Justo cuando deben combatir una pandemia que no respeta fronteras, los líderes de muchas de las economías más grandes del mundo se encuentran a merced de principios embarazosamente nacionalistas que socavan los esfuerzos colectivos para controlar el nuevo coronavirus.
Estados Unidos, una potencia científica inigualable, es dirigido por un presidente que de manera abierta ridiculiza la cooperación internacional y emprende una guerra comercial global. India, que produce una cantidad sorprendente de medicamentos, es gobernada por un nacionalista hindú que ha intensificado los enfrentamientos con sus vecinos. China, una fuente dominante de equipo de protección y medicinas, tiene como misión restaurar su antigua gloria imperial.
Ahora que el mundo requiere colaboración para vencer el coronavirus —científicos que unan fuerzas a través de las fronteras para crear una vacuna y fabricantes que se coordinen para entregar suministros esenciales— los intereses nacionales están dominando la situación. Esta vez, el enfrentamiento va mucho más allá de saber qué países fabricarán iPads o incluso aviones avanzados. Esta es una batalla por la supremacía en productos que quizá determinen quién vive y quién muere.
Por lo menos 69 países han prohibido o restringido la exportación de equipo de protección, dispositivos médicos o medicamentos, según el proyecto Global Trade Alert de la Universidad de San Galo en Suiza. La Organización Mundial de la Salud advierte que el proteccionismo podría limitar la disponibilidad global de las vacunas.
Puesto que todos los países del planeta necesitan las mismas herramientas para salvar vidas al mismo tiempo, las rivalidades nacionales ponen en riesgo el acceso de todos.
“Quienes tengan más dinero asegurarán esas vacunas y medicamentos y, básicamente, gran parte del mundo en vías de desarrollo estará completamente fuera del panorama”, dijo Simon Evenett, un experto en comercio internacional que comenzó el proyecto de la Universidad de San Galo. “Habrá racionamiento por precio. Será brutal”.
Algunos citan la tragedia que se está desarrollando en todo el mundo como un motivo para ser más autosuficientes con el fin de que los hospitales dependan menos de China e India para obtener medicamentos y equipo de protección.
China fabrica la gran mayoría de las sustancias químicas esenciales utilizadas en la creación de materias primas para una gama de medicamentos genéricos usados para tratar a las personas que ahora están hospitalizadas debido a la COVID-19, dijo Rosemary Gibson, experta en materia de atención médica de Hastings Centers, una institución de investigación independiente en Nueva York. Estos incluyen antibióticos, tratamientos para la presión sanguínea y sedantes. “Todos están compitiendo para obtener un suministro ubicado en un solo país”, comentó Gibson.
Sin embargo, si la meta encomiable de la diversificación inspira a todos los países a mirar hacia adentro y desmantelar la producción global, eso provocará que el mundo sea aún más vulnerable, dijo Chad Bown, experto en comercio internacional del Instituto Peterson para la Economía Internacional en Washington.
El presidente Donald Trump y Peter Navarro, su principal asesor comercial, han aprovechado la pandemia como una oportunidad para redoblar esfuerzos con el fin de obligar a las compañías multinacionales a irse de China y mudar su producción a Estados Unidos. Navarro ha propuesto reglas que obligarían a los proveedores de los servicios de atención médica en Estados Unidos a comprar equipo de protección y medicamentos a proveedores estadounidenses.
“Simplemente no tenemos la capacidad de producción”, dijo Bown, señalando que la industria china está reanudando operaciones mientras las fábricas estadounidenses siguen en pausa. “Así como no es bueno depender demasiado de China, tampoco lo es depender demasiado de ti mismo. Así te excluyes de la única manera en que se puede lidiar con esta situación, en el momento de mayor necesidad, es decir, dependiendo del resto del mundo”.
Una mentalidad de suma cero
Durante siete décadas después de la Segunda Guerra Mundial, la idea de que el comercio global mejora la seguridad y la prosperidad prevaleció en las principales economías. Cuando la gente intercambia productos a través de las fronteras, según dicta esa lógica, se vuelve menos probable que haya conflictos armados. Los consumidores obtienen productos mejores y más baratos. La competencia y la colaboración fomentan la innovación.
