WASHINGTON — Durante su campaña para llegar a la Casa Blanca en 2016, los asesores del presidente Donald Trump trataron de consultarle brevemente cómo abordaría un desastre a gran escala, si ganaba las elecciones. ¿Qué habría hecho, por ejemplo, durante el huracán Katrina?
“Habría solucionado eso”, respondió Trump con certeza, refiriéndose a los fallidos esfuerzos de rescate y recuperación del gobierno, según un funcionario de la campaña que estuvo presente en esa conversación. “Habría ideado una respuesta mucho mejor”.
¿Cómo lo habría hecho? No lo dijo. Simplemente afirmó que habría sido mejor, y los asesores no lo presionaron para que ofreciera más detalles.
Trump no es ajeno a las crisis. Ha pasado toda su vida combatiendo la bancarrota, defendiéndose de los acreedores, evadiendo a los recaudadores de impuestos, presentando demandas, evitando a los reguladores, distrayendo a los reporteros, luchando con exesposas y, en general, ha salido adelante, según lo que suele afirmar. Pero esas eran crisis que él mismo creaba y que involucraban a adversarios humanos a los que sabía enfrentar. Nada de su experiencia en los negocios, el entretenimiento o los matrimonios múltiples lo preparó para la pandemia de coronavirus que ahora amenaza la salud y la riqueza de Estados Unidos.
El desempeño de Trump en el escenario nacional durante las últimas semanas ha evidenciado algunos de los rasgos que los demócratas, y algunos republicanos, consideran tan discordantes: la profunda necesidad de elogios personales, la propensión a culpar a los demás, la falta de empatía humana, la inclinación a reescribir la historia, el desprecio por la pericia, la distorsión de los hechos y la impaciencia con el escrutinio o la crítica. Durante años, los escépticos expresaron sus preocupaciones sobre cómo manejaría una crisis genuina que amenazara a la nación, y ahora lo saben.
“Cuando enfrenta un problema trata de inventar algún engaño o arreglar el resultado antes de tiempo para poder construir una narrativa que demuestre que él es el ganador”, dijo Michael D’Antonio, un biógrafo de Trump. “Cuando se trataba de peleas con otras celebridades o competencias por índices de audiencia o publicidad para hoteles, él podía hacer eso, y a nadie le importaba lo suficiente como para comprobarlo. Por eso las bravuconadas y la jactancia funcionaban”.
“Pero en este caso”, agregó D’Antonio, “lo intentó al principio, pero no puedes jactarte ni gritarle a la gente que se muere. Y creo que más que el sufrimiento, el sufrimiento humano, ha sido la calidad inexorable de los datos lo que lo ha obligado a cambiar”.
Solo después de que las proyecciones virales se tornaron más graves y los mercados comenzaron a decaer, Trump cambió de tono y comenzó a tomar la amenaza más en serio hasta que, finalmente, implementó un conjunto de políticas más agresivas para obligar a los estadounidenses a mantenerse alejados unos de otros y, a la vez, tratar de mitigar el daño económico.
Una parte de la opinión pública parece haber respondido. El 55 por ciento de los estadounidenses aprobó su manejo de la crisis en una encuesta realizada por ABC News e Ipsos que fue publicada el viernes, frente al 43 por ciento de la semana anterior. Una encuesta de Reuters, también realizada con Ipsos, ubicó la aprobación de su manejo de la pandemia en un 48 por ciento, en comparación con el 38 por ciento registrado un par de semanas atrás, mientras que las encuestas de The Economist y YouGov mostraron un incremento menor, del 41 al 45 por ciento.
Pero, a pesar de que parecía que estaba tomando la crisis más en serio, Trump continuó haciendo declaraciones que entraban en conflicto con los propios expertos en salud pública del gobierno y enfocó su energía en culpar a China, mientras discutía con los periodistas y alegaba que sabía que el coronavirus sería una pandemia, a pesar de que hace solo unas semanas minimizaba su peligro y se felicitaba por cómo había manejado una crisis que apenas reconoció como verdadera.
