El coronavirus se está propagando desde las ciudades más grandes de Estados Unidos hasta sus suburbios y ha empezado a irrumpir en las regiones rurales de la nación. Se cree que el virus ha infectado a millones de ciudadanos y ha cobrado la vida de más de 34.000.
Sin embargo, la semana pasada, el presidente Donald Trump propuso lineamientos para reabrir la economía y sugirió que una parte de Estados Unidos pronto regresaría a algo parecido a la normalidad. Desde hace varias semanas, la perspectiva del gobierno en cuanto a la crisis y nuestro futuro ha sido más optimista que la de sus propios asesores médicos y de los científicos en general.
La verdad es que nadie sabe con certeza adónde nos llevará esta crisis. Más de veinte expertos en salud pública, medicina, epidemiología e historia compartieron sus opiniones sobre el futuro en entrevistas detalladas.
“Nos espera un futuro lúgubre”, dijo Harvey V. Fineberg, expresidente de la Academia Nacional de Medicina.
Él, junto con otros expertos, vislumbró una población triste, atrapada en interiores durante meses, y los más vulnerables tal vez en cuarentena durante mucho más tiempo. Expresaron su preocupación de que los científicos no lograran encontrar una vacuna pronto, que los ciudadanos agotados ignoraran las restricciones pese a los riesgos y que el virus se hiciera parte de nuestras vidas de ahora en adelante.
“Mi lado optimista dice que el virus se reducirá en el verano y que una vacuna llegará al rescate”, dijo William Schaffner, especialista en medicina preventiva en la Facultad de Medicina de la Universidad de Vanderbilt. “Pero estoy aprendiendo a protegerme de mi naturaleza optimista”.
La mayoría de los expertos opinaron que, cuando la crisis terminara, la nación y su economía se reactivarían rápidamente. Sin embargo, sería inevitable pasar por un periodo de dolor intenso.
La forma exacta en que acabará la pandemia dependerá, en parte, de los avances venideros en la medicina. También dependerá de cómo se comporten los estadounidenses mientras tanto.
Es posible que mueran más estadounidenses de lo que admite la Casa Blanca.
Podría decirse que la COVID-19, la enfermedad que causa el coronavirus, es la principal causa de muerte en Estados Unidos en este momento. El virus ha provocado el fallecimiento de más de 1800 estadounidenses casi a diario desde el 7 de abril y es posible que la cifra oficial sea una subestimación de la real.
En contraste, las enfermedades cardiacas suelen causar 1774 muertes al día en Estados Unidos, mientras que el cáncer provoca 1641.
Es cierto, las curvas del coronavirus se están estabilizando. En Nueva York, el epicentro de la epidemia, menos personas están siendo ingresadas a los hospitales y hay menos pacientes con COVID-19 en las unidades de cuidados intensivos. El total diario de víctimas aún es desalentador, pero ya no va en aumento.
El progreso que se ha logrado hasta la fecha ha sido gracias al cierre de emergencia en el país, una situación que no puede continuar de manera indefinida. El plan de reapertura “gradual” que expuso la Casa Blanca sin duda incrementará el número de víctimas, sin importar cuán cuidadosa sea su implementación. La mayor esperanza es que los fallecimientos sean mínimos.
“Todos los modelos son solo eso”, dijo Anthony S. Fauci, asesor de ciencia para el equipo especial de coronavirus de la Casa Blanca. “Cuando obtienes nuevos datos, les haces cambios”.
Los cierres terminarán, pero con dificultad
Nadie conoce el porcentaje exacto de estadounidenses que se han contagiado hasta ahora —los cálculos han variado del 3 al 10 por ciento—, pero es probable que al menos 300 millones de nosotros sigamos siendo vulnerables. Hasta que surja una vacuna, o alguna otra medida de protección, los epidemiólogos coinciden en que no hay manera de que todas esas personas salgan a las calles de manera segura.
“Existe este pensamiento mágico de que todos vamos a resistir por un tiempo y luego la vacuna que necesitamos va a estar disponible”, comentó Peter J. Hotez, decano de la Escuela Nacional de Medicina Tropical de la Escuela de Medicina de Baylor.
En su afamado artículo, “Coronavirus: el Martillo y la Danza”, publicado el 19 de marzo en Medium (el 22 de marzo en español), Tomás Pueyo predijo de manera correcta el cierre nacional, al cual se refirió como el martillo, y dijo que nos llevaría a una nueva fase, a la cual bautizó como la danza, en la que partes esenciales de la economía podrían reactivarse, como algunas escuelas y algunas fábricas con el mínimo personal necesario.
Todos los modelos epidemiológicos plantean algo parecido a la danza. Todos asumen que el virus rebrotará cada que surjan demasiados portadores y forzará otro cierre de emergencia. Después, el ciclo se repite. En los modelos, las curvas de ascenso y descenso de muertes se ven como una hilera de dientes afilados.
Los modelos predicen que los repuntes son inevitables, aunque se queden cerrados los estadios, las iglesias, los teatros, los bares y los restaurantes, todos los que lleguen del extranjero cumplan cuarentenas de 14 días y los viajes nacionales se restrinjan rigurosamente.
Resolve to Save Lives, un grupo de apoyo a la salud pública dirigido por Thomas R. Frieden, exdirector de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), publicó una serie de criterios detallados y estrictos sobre cuándo puede reabrirse la economía y cuándo debe permanecer cerrada.
La reapertura requiere una disminución de casos en un periodo de catorce días, un monitoreo del 90 por ciento de los contactos, un alto a los contagios entre trabajadores del sector salud, lugares de recuperación para los casos leves y muchos otros objetivos difíciles de alcanzar.
“Tenemos que reabrir el grifo poco a poco, no dejar salir chorros de agua de una sola vez”, explicó Frieden. “Este es momento de trabajar para que ese día llegue más pronto”.
La inmunidad se convertirá en una ventaja social
Imagina a Estados Unidos dividido en dos clases: aquellos que se han recuperado de la infección de coronavirus, y podrían definirse como inmunes al virus, y aquellos que siguen siendo vulnerables.
“Será un cisma escalofriante”, predijo David Nabarro, comisionado especial de la Organización Mundial de la Salud para la COVID-19. “Los que cuenten con los anticuerpos podrán viajar y trabajar y el resto será discriminado”.
Desde ahora, la gente con presunta inmunidad ya es muy solicitada, pues les piden que donen sangre con anticuerpos y algunos desempeñan labores médicas riesgosas sin temor.
El gobierno pronto tendrá que inventar una manera de certificar quién es realmente inmune. Una prueba de inmunoglobulina G (IgG), que se produce cuando se establece la inmunidad, podría funcionar, dijo Daniel R. Lucey, experto en pandemias de la Escuela de Derecho de Georgetown. Muchas empresas están produciéndolas.
Según las predicciones de los expertos, a medida que los estadounidenses confinados en sus casas vean a sus vecinos inmunes reanudar sus actividades y quizá incluso tomar los empleos que ellos perdieron, no es difícil imaginar la enorme tentación de unírseles a través de la autoinfección. Los ciudadanos más jóvenes, en particular, van a calcular que arriesgarse a padecer una enfermedad grave tal vez sea una mejor opción que el empobrecimiento y el aislamiento.
“Mi hija, que es economista de la Universidad de Harvard, siempre me dice que su grupo etario tiene que organizar fiestas de COVID-19 para desarrollar inmunidad y ayudar a que la economía siga en marcha”, relató Michele Barry, directora del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Stanford.
El virus se puede mantener bajo control, pero solo con recursos amplificados
Los expertos afirman que los próximos dos años transcurrirán a tropezones. Conforme más gente inmune regrese a trabajar, más se recuperará la economía.
Sin embargo, si demasiada gente se contagia al mismo tiempo, será inevitable efectuar nuevos cierres de emergencia. Para evitar eso, será imperativo que se realicen pruebas de manera generalizada.
Fauci dijo que “el virus nos dirá” cuándo sea seguro. Lo que quiere decir es que, cuando se establezca un estándar nacional de cientos de miles de pruebas realizadas a diario en todo el país, se podrá detectar cualquier propagación vírica cuando el porcentaje de resultados positivos aumente.
No obstante, las pruebas diagnósticas han sido un problema desde el principio. A pesar de las afirmaciones de la Casa Blanca, médicos y pacientes siguen quejándose por su escasez y demoras.
Para mantener el virus bajo control, varios expertos han insistido en que el país debe empezar a aislar a todos los enfermos, incluso a los casos más leves.
En China, cualquiera que diera positivo, sin importar cuán leves fueran sus síntomas, debía ingresar de inmediato a un hospital tipo enfermería, por lo general instalado en un gimnasio o centro comunitario.
No obstante, las opiniones de los expertos estuvieron divididas en cuanto a este tipo de instalaciones. Fineberg coescribió un artículo de Opinión en The New York Times en el que hizo un llamado a favor de procesos obligatorios, pero “compasivos de cuarentena”.
Por otro lado, Marc Lipsitch, epidemiólogo de la Escuela T. H. Chan de Salud Pública de la Universidad de Harvard, se opuso a la idea, y dijo: “No confío en nuestro gobierno para que separe a personas de sus familias a la fuerza”.
No habrá una vacuna próximamente
Aunque ya han comenzado a realizarse ensayos clínicos con humanos de tres compuestos candidatos —dos aquí y uno en China—, Fauci ha dicho en repetidas ocasiones que cualquier esfuerzo por fabricar una vacuna tardará al menos de un año a 18 meses.
Todos los expertos familiarizados con la producción de vacunas coincidieron en que incluso esa escala de tiempo es optimista. Paul Offit, vacunólogo del Hospital de Niños de Filadelfia, señaló que el récord es de cuatro años, para la vacuna contra las paperas.
Los investigadores claramente discreparon en cuanto a lo que debe hacerse para acelerar el proceso. Les técnicas modernas de biotecnología que usan plataformas de ARN o ADN hacen que sea posible desarrollar vacunas candidatas con más rapidez que nunca. Sin embargo, los ensayos clínicos toman tiempo, en parte debido a que no hay manera de apresurar la producción de anticuerpos en el cuerpo humano.
Así mismo, por razones poco claras, algunas vacunas candidatas para combatir coronavirus previos como el SRAG han provocado un “refuerzo dependiente de anticuerpos”, lo cual hace a los receptores más susceptibles a infectarse, no menos.
Por lo general, una nueva vacuna primero se pone a prueba en menos de 100 voluntarios jóvenes y saludables. Si parece segura y produce anticuerpos, miles de voluntarios más —en este caso, tal vez serían los trabajadores en el frente de batalla que están en mayor riesgo— reciben la vacuna o un placebo en lo que es llamado un estudio en Fase 3.
Si bien poner a prueba una vacuna es una labor ardua, producir cientos de millones de dosis es aún más complicado, advirtieron los expertos.
Es probable que haya tratamientos primero
A corto plazo, los expertos se mostraron más optimistas con respecto a los tratamientos que a las vacunas. Varios de ellos opinaron que el “plasma convaleciente” podría funcionar.
Esta técnica básica se ha utilizado desde hace más de un siglo: se toma sangre de personas que se hayan recuperado de una enfermedad, luego se filtra para eliminar todo excepto los anticuerpos. La inmunoglobulina rica en anticuerpos se inyecta a los pacientes.
El obstáculo es que ahora hay relativamente pocos sobrevivientes de quienes se pueda recolectar la sangre.
Tomar una pastilla preventiva diaria sería una solución mucho mejor, ya que las pastillas se pueden sintetizar en fábricas con mucha más rapidez que las vacunas o de lo que se pueden desarrollar y purificar los anticuerpos.
Sin embargo, incluso si se inventara una, tendría que redoblarse la producción hasta que fuera tan ubicua como la aspirina, a fin de que 300 millones de estadounidenses pudieran tomarla a diario.
Adiós a ‘Estados Unidos primero’
Una crisis de salud pública de esta magnitud requiere cooperación internacional a una escala que no se ha visto en décadas. Sin embargo, Trump está tomando medidas para retirarle el financiamiento a la OMS, la única organización capaz de coordinar una respuesta como esa.
Además, pasó la mayor parte de este año oponiéndose a China, que ahora tiene la economía en funcionamiento más poderosa del mundo y tal vez se convierta en el proveedor dominante de medicamentos y vacunas.
Varios expertos han señalado que, en este mundo, “Estados Unidos primero” no es una estrategia viable.
“Si el presidente Trump quiere redoblar los esfuerzos de salud pública aquí, debería buscar medios para colaborar con China y dejar de lado los insultos”, afirmó Nicholas Mulder, historiador de economía en la Universidad Cornell.
Cuando haya pasado la pandemia, es posible que la recuperación nacional sea veloz. Mulder destacó que la economía se recuperó de las dos guerras mundiales.
Los efectos secundarios psicológicos serán más difíciles de medir. El aislamiento y la pobreza causados por un largo periodo de confinamiento podrían incrementar las tasas de violencia doméstica, depresión y suicidio.
Mulder mencionó que, en los periodos posteriores a ambas guerras mundiales, la sociedad y los ingresos se volvieron más equitativos. Los fondos creados para las pensiones de los veteranos y las viudas fomentaron redes de seguridad social, se adoptaron medidas como la ley G. I. (para financiar los estudios de soldados desmovilizados) y los préstamos hipotecarios del Departamento de Asuntos de los Veteranos, los sindicatos se fortalecieron y los beneficios presupuestarios para los ricos menguaron.
Los expertos sugirieron que, si una vacuna llega a salvar vidas, muchos estadounidenses tal vez confíen más en la medicina convencional y sean más receptivos a la ciencia en general, incluso en temas como el cambio climático. Los cielos despejados que han brillado en las ciudades estadounidenses durante esta era de confinamiento incluso podrían volverse permanentes.