Sin embargo, en muchos países —especialmente Estados Unidos— los gobiernos han fracasado rotundamente en la tarea de distribuir de manera equitativa la recompensa, lo que ha afectado la fe en el comercio y dado lugar a una mentalidad proteccionista en que los productos y los recursos se consideran una suma cero.
Ahora la perspectiva de la suma cero se vuelve una fuerza motriz conforme la suma en cuestión se vuelve alarmantemente limitada: escasean suministros de medicamentos que podrían ser vitales, lo cual exacerba el antagonismo y la desconfianza.
La semana pasada, el gobierno de Trump citó una ley de la época de la guerra con Corea para justificar la prohibición de exportar tapabocas protectores fabricados en Estados Unidos y ordenó a las compañías estadounidenses que producen ese tipo de productos en el extranjero redirigir pedidos a su mercado nacional. Una empresa estadounidense, 3M, dijo que frenar los envíos planeados de tapabocas en el extranjero pondría en peligro a los trabajadores del sector salud en Canadá y América Latina. El lunes, 3M dijo que llegó a un acuerdo con el gobierno y que se enviarán algunos tapabocas a Estados Unidos y otros al extranjero.
En semanas recientes, Turquía, Ucrania, Tailandia, Taiwán, Indonesia, Bangladés, Pakistán, Sudáfrica y Ecuador han prohibido la exportación de tapabocas protectores. Francia y Alemania impusieron prohibiciones en torno a los tapabocas y otros equipos de protección, y las levantaron solo después de que la Unión Europea prohibió las exportaciones fuera del bloque. India prohibió las exportaciones de respiradores y desinfectantes.
El Reino Unido ha prohibido las exportaciones de hidroxicloroquina, un medicamento para tratar la malaria que ahora se está probando por sus posibles beneficios en contra del virus. Hungría ha prohibido las exportaciones de la materia prima de ese medicamento y las medicinas que lo contienen.
“Prohibir las exportaciones no ayuda nada”, dijo Mariangela Simao, directora general adjunta de medicamentos y productos de la salud en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra. “Puede afectar las cadenas de suministros de algunos productos que de hecho se necesitan en todas partes”.
Trump ha sido especialmente aguerrido para asegurar una reserva estadounidense de hidroxicloroquina, haciendo caso omiso de los consejos de los científicos federales que advirtieron que se han hecho muy pocas pruebas y hay muy poca evidencia de sus beneficios.
India es el productor más grande de hidroxicloroquina del mundo. El mes pasado, el gobierno prohibió la exportación del medicamento, aunque estipuló que los envíos podrían seguir en ciertas circunstancias.
Algunos cálculos sugieren que una política de acumulación para las necesidades nacionales podría provocar escasez en otros países. Es probable que India requiera 56 toneladas métricas, pero ahora solo tiene 38, dijo Udaya Bhaskar, director general del Consejo de Promoción de las Exportaciones Farmacéuticas de India, un organismo de la industria montado por el gobierno para promover la exportación de medicamentos indios.
Un fabricante, Watson Pharma, propiedad de Teva Pharmaceuticals, con sede en el estado occidental de Goa en India, planea triplicar su producción de hidroxicloroquina en las próximas dos semanas.
Genómica y geopolítica
Conforme las compañías farmacéuticas exploran nuevas formas de tratamiento del coronavirus —una misión compleja incluso en condiciones ideales de laboratorio— deben navegar una capa adicional de complejidades en el mundo real: la geopolítica.
Las empresas dedicadas a la genómica y limitadas por las exigencias rigurosas de la fabricación deben encontrar una manera de desarrollar nuevos medicamentos, comenzar la producción comercial y también prever la forma en que las predilecciones de los nacionalistas que dirigen las grandes economías podrían limitar los suministros.
Uno de los medicamentos que más están en la mira últimamente, el remdesivir, es fabricado por Gilead, una compañía estadounidense. Aunque las pruebas clínicas aún no se han completado, la compañía ha aumentado su fabricación para satisfacer la demanda global antes de la aprobación del medicamento.
Como muchos medicamentos más nuevos, la fórmula del remdesivir incluye “sustancias novedosas de disponibilidad global limitada”, de acuerdo con una declaración en el sitio web de la compañía.
Gilead ha aumentado la producción, en parte, gracias a que ha enlistado la ayuda de instalaciones adicionales a las propias en Estados Unidos, mediante la firma de contratos con plantas de Europa y Asia, una decisión que parece apostarle a evitar problemas en cualquier lugar específico.
“La naturaleza internacional de la cadena de suministro del remdesivir nos recuerda que es esencial que los países trabajen juntos para crear un suministro suficiente para el mundo”, dijo Daniel O’Day, presidente y director ejecutivo de Gilead, en una declaración publicada el 4 de abril.
Gilead calcula que tiene suficiente medicamento para tratar a 30.000 pacientes, aunque su objetivo es tener suficiente para tratar a un millón para finales del año. Sin embargo, algunos expertos externos cuestionaron si será suficiente.
“Habrá un verdadero combate por la distribución del suministro del remdesivir si en efecto resulta ser efectivo”, dijo Geoffrey Porges, analista de SVB Leerink, un banco de inversiones en Boston.
Regeneron, otro fabricante de medicamentos con sede en Nueva York, está preparando una planta en Estados Unidos para producir un conjunto de anticuerpos desarrollado en ratones genéticamente modificados, y tiene pruebas planeadas para pacientes hospitalizados y como tratamiento preventivo. Un coctel similar de anticuerpos resultó ser efectivo en contra del ébola.
La compañía está planeando la medida extraordinaria de mudar la producción de algunos de sus medicamentos más rentables —uno para tratar el eccema, otro para los ojos— a una fábrica en Irlanda para hacerle espacio al tratamiento experimental.
Las fábricas chinas producen el 80 por ciento de los antibióticos del mundo y los componentes de una enorme gama de medicamentos. Los funcionarios chinos han dicho que continuarán permitiendo que estas mercancías estén disponibles para todo el mundo. Ese tipo de decisiones quizá mejoren la posición de China, pero parece poco probable que apacigüen al gobierno de Trump.
“En efecto ayudaría a proyectar el poder blando de China”, dijo Yanzhong Huang, académico sénior de salud global en el Consejo de Relaciones Exteriores. “Pero no sé si eso aliviaría las preocupaciones en Occidente, particularmente en Estados Unidos, en torno a la necesidad de diversificar el suministro para la fabricación de ingredientes farmacéuticos activos”.
Trump desde hace mucho ha estado obsesionado con el déficit comercial con China como un supuesto sistema para llevar puntaje de la victimización de Estados Unidos. Sin embargo, dado el papel de China como proveedor dominante de equipo hospitalario y medicamentos, la salud estadounidense depende realmente de la capacidad de comprarles más a las fábricas chinas.
“En ese momento, la esperanza más importante que tenemos son las importaciones de esos productos”, dijo Bown, el experto en comercio. “Nos gustaría registrar el déficit comercial más grande que podamos acordar”.
“No nos ha vuelto vulnerables el hecho de comprarle estos productos a China”, agregó. “Nos ha vuelto vulnerables comprarle estos productos a China y decidir emprender una guerra comercial con ellos”.
La búsqueda de vacunas
El objetivo de China es convertirse en el primer país en descifrar el código de una vacuna, un logro que podría consolidar su estatus como superpotencia mundial, algo similar al momento en que Estados Unidos colocó a una persona en la Luna.
“Su importancia radica en poder desplegar nuestra capacidad científica y tecnológica en otros países”, dijo Yang Zhanqiu, virólogo de la Universidad de Wuhan, en la ciudad de China central donde surgió el coronavirus.
Alrededor de mil científicos chinos ahora están involucrados en la creación de vacunas para el virus, con nueve versiones posibles en desarrollo, de acuerdo con el gobierno. El gobierno está considerando dispensar algunas fases de las pruebas clínicas planeadas para agilizar el avance de las posibles vacunas al uso de emergencia este mismo mes.
No obstante, parece que hay un elemento notablemente escaso: la colaboración internacional.
En 2003, cuando se propagó por China otro coronavirus que provocaba un síndrome respiratorio grave, con un impacto mortífero, los funcionarios de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos fueron a Pekín para ayudar al gobierno a forjar una estrategia de contención. En los años que siguieron, las autoridades chinas y estadounidenses colaboraron en epidemias en África.
Sin embargo, en años recientes, las autoridades de salud pública de Estados Unidos han disminuido drásticamente su presencia en Pekín según instrucciones del gobierno de Trump, dijo Jennifer Huang Bouey, epidemióloga y experta en China de la RAND Corp.
Sí hay cierta colaboración internacional. Seth Berkley, director ejecutivo de la Gavi Alliance, una organización sin fines de lucro fundada por Bill y Melinda Gates que trabaja para que haya vacunas en las poblaciones más pobres, señaló que una de las mejores vacunas para el ébola fue descubierta en un laboratorio canadiense de salud pública, transferida a un fabricante estadounidense de medicamentos y fabricada en Alemania.
“Así se hace la ciencia, y deberíamos seguir ese paradigma”, comentó. “Nada ilustra la naturaleza global de este problema mejor que la COVID-19, que comenzó en Wuhan y se propagó a 180 países en cuestión de tres meses. Este es un desafío global que exige una respuesta global”.
No obstante, incluso antes de que se confirme una vacuna, los gobiernos nacionales ya están buscando asegurar un suministro próximo.
En Bélgica, una compañía llamada Univercells se está preparando para fabricar dos vacunas que están en desarrollo incluso antes de que se completen las pruebas clínicas, de acuerdo con su cofundador, José Castillo. Univercells espera comenzar la producción en septiembre, con el objetivo de fabricar hasta 200 millones de dosis al año en un par de plantas al sur de Bruselas.
Un país —Castillo rechazó revelar cuál— ya ha pedido la mitad del suministro de vacunas que su compañía fabricará en un principio, un porcentaje que se reduciría a un diez por ciento en cuanto aumente la producción.
Algunos países seguramente no podrán obtener suficientes vacunas. “En realidad es un asunto de escasez”, comentó Castillo.
La escasez anticipada se explica mediante más que la demanda abrumadora. Aunque la ciencia detrás del desarrollo de vacunas ha avanzado de manera importante, fabricarlas a menudo requiere técnicas laboriosas que no están diseñadas para producir rápidamente miles de millones de dosis.
Una unidad poco conocida dentro del Departamento de Salud y Servicios Humanos, cuya misión es proteger a los residentes estadounidenses del bioterrorismo y las pandemias, les da subsidios a las compañías para acelerar el desarrollo de las vacunas. A veces también exige que los beneficiarios le entreguen al gobierno una reserva, dijo James Robinson, experto en fabricación de vacunas que forma parte del consejo asesor científico de la Coalición para la Innovación en la Preparación de Epidemias, un consorcio internacional dedicado a hacer que las vacunas estén disponibles en todo el mundo.
Esa división, Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado, hace poco le entregó casi 500 millones de dólares a Johnson & Johnson para ayudar a la compañía a desarrollar una vacuna de coronavirus y montar instalaciones de manufactura en Estados Unidos.
Johnson & Johnson no quiso decir si su arreglo con el gobierno requeriría que apartara vacunas para su uso en Estados Unidos. Dijo que actualmente tenía la capacidad de producir hasta 300 millones de dosis al año en sus instalaciones en los Países Bajos, y que se prepara para fabricar una cantidad similar en Estados Unidos, además de trabajar con socios externos para aumentar su capacidad en otras partes.
“Si el gobierno actual aún está en funciones cuando estén disponibles las vacunas, adoptará una postura férrea en cuanto a privilegiar el suministro a Estados Unidos por encima del resto del mundo”, dijo Michel De Wilde, consultor en materia de investigación de vacunas y exejecutivo de Sanofi, un fabricante francés de vacunas.
En todo el mundo, 50 posibles vacunas ahora están en las primeras etapas de desarrollo, de acuerdo con la OMS. Si la historia nos ha enseñado algo, es que los científicos terminarán por producir una versión eficaz.
Lo que no sabemos es si se compartirán los beneficios.