ese cuento. Es sexy; es lascivo; es pornografía entre el doctor y su paciente con un trasfondo académico que uno puede mencionar en cenas elegantes. Yo misma creí que así era en un principio.

Pero el mito no es inocuo. Es una fantasía que contribuye a cómo seguimos malinterpretando la sexualidad femenina y que perpetua estereotipos nocivos que continúan haciendo eco en nuestras leyes y actitudes.

Los intentos de controlar la sexualidad de las mujeres se basan en parte en las mismas creencias que afianzan el mito del vibrador: como las mujeres no entienden su propia sexualidad no deberían ser quienes la controlen. Hace pasar a las mujeres por ignorantes, pasivas y fácilmente engañadas por hombres manipuladores. En otras palabras, perpetúa el mito de que las mujeres carecemos de agencia sexual.

El mito puede remontarse al libro de 1999 de Rachel Maines, “Technology of Orgasm”, (escribió algunos artículos antes del libro, pero el libro es el que puso esta versión de la historia del vibrador en el mapa). El volumen, publicado por la editorial Johns Hopkins University Press, parecía un libro académico sustentado por la investigación, con 465 citas y una plétora de fuentes primarias, algunas en griego y latín; el problema es que ninguna de ellas servía en realidad para sustentar esta historia (Maines ha dicho que presentó su versión como “una hipótesis interesante” y nunca tuvo la intención de que fuera vista como un hecho establecido). No obstante, la idea se puso de moda y se diseminó.

Si cambiamos los géneros pueden reconocer que buena parte de la aceptación generalizada de esta historia se basa en el sesgo de género. Imaginen argumentar que, en los albores del siglo XX, las enfermeras masturbaban a los hombres que tenían como pacientes para tratar problemas psicológicos; que los hombres no se dieron cuenta de que había algo sexual en todo aquello; que como las enfermeras se cansaban de las muñecas por tantas masturbaciones, inventaron un dispositivo llamado la bomba del pene para ayudar a acelerar el proceso. Luego, imaginen afirmar que nadie pensó que aquello tenía alguna connotación sexual, porque sucedió hace un siglo.

La idea de que las enfermeras estaban masturbando a los hombres, que no tenían idea de nada, para provocarles un orgasmo como una terapia médica dominante evidentemente es ridícula. Pero, ¿por qué no pensamos que la misma historia es absurda cuando se trata de las mujeres? En parte se debe a que las mujeres han sido vistas históricamente como ignorantes en lo que respecta a su propio cuerpo y la sexualidad femenina ha estado controlada y limitada por los hombres a lo largo de toda la historia. En cambio, los hombres han sido vistos como conocedores de sus cuerpos, al menos lo suficientemente conocedores para saber cuándo tuvieron un orgasmo.

No obstante, la historia de Maines fue aceptada no solo por los hombres sexistas, sino por las mujeres feministas. ¿Por qué? La historia tiene el beneficio de ser sexy y reafirmante. Retrata el conocimiento sexual como si fuéramos avanzando en una línea constante de progreso, desde los despistados victorianos hasta los sofisticados sexuales de hoy. También sirve como una especie de cuento de hadas feminista, en el cual las mujeres subvierten la sociedad patriarcal procurándose orgasmos de sus médicos, pagados por sus maridos.

Maines tiene razón en una cosa: fue un médico quien inventó el vibrador eléctrico, el doctor británico Joseph Mortimer Granville. Pero cuando Granville inventó el vibrador a principios de la década de 1880, no se suponía que se usara para curar a las mujeres de histeria. De hecho, el médico argumentó específicamente que no debía usarse en mujeres histéricas; en cambio, Granville inventó el vibrador como un dispositivo médico para hombres, para que se usara en diversas partes del cuerpo, principalmente para tratar el dolor, las enfermedades de la columna y la sordera. El único uso sexual que sugirió fue aplicar la vibración al perineo de los hombres para tratar la impotencia. Las ilustraciones del libro de Granville sobre el invento del vibrador eléctrico lo muestran usándolo exclusivamente en hombres.

La verdadera historia es que el uso de los vibradores se difundió solo cuando se vendieron al público general, tanto a hombres como mujeres, como aparatos domésticos y médicos a principios del siglo XX. Los anuncios, en los que se veía a hombres y mujeres, bebés y gente mayor, prometían que los vibradores podían hacer de todo, desde eliminar las arrugas hasta curar la tuberculosis. Cuando los doctores, en efecto, lo usaban en las mujeres, evitaron con tesón tocar sus clítoris. “La mayor objeción a la aplicación de la vibración es que en pacientes excesivamente sensibles puede ocasionar excitación sexual”, escribió el ginecólogo James Craven Wood en 1917. Sin embargo, continuaba, si “el vibratode se mantiene lejos del clítoris hay poco riesgo de ocasionar excitación”.

Fueron las consumidoras quienes dieron la bienvenida a su potencial erótico, de manera encubierta al principio, hasta principios de la década de 1970, cuando la feminista radical Betty Dodson comenzó a usar vibradores abiertamente como dispositivos sexuales en sus talleres de masturbación.

El mito del vibrador tiene consecuencias reales. La idea nociva de que las mujeres son sexualmente ignorantes por naturaleza y de que las mujeres que tienen conocimiento e impulsos sexuales son casos aparte, ha sido la base para las leyes represivas a lo largo de la historia: desde las leyes que solo castigan el adulterio de las mujeres hasta los asesinatos de honor y las restricciones recientes al control natal y el aborto. Todas estas leyes y violencia tienen que ver con castigar a las mujeres que tienen sexo por placer, no para procrear.

El mito también refuerza la falsa idea de que la historia de los movimientos sexuales sigue una línea recta de la represión a la iluminación. Esta creencia puede hacer a la gente autocomplaciente y creer que hemos superado las actitudes victorianas. Sin embargo, todavía vivimos en una era sexualmente represiva en la que abunda la doble moral: la Autoridad Metropolitana del Transporte, Facebook, Instagram y otros lugares prohíben la publicidad de juguetes sexuales, mientras que permiten los anuncios de productos para la disfunción eréctil. El gobierno de Trump disminuyó el financiamiento para educación sexualpromovió la educación basada únicamente en la abstinencia y redirigió los fondos para evitar los embarazos adolescentes a grupos antiaborto.

Llegó el momento de ser honestas sobre nuestro pasado: los médicos no inventaron los vibradores porque sus muñecas se cansaron de masajear los clítoris de las mujeres histéricas. Inventaron los vibradores como dispositivos que lo curaban todo; esos dispositivos acabaron curando muy poco, hasta que nuestras tatarabuelas los usaron para su máximo propósito. La verdadera historia no es tan lasciva como el mito, pero tiene algo positivo: sucede que es cierta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *