Le ordenaron que cometiera un atentado suicida, pero ella tuvo una mejor idea

Le ordenaron que cometiera un atentado suicida, pero ella tuvo una mejor idea
Balaraba Mohammed, en el centro, revisa en su recámara que su hija Hairat no tenga piojos en la cabeza, en Maiduguri, Nigeria, el 26 de agosto de 2019. (Laura Boushnak/The New York Times)

MAIDUGURI, Nigeria — Las seis jóvenes bajaron sus bombas y se quedaron de pie alrededor del pozo, mirando hacia el vacío oscuro.

Como prisioneras de Boko Haram, uno de los grupos terroristas más letales de la tierra, las habían enviado a cumplir la más terrible de las misiones: hacer estallar una mezquita mientras todas las personas estuviesen adentro.

Las mujeres querían deshacerse de las bombas sin matar a nadie, ni siquiera a ellas mismas. Una de ellas, Balaraba Mohammed, a quien, de entonces 19 años, Boko Haram le había vendado los ojos y la había secuestrado unos meses antes, ideó un plan: se quitaron los velos de la cabeza y los ataron para hacer una cuerda larga. Mohammed amarró las bombas y con mucho cuidado las bajó al pozo, rezando para que tuviera agua.

Luego las soltó.

“Nos pusimos a salvo”, comentó Mohammed.

En la guerra que durante una década se ha librado contra Boko Haram en el noreste de Nigeria, la cual se ha extendido a tres países aledaños, se han utilizado a más de 500 mujeres para cometer atentados suicidas o, bien, han sido arrestadas antes de cumplir con su misión letal, una cantidad que, según los expertos en terrorismo, es más grande que en cualquier otro conflicto de la historia.

Algunas de ellas, como Mohammed y las mujeres del pozo, han luchado con valentía logrando frustrar, casi siempre de manera silenciosa y discreta, los planes de los extremistas.

No obstante, la mayoría de las mujeres que se escaparon de Boko Haram mantienen en secreto que fueron raptadas porque saben que las estigmatizarían como simpatizantes de los terroristas, pese a que fueron retenidas en contra de su voluntad y desafiaron a los militantes. Caminan por las calles de Maiduguri, Nigeria, a la sombra de las vallas publicitarias celebrando el heroísmo de Malala Yousafzai, a quien le dispararon por enfrentarse a los talibanes.

Casi siempre, las mujeres son olvidadas, al igual que las más de 100 niñas raptadas de la aldea de Chibok que siguen estando desaparecidas a casi seis años desde que su secuestro escandalizó al mundo entero.

Docenas de mujeres entrevistadas por The New York Times nos han dicho que Boko Haram les ofrecía una alternativa terrible: “casarse” con los combatientes del grupo o ser utilizadas para atentados suicidas. Las prisioneras han dicho que algunas mujeres eligieron hacerse estallar solo ellas.

Pero algunas sobrevivieron y desean contar su historia; Mohammed entre ellas.

Mohammed mencionó que en el año 2012 llegó aturdida al campamento de Boko Haram, el cual había asesinado a su esposo frente a ella cuando habló mal de ese grupo. Días después, regresaron por Mohammed, arrojaron a su bebé al piso y la secuestraron. Pensó que su hija había muerto.

Cada vez que los combatientes salían del campamento, llegaban prisioneras nuevas. Afirmó que a algunas las violaban y las obligaban a tomar píldoras anticonceptivas. A otras las usaban para probar chalecos suicidas.

Mohammed consideró suicidarse, pero pensó en su abuela enferma que necesitaba que la cuidara. Para que no la casaran con uno de los militantes, fingió estar enferma. Para que no le dieran entrenamiento con armas, fingió tener una enfermedad mental.

Comentó que, cuando los militantes le dieron una bomba, sintió como si estuviera muerta. Sabía que tendría que ir o también sería asesinada.

Así es como se encontraba con otras cinco mujeres alrededor del pozo.

Las bombas no detonaron, y las mujeres, asustadas y sin saber bien qué hacer, corrieron de regreso al campamento de Boko Haram, dijo Mohammed. Les juraron sobre el Corán a sus captores que habían cumplido la misión y que corrieron tanto para escapar que perdieron sus hiyabs en el camino.

Hubo gritos de alegría y los combatientes convocaron a una celebración para festejar a las mujeres que, según ellos, se habían convertido en asesinas.

Las seis mujeres, dos de ellas apenas adolescentes, habían engañado a los extremistas islámicos.

Sin embargo, su alivio no duró mucho.

Los combatientes pronto decidieron que eran lo suficientemente despiadadas como para recibir un entrenamiento con armas, les dieron pistolas y formaron a otras prisioneras para que practicaran el tiro al blanco.

Una de las chicas que había arrojado su bomba al pozo estaba tan angustiada que corrió hacia la lluvia de balas del pelotón de fusilamiento y se suicidó, afirmó Mohammed.