“Hemos hecho un trabajo fantástico desde casi todos los puntos de vista”, dijo el martes. “Hemos hecho un gran trabajo”, afirmó el miércoles. “Hemos hecho un trabajo fenomenal”, dijo el jueves.
Al día siguiente se molestó cuando Peter Alexander, de NBC News, le preguntó si le estaba dando a los estadounidenses un “falso sentido de esperanza” al prometer la entrega inmediata de un medicamento que, según los expertos, no está probado. Trump dijo que no estaba de acuerdo con ellos.
“Es solo un sentimiento”, dijo. “Sabes, soy un tipo inteligente. Me siento bien al respecto”.
La Casa Blanca rechaza cualquier crítica al presidente como ilegítima.
“Este gran país se ha enfrentado a una crisis sin precedentes, y mientras los demócratas y los medios intentan descaradamente destruir al presidente con un ataque político coordinado, implacable y sesgado, el presidente Trump se ha dedicado a enfrentar esta crisis tomando medidas históricas y agresivas para proteger la salud, la riqueza y el bienestar del pueblo estadounidense”, dijo en un comunicado Hogan Gidley, portavoz de la Casa Blanca.
A fines de enero, Trump restringió los viajes desde China, donde se detectó por primera vez el brote, y reiteradamente resalta esa decisión y sostiene que salvó vidas. Pero, durante varias semanas, se resistió a tomar acciones más contundentes. Incluso cuando gobernadores, alcaldes y empresas decidieron por sí mismos prohibir las reuniones masivas y finalmente cerrar escuelas, restaurantes y lugares de trabajo, al principio el presidente no ofreció ninguna orientación sobre si debían tomarse esas medidas.
En varias ocasiones, ha tergiversado el estado de la respuesta con promesas de que “pronto” habrá una vacuna aunque, en realidad, tomará al menos un año poder desarrollarla, reafirmaciones de que había pruebas disponibles mientras los pacientes luchaban por encontrarlas, y alardes sobre la disponibilidad de millones de cubrebocas, mientras los trabajadores de salud tenían que usar versiones caseras. Y es posible que haber descartado la amenaza durante semanas haya fomentado la complacencia de algunos estadounidenses que podrían haber tomado precauciones mucho antes.
A medida que los funcionarios luchan con difíciles decisiones políticas, la actitud defensiva de Trump respecto de la pandemia se ha convertido en una dinámica central en la Casa Blanca. Los asistentes saben desde hace mucho que Trump necesita escuchar que sus decisiones son apoyadas, y es preferible que ese apoyo se manifieste con superlativos. A menudo se cuestiona a sí mismo, por lo que los asesores piden a sus aliados que le digan que tomó la decisión correcta o que acudan a Fox News y se pronuncien al respecto, en caso de que el presidente esté mirando la televisión.
Durante la semana pasada, cuando Trump contemplaba opciones cada vez más draconianas y costosas, Jared Kushner, su yerno y asesor principal, trató de convencerlo de que actuara mediante elogios en la cobertura de noticias o de parte de otros funcionarios que usó para motivarlo, según personas familiarizadas con las conversaciones.
Los funcionarios han aprendido que el presidente necesita una dieta de adulación constante, que ellos le proveen durante las sesiones informativas televisadas que sostienen a diario. El vicepresidente Mike Pence lo repite día tras día y, a veces, de manera constante en el transcurso de una sola sesión informativa.
“Señor presidente, desde el principio, usted tomó medidas decisivas”, dijo durante una intervención.
El representante Peter King, republicano de Nueva York, dijo que Trump había sido injustamente criticado por su manejo del virus.
“Los medios prácticamente ignoran la enorme movilización que ha llevado a cabo el presidente con el gobierno federal, nuestra base industrial y la comunidad científica y médica para combatir esta pandemia, y lo rivalizan con el arsenal democrático de Franklin Delano Roosevelt”, dijo.
