COVID-19, el nuevo enemigo invisible de los indígenas colombianos, amenazados y desplazados

COVID-19, el nuevo enemigo invisible de los indígenas colombianos, amenazados y desplazados
Confinados, indígenas no pueden vender sus artesanías ni regresar a sus territorios. Foto: AFP.

Por cuenta de la pandemia Colombia estará en aislamiento preventivo al menos hasta el 11 de mayo.

 

La violencia los forzó a huir. Víctimas del conflicto armado y desplazados en la ciudad, los indígenas de Colombia están bajo la amenaza de la COVID-19. Confinados, no pueden vender sus artesanías ni regresar a sus territorios.

“Ya no tengo alimentos para dar a mis hijos (…) por falta de dinero, no estamos vendiendo nada”, lamenta Yaleny Ismare, de 29 años, junto a una pila de manillas, aretes y canastas finamente trenzadas en fibra de palma Werregue.

Al igual que más de 500 indígenas wounaan, Yaleny huyó en los últimos años de las orillas del río San Juan en la costa del Pacífico, una zona estratégica para el tráfico de droga que se disputan paramilitares y guerrilleros. Ahora sobrevive en Ciudad Bolívar, un barrio pobre de Bogotá.

Pero por cuenta de la pandemia Colombia estará en aislamiento preventivo al menos hasta el 11 de mayo. Bogotá, foco de contagios en el país, comenzó a aplicar la medida el 20 de marzo, cinco días antes que el resto de la nación.

“Normalmente, los wounaan de Ciudad Bolívar se dedican a la venta de artesanías (…) en los mercados, en la calle, a domicilio y por pedidos”, dijo a la AFP Onaldo Chocho.

“Empiezan a sufrir necesidades como pago de arriendo, servicios públicos y alimentación”, deplora este líder indígena de 54 años, que se mueve con chaleco antibalas y guardaespaldas ante las amenazas de grupos armados.

– ¿Escuela por celular? –

Madre de cinco niños, de cuatro a doce años, Yaleni comparte una casa deteriorada con cerca de cuarenta indígenas de su comunidad en Vista Hermosa, en la parte alta de Ciudad Bolívar.

Un trapo rojo cuelga de una ventana, una señal cada vez más común en Colombia para advertir que se pasa hambre.

A lo largo de un pasillo azul se extienden alojamientos con puertas metálicas. En el patio, encima de un lavadero de cemento, se seca la ropa de unos quince niños.

Al cerrarse las escuelas, “los niños están estudiando solamente virtual, pero les faltan computadores. Solo un celular no alcanza para mis hijos”, se queja Yaleni.

Según la Unesco, la mitad de la población escolar en el mundo -unos 826 millones de alumnos- no tienen acceso a una computadora en casa en esta época de teleaprendizaje.

Muchos niños indígenas forman parte de esa estadística.

Al final de la escalera que conduce a la azotea, un anciano toma el sol. Como todos los mayores de 70 años, muy vulnerables al virus, este hombre ciego está confinado hasta el 31 de mayo. Ninguno aquí usa tapabocas por falta de dinero para comprarlos.

Colombia supera los 4.000 casos de covid-19 confirmados, incluidos más de 200 muertos, desde el 6 de marzo.

La Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) alertó sobre la vulnerabilidad de sus comunidades al virus, debido a la estructura precaria de salud en sus territorios. Al menos seis contagios han sido confirmados en tres comunidades diferentes.

En el corazón de Bogotá, unos 360 emberas protestan desde principios de abril para exigir ayuda. La mayoría huyó hace cuatro meses de los departamentos de Chocó (noroeste) y Risaralda (centro).

“Hay una doble victimización: víctimas del conflicto armado y víctimas del confinamiento por el virus”, denuncia uno de sus líderes, Agobardo Queragama.

El distrito paga subsidios mensuales de entre 45 y 110 dólares y distribuye mercados a los más desfavorecidos. Pero algunos no reciben nada, porque no aparecen en los registros.

– En la calle y vulnerables –

Los propietarios sin escrúpulos hacen caso omiso a la prohibición de desalojar inquilinos durante el confinamiento.

Incapaces de costear los tugurios que rentan por día, más de un centenar de familias embera, incluidas mujeres embarazadas y niños de ojos febriles, tuvieron que dormir en un parque, expuestos al frío nocturno de Bogotá.

“No pueden ir a sus territorios (…) porque el conflicto armado está vivo allá”, explica María Violet Medina Quiscue, de la consejería local de los 17 pueblos indígenas víctimas de la guerra.

Otros, como los nasas y los misaks del departamento agrícola del Cauca, se han encerrado en sus reservas, donde disfrutan de una cierta seguridad alimentaria.

Los indígenas del Amazonas prefirieron el bosque. “Con la memoria ancestral de las distintas epidemias que han tenido en cinco siglos, los pueblos nómadas (…) se han retirado de las áreas urbanas. Así, los nukaks adentraron más hacia la selva” del Guaviare (sur), dice Armando Valbuena Wouryu, portavoz nacional de la minga (asamblea) indígena.

Este sabio del grupo étnico Wayuu, originario del desierto de La Guajira (noreste), subraya la vulnerabilidad de los indígenas colombianos: “1,9 millones de personas de 115 pueblos, incluidos 12.000 mayores de 60 años”, sufren desnutrición y están expuestos a la tuberculosis. “¡Una situación difícil y trágica!”.

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