Todas las opciones son malas para las mujeres que intentan escapar de las garras de Boko Haram. Según Unicef, las que intentan rendirse a las autoridades a veces son asesinadas por soldados que se ponen nerviosos. Los miembros de una fuerza civil de autodefensa dijeron que el año pasado le habían disparado a una mujer que se acercó a su puesto de vigilancia a las orillas de Maiduguri y su bomba explotó.

Luego del engaño del pozo, los combatientes enviaron a Mohammed y a las demás mujeres a una segunda misión suicida y remplazaron con una prisionera nueva a la chica que murió cuando corrió hacia el pelotón de fusilamiento. Dijo que su objetivo era un mercado en Banki, que solía ser un pueblo muy bullicioso. Uno de los militantes planeaba escoltar a las mujeres. Pero la prisionera nueva les aseguró que era de Banki y conocía el camino por el campo.

Una vez más, las mujeres recogieron sus bombas y las bajaron al pozo con sus hiyabs. Regresaron a toda prisa al campamento de los combatientes con la creencia de que las iban a recibir con el mismo entusiasmo.

No obstante, los combatientes se asombraron al verlas regresar tan rápido.

Justo entonces, la radio emitió una noticia: se había reportado un bombardeo en Banki, pero en una pequeña aldea en las afueras del pueblo principal, no en el mercado. Los combatientes culparon a la prisionera nueva al pensar que las había llevado al lugar equivocado y la asesinaron.

Pasaron los días y los militantes se enfrascaban en batallas encarnizadas que cobraban las vidas de algunos. Querían venganza. Prepararon a Mohammed y a otras mujeres para una operación muy importante: hacer estallar el mercado de los lunes, el más grande en el noreste de Nigeria.

Cargaron unos 20 automóviles, motocicletas y camiones robados del Ejército y condujeron al mercado. Mohammed dijo que estaba enferma y demasiado débil incluso para salir del auto. Se quedó dentro cuando las bombas estallaron y el vehículo salió a toda velocidad.

La volvieron a llevar al campamento, donde estuvo enferma varios días, encerrada en una casucha de lata con otras prisioneras mientras escuchaba cómo se preparaban los combatientes para la invasión al campamento por parte de las fuerzas de autodefensa.

“Le pedía a Dios con toda el alma que, incluso si moría, mis familiares encontraran mi cuerpo”, comentó.

Escuchó disparos y un ruido fuerte. Luego perdió el conocimiento.

Hadiza Musa, quien se había unido a las fuerzas de autodefensa locales para vengar el secuestro de su hermana, llegó para encontrar una escena espeluznante: el campamento completo estaba en llamas y todo era una carnicería. Según Musa, parecía que en un intento de distraer a las autodefensas, Boko Haram había hecho explotar su propio campamento con sus prisioneras adentro y habían huido.

Musa comentó que revisó a las muertas y encontró a Mohammed, quien yacía inconsciente con quemaduras en todo el cuerpo y sangre que le brotaba de lo que parecía una herida de bala en la pierna. Musa lloraba mientras ayudaba a trasladar a Mohammed a un hospital.

Musa se quedó cuidando a Mohammed hasta que despertó. Localizó a su abuela y le dio a Mohammed la primera buena noticia que había escuchado en meses: su bebé, Hairat, estaba viva.

Según Elizabeth Pearson, profesora del Cyber Threats Research Center y de la Universidad de Swansea en Gales, quien analizó informes de muchos años de los medios de comunicación y de Naciones Unidas, en total, más de 540 mujeres y niñas han sido utilizadas para atentados o arrestadas desde junio de 2014.

Musa y Mohammed ahora se consideran hermanas. Mohammed sigue teniendo cicatrices de las quemaduras en el rostro, los brazos y las piernas. En Maiduguri, donde vive con Hairat, quien ya está en primer grado, algunos vecinos que saben que fue raptada son desconfiados y creen que tal vez le guarda lealtad a Boko Haram.

“Lo mejor es que te maten”, le dijo un vecino a Mohammed.

Ella trata de ignorar este tipo de comentarios. Después de todo, sabe que no es culpable de ninguno de sus sufrimientos. Paga la escuela de Hairat tejiendo gorras y vendiendo refrescos de un mini refrigerador que rentó. Con frecuencia va a la morgue a buscar el cuerpo de su hermano, quien desapareció después de abandonar la universidad para unirse a las autodefensas y vengar la captura de Mohammed.

Mohammed ha comenzado una capacitación para ser enfermera. Desea retribuir. Pero no pudo pagar las cuotas para presentar los últimos exámenes luego de que su tío la corrió de la casa por no tenerle confianza debido al tiempo que pasó con los militantes.

Siempre lleva un equipo de primeros auxilios en caso de que se tope con alguien que requiera ayuda hasta que ahorre dinero para el examen.

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