King dijo que Trump estaba trabajando con los demócratas, pero los medios de comunicación “prefieren enfocarse en el fracaso inicial de los kits de prueba de los CDC y el escaso inventario de cubrebocas y respiradores que se remontan a dos gobiernos anteriores”. Sin embargo, dijo que Trump, “a menudo muerde el anzuelo”.
Nada de esto resulta sorpresivo para quienes conocen a Trump o han estudiado su vida antes de convertirse en presidente. En el sector inmobiliario, el actual mandatario descubrió que podía superar las crisis evadiendo a los reguladores, intimidando a los banqueros y engañando a los tabloides.
Cuando los bancos lo perseguían por préstamos vencidos, él contraatacaba argumentando que no les convenía acusarlo y manchar su reputación. Cuando los contratistas le exigían que les pagara, formulaba quejas sobre su trabajo y les negaba la remuneración, lo cual, en parte, generó más de 3500 demandas. Cuando sus dos primeros matrimonios se desmoronaron, adoptó un enfoque de tierra quemada contra sus esposas, filtrando información a los columnistas de chismes de Nueva York, incluso si eso significaba que sus hijos tuvieran que enfrentar en público lo peor de sus divorcios.
“Su típico ‘modus operandi’ es farolear, fingir y negar”, dijo Jack O’Donnell, expresidente del Trump Plaza Hotel and Casino en Atlantic City, Nueva Jersey.
Cuando Trump se preparaba para abrir el Trump Taj Mahal en Atlantic City en 1990 y tuvo problemas con las autoridades, convocó a O’Donnell.
“Les dijo que yo era un experto en operaciones y que podía solucionarlo”, recuerda O’Donnell. “Y ellos le creyeron. Me quedé atónito. Les estaba mintiendo por completo”.
La mayoría de las crisis de Trump tenían que ver con papeles y dinero, no con personas. El autodenominado “rey de la deuda” trataba los rembolsos de préstamos casi como si fueran opcionales y convirtió eso en un mantra para nunca ceder.
“Supuse que eso era problema del banco, no mío”, escribió en uno de sus libros. “¿Qué demonios me importaba? De hecho, le dije a un banco: ‘Te lo dije, no deberías haberme prestado ese dinero’”.
La analogía más cercana a la situación actual quizá sean las secuelas de los ataques del 11 de septiembre de 2001, otro trauma nacional. Ese día, Trump intentó meterse en la cobertura noticiosa y le dijo a un entrevistador por teléfono que con la destrucción del World Trade Center ahora él tenía el edificio más alto de la ciudad de Nueva York, una afirmación que ni siquiera era cierta. También ha dicho que pasó mucho tiempo en el sitio tratando de ayudar a la limpieza de escombros, una aseveración que nunca ha sido verificada.
Como en ese momento los aeropuertos estaban cerrados, le pidieron a Trump que prestara su avión privado para que el alcalde Rudy Giuliani y el gobernador George Pataki pudieran volar a Washington con el fin de asistir al discurso del presidente George W. Bush en el Congreso. Trump accedió, pero a cambio pidió que le permitieran viajar de Washington hacia otro destino, lo cual en ese momento estaba prohibido.
Trump nunca imaginó que se enfrentaría a una pandemia, un asesino invisible inmune a las bravuconadas.
“En todos los casos anteriores, se enfrentaba a un ser humano o grupos de seres humanos”, dijo Gwenda Blair, autora de una biografía de la familia Trump. “Y, obviamente, el coronavirus no es una persona, no puede ser intimidado”.
Es por eso que Trump, con sus recientes descripciones de una guerra que ganará ante un “enemigo extranjero”, está buscando una dinámica con la que está familiarizado, personificando al virus como un oponente que debe ser atacado, enmarcándolo como el tipo de crisis que sabe enfrentar.
“Está tratando de convertir esto en una situación de ganar-perder”, dijo la biógrafa. “Así es como ve el mundo: por un lado, están los ganadores, como él; y por el otro, los perdedores, que son todos los demás. Está tratando de convertir al coronavirus en un perdedor para que él sea visto como el ganador”.