Los tristes últimos textos de una empleada hospitalaria del frente de batalla

Los tristes últimos textos de una empleada hospitalaria del frente de batalla
Madhvi Aya, a la izquierda, con su esposo Raj y su hija Minnoli, en la graduación de esta última de la preparatoria Floral Park Memorial en junio pasado. (Minnoli Aya vía The New York Times)

NUEVA YORK — Recostada en una cama de hospital el mes pasado, Madhvi Aya cayó en cuenta de lo que le ocurría.

Había sido doctora en India y después de emigrar a Estados Unidos se capacitó como asistente médico. Trabajó más de diez años en el hospital público Woodhull Medical Center, en Brooklyn, donde fue testigo directo del despiadado paso del coronavirus por la ciudad.

Solo unos días después de su último turno en servicios de asistencia directa, Aya se convirtió en paciente. La sala de emergencias del Woodhull no tenía suficiente personal, así que Aya había estado trabajando ahí, dedicada a recopilar historiales médicos, ordenar pruebas y hacerles preguntas a los pacientes sobre sus síntomas. Ahora, se había infectado.

Madhvi Aya, de 61 años, estaba sola en un hospital y, aunque su esposo y su hija de 18 años estaban solo a unos tres kilómetros de ahí en Long Island, no podían visitarla. Tampoco tenía el solaz de tener a su lado a colegas conocidos, pues la admitieron en otro hospital, más cerca de su casa. En un texto que le envió a su familia, describió un horrible dolor de pecho que sintió cuando intentó levantarse de la cama.

“No he mejorado como debería”, le escribió a su esposo, Raj, el 23 de marzo.

Conforme progresó la enfermedad, sus textos fueron cada vez menos frecuentes y se volvieron breves y esporádicos.

“Te extraño, mami”, escribió su hija, Minnoli, el 25 de marzo. Le hacía falta la seguridad de los brazos maternos, el alivio de acurrucarse en su cama. “Por favor no pierdas las esperanzas, porque yo no me he dado por vencida. Necesito a mi mamá. Necesito que vuelvas, te espero”.

“Te amo”, escribió Aya al día siguiente.

“Mamá regresa”.

Aya no pudo cumplir su promesa.

Los trabajadores sanitarios del frente de batalla corren un alto riesgo de contraer el coronavirus, y muchos de ellos han enfermado. Sin embargo, no se sabe bien cuántos de ellos han perdido la vida en Nueva York debido al virus después de haber trabajado estrechamente con pacientes de COVID-19.

Los sistemas de servicios de salud en general no han revelado la identidad de esos empleados, entre ellos Kious Kelly, coordinador de enfermería en el hospital Monte Sinaí Oeste de Manhattan, y Ronald Verrier, cirujano en el hospital St. Barnabas en el Bronx. Doctores, enfermeros y empleados que trabajaban en otros cargos en hospitales que se han visto inundados de pacientes con el virus también han muerto, según sus familiares y colegas.

Los mensajes de texto de Aya y el relato de su familia sobre sus últimos días revelan a una mujer que pasó gran parte de su vida dedicada a la medicina antes de sucumbir ante el cruel y familiar arco narrativo de un paciente con COVID-19. Después de sufrir síntomas leves en un principio y estar en cuarentena en casa, la enfermedad escaló con rapidez, por lo que Aya tuvo que ir al hospital, donde esperó mucho para recibir atención y, finalmente, murió sola.

“Siempre estuvo ahí para ayudarnos, siempre que quisimos”, comentó su esposo. Pero cuando enfermó, “nadie estuvo a su lado”, se lamentó.

Aya se trasladó a Estados Unidos en 1994 para reunirse con su esposo, quien había emigrado una década antes y la conoció durante una visita a su natal India. Aya comenzó a trabajar en Woodhull en 2008 y se convirtió en asistente médico sénior. Sus colegas afirman que impulsaba a los compañeros jóvenes gracias a la experiencia que adquirió como anestesista e internista en India, además de su instinto en el cargo que desempeñaba en Estados Unidos.

“Ha sido un golpe muy duro para nosotros”, afirmó Robert Chin, director del departamento de emergencias de Woodhull, en un correo electrónico interno enviado el 1.° de abril, en el que solicitó donativos para ayudar a la familia de Aya, quien era el principal sostén económico de su hogar.

La hija de Aya, Minnoli, dijo que ha experimentado todo tipo de emociones, desde un dolor intenso hasta desconcierto. Piensa ser doctora también, pero está enfadada con un sistema que, según cree, no protegió a los empleados que tiene en el frente de batalla. Algunas veces también se enoja con su madre por no haber regresado a casa.

“Solo quisiera abrazarla y que me dijera que todo va a estar bien”, dijo Minnoli.

No es posible determinar cómo se infectó Aya. Cuando estuvo trabajando en Woodhull a principios de marzo, a los empleados del frente de batalla todavía no les indicaban que debían utilizar tapabocas como protección al atender a todos los pacientes, explicó un miembro del personal. Más adelante, cuando comenzó a agravarse la crisis, los hospitales se percataron de que los pacientes que llegaban debido a problemas que parecían no estar relacionados con el virus también tenían resultados positivos en la prueba, por lo que podían exponer a los trabajadores sanitarios sin que estos lo supieran.

El 17 de marzo, la administración del hospital Woodhull les dio indicaciones a los empleados del departamento de emergencias de que utilizaran cubrebocas para atender a todos los pacientes. Un vocero de Health and Hospitals Corp. en la ciudad de Nueva York, empresa encargada de supervisar a Woodhull, señaló que sí había equipo de protección disponible para sus empleados sanitarios.

Los turnos de Aya llegaban a ser extenuantes en Woodhull, un hospital público con 320 camas ubicado en la intersección de Bedford-Stuyvesant, Bushwick y Williamsburg. Muchas veces, su esposo la llevaba al trabajo desde su hogar en Floral Park a las seis de la mañana y la recogía doce horas después para que pudiera relajarse en el automóvil.

“Tenemos que cuidar a nuestros pacientes primero”, decía con frecuencia.

Al principio del brote, a Madhvi Aya le preocupaba llevar el virus a casa y contagiar a su esposo de 64 años, a quien había cuidado durante su recuperación de una cirugía de derivación aórtica en 2017, y a su madre de 86 años, Malti Masrani, a quien cuidó después de que sufrió un accidente cerebrovascular a finales del año pasado.

Comenzó a toser casi al terminar su último turno el 12 de marzo, comentó Raj Aya. La llevó a Woodhull la siguiente noche para que la examinara un doctor y la recogió muchas horas más tarde, después de que le hicieron la prueba.

Durante los días siguientes, estuvieron en cuarentena en distintos pisos de su casa estilo Cape Cod. Aya no sufría ningún padecimiento médico previo, aseguraron sus familiares.

Sin embargo, la tos agravó mientras estaba en casa y también tuvo fiebre. Poco después del mediodía el 18 de marzo, Raj Aya dejó a su esposa en el hospital Jewish Medical Center de Long Island, cerca de su hogar. Fue la última vez que la vio.

Raj Aya esperó una hora y media en el auto, en el estacionamiento del hospital. Le envió mensajes de texto a su esposa, a quien casi siempre se dirigía como “SH”, su abreviatura de “sweetheart” (querida), para preguntar si ya le habían sacado radiografías del pecho y decirle que había intentado entrar a verla.

“Ve a casa, yo te hablo, todavía estoy esperando”, escribió su esposa.

A las 4:47 a. m. la siguiente mañana, Madhvi le escribió en un texto que todavía estaba esperando a que le asignaran una cama. Cuando Raj Aya se despertó, preguntó si le podía llevar café. Madhvi respondió que no. Le dijo que ya estaba lista su prueba en Woodhull y que era positiva.

“Me da mucha pena escuchar eso”, dijo.

Hablaron por teléfono y ella le pidió que cuidara a su madre y recogiera a su hija de la escuela para llevarla a casa.

Al día siguiente, Minnoli Aya regresó de la Universidad de Buffalo, donde había comenzado sus estudios. Creía que su mamá tenía neumonía y esperaba sorprenderla. En vez de eso, se enteró de que su madre tenía coronavirus.

“Terminé en el piso, deshecha”, aseveró Minnoli.

Durante la siguiente semana, intercambió textos con su madre, cuya condición siguió deteriorándose. Los médicos llamaban a Raj Aya a diario. Al terminar la semana, su esposa tenía cada vez más dificultades para respirar.

Para la mañana del 29 de marzo, los médicos se alistaron para conectar a Madhvi a un respirador. Sin embargo, tenía una complicación que ponía en riesgo su vida, así que le preguntaron a su esposo si quería verla, quizá por última vez. A Raj le preocupaba que sus problemas de corazón representaran un riesgo si se contagiaba, y que pudiera dejar a Minnoli sin ninguno de sus padres.

Comentó que todavía se siente culpable por haber decidido no ir. Esa tarde, llamaron del hospital para avisarle que su esposa había muerto.

En las semanas siguientes a la muerte de Madhvi, Minnoli no ha dejado de ver los mensajes que todavía tiene en su teléfono.

“Hola, mami. Me estoy estresando mucho más por la universidad ahora que estoy en casa”, le escribió a su madre solo tres días antes de que muriera. “Lo bueno es que estoy en casa, pero necesito que regreses pronto. Espero que ya hayas cenado, todavía rezo por ti y no he perdido la esperanza”.

“Concéntrate”, respondió su madre.

“Sí, pero quiero que vengas a casa”.

“Casa pronto”.

“Te quiero, mami, con todo mi corazón”.

“Te quiero”.

Fueron las últimas palabras que Aya le escribió a su hija.

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