El 10 de abril, Tony Thompson, alguacil del condado de Black Hawk en Iowa, visitó la inmensa planta procesadora de carne de cerdo de Tyson Foods en Waterloo. Lo que vio, dijo, lo “sacudió hasta los huesos”.
Los trabajadores, muchos de ellos migrantes, estaban apiñados codo con codo descuartizando cerdos en canal en una cinta transportadora. Los pocos que se cubrían el rostro llevaban un surtido de pañuelos, tapabocas de pintor o incluso antifaces para dormir colocados a la altura de la boca. Algunos llevaban cubrebocas colgando del cuello.
Thompson y otros funcionarios locales ejercieron presión para que Tyson cerrara la planta, preocupados por un brote de coronavirus. En una llamada del 14 de abril, los funcionarios sanitarios le solicitaron a Tyson que cerrara provisionalmente, según comentó la planta, pero la respuesta fue “menos que cooperativa”, comentó el alguacil, quien supervisa la respuesta ante el coronavirus del condado. Por su parte, la gobernadora de Iowa se negó a cerrar las instalaciones.
“Waterloo Tyson sigue operando”, dijo la empresa en un mensaje de texto a sus empleados el 17 de abril. “¡Gracias a los miembros del equipo! ¡ESTAMOS ORGULLOSOS DE USTEDES!”.
Cinco días después, la planta cerró. Tyson mencionó que el motivo fue “el ausentismo de los trabajadores”, así como el repunte en los casos y las preocupaciones de la comunidad. Desde el 7 de mayo, el departamento de salud del condado ha registrado 1031 infecciones de coronavirus entre los empleados de Tyson, más de una tercera parte de la plantilla laboral. Algunos están conectados a ventiladores; tres de ellos han muerto, según Tyson.
La planta no permaneció cerrada mucho tiempo. Mientras la escasez de carne afectaba a las tiendas de alimentos y los restaurantes de comida rápida, se generaba presión política para abrir y volver a operar decenas de plantas que habían cerrado debido a los brotes de coronavirus en todo el condado. Luego de que una orden ejecutiva del presidente Donald Trump declaró que el suministro de carne era “infraestructura crítica” y protegió a las empresas en cierta medida de la responsabilidad, Tyson reabrió sus instalaciones de Waterloo el jueves pasado.
Se han añadido nuevas precauciones sanitarias como barreras de policarbonato a lo largo de la línea de producción, escáneres de temperatura con lentes infrarrojos para detectar fiebres y protectores faciales y cubrebocas para los trabajadores.
Ahora la pregunta es: ¿podrá saciarse el apetito estadounidense por la carne sin enfermar a ejércitos de trabajadores con salarios bajos y a sus comunidades durante las nuevas oleadas de infección?
Los trabajadores y sus defensores dicen que las acciones de Tyson —y las recientes directrices federales de seguridad— llegaron demasiado tarde. Señalan las fallas que Tyson cometió durante las primeras tres semanas de abril mientras el virus se propagaba rápidamente y casi sin impedimentos por la planta de Waterloo.
Mientras ejecutivos de alto nivel cabildeaban en la Casa Blanca para conseguir ayuda para Tyson en caso de demandas, la empresa no les otorgó el equipo de seