Muere a los 85 años el escritor sueco Per Olov Enquist, "biógrafo de las sombras"

Muere a los 85 años el escritor sueco Per Olov Enquist, "biógrafo de las sombras"
El escritor sueco Per Olov Enquist, en su casa en Estocolmo el 23 de febrero de 2011. Foto/AFP.

Estuvo en varias ocasiones entre los favoritos al Premio Nobel de Literatura otorgado por la Academia Sueca, pero murió sin haberlo obtenido.

Figura señera de la literatura escandinava del siglo XX, el sueco Per Olov Enquist, fallecido a los 85 años, creó una poderosa obra sumergiéndose en las sombras de la historia y de su propia biografía, melancólica y estruendosa.

Novelista, dramaturgo, periodista, ensayista, Enquist murió el sábado de noche, anunciaron su familia y su editor.

Sus libros han sido traducidos a decenas de lenguas, desde “El ojo de cristal”, publicado en 1961, hasta “El libro de las parábolas”, de 2013. Otras de sus obras destacadas son “El quinto invierno del magnetizador”, “Hess”, “La partida de los músicos”, “El ángel caído”, “La biblioteca del Capitán Nemo” y “El libro de Blanche y Marie”.

Su novela sobre la locura del rey Cristián VII de Dinamarca, “La visita del médico de cámara”, fue recompensada en 1999 con el Augustpriset (premio Augusto), la mayor distinción literaria sueca.

En 1968 alcanza el reconocimiento internacional con “Los legionarios”, obra en la que fustiga a Suecia por la deportación de soldados bálticos refugiados a la Unión Soviética tras finalizar la Segunda Guerra Mundial.

Estuvo en varias ocasiones entre los favoritos al Premio Nobel de Literatura otorgado por la Academia Sueca, pero murió sin haberlo obtenido.

“Muy pocos como él han inspirado a tantos otros escritores, renovado la novela documental y revitalizado el arte dramático sueco”, destacó este domingo su editorial, Norstedts (Suecia).

Su autobiografía, “Otra vida”, publicada en Suecia en 2008, fue distinguida con su segundo premio Augusto, que fue creado en 1994 en homenaje a August Strindberg, “enfant terrible” de la literatura sueca, a quien Enquist afirmaba deberle mucho.

En ésta, el autor narra su solitaria juventud en el extremo norte de Suecia, junto a su madre, viuda, una maestra luterana muy rigurosa, que anhelaba que su hijo ingresara a un seminario.

Nacido en 1934 en Hjoggböle, una austera parroquia del norte del país, creció en un escenario “bergmaniano”, con los recuerdos siempre presentes de haber heredado la cama destinada a un hermano que murió al nacer, y de la ausencia del padre, que falleció cuando él apenas tenía un año, evocados por su madre, quien lo animaba a inventar pecados para poder confesarlos.

Después, este gigantón, de ceño fruncido a lo Gregory Peck, se emancipa, ingresa al instituto secundario, practica el salto de altura a gran nivel, y despierta al periodismo, la escritura, las mujeres…

Por muy poco no logró clasificar para los Juegos Olímpicos de Roma-1960, y años más tarde, como periodista cubrió los de Múnich-1972, en que el grupo palestino “Septiembre Negro” asesinó a once atletas israelíes en un trágico episodio.

– Sobrevivir –

En la edad adulta surgen los terrores, la depresión, las dudas en sí mismo, el valor de la existencia.

“Creo que toda mi vida siempre quise ser escritor, y nunca me rendí. No fue fácil sobrevivir”, declaraba Enquist a la AFP en 2011.

En su apartamento en Estocolmo, donde recibía a sus visitantes, casi una pared entera estaba tapizada por libros, de poesía, teatro, novelas y cuentos: su obra, sólo la suya, en sueco, inglés, francés, ruso, etc…

“Es mi biblioteca egocéntrica”, explicaba. “Cuando estoy con el ánimo bajo porque no puedo escribir, la miro y me digo a mí mismo ‘¡vamos! esta pared tiene siete metros de largo, quiere decir que algo hiciste en la vida y ahora puedes morir'” tranquilo.

Per Olov Enquist libró finalmente una lucha sin cuartel contra el alcohol. Pasó tres años en París casi sin lograr estar sobrio.

“Residía en un suntuoso apartamento en los Campos Elíseos, pero entonces no podía escribir nada (…) Recuerdo la vista magnífica que tenía desde mi balcón, París era una ciudad muy hermosa de observar, pero no lo hacía, no la disfrutaba”.

La tercera cura finalmente fue la buena, ocurrió cuando le dieron una computadora y, ese mismo día, se dio cuenta de que siempre había sido “un escritor” y ninguna otra cosa.

“Lo más terrible para un escritor no es escribir, sino no escribir. Es un periodo de mi vida que dejé atrás y que me alegra poder contar”, decía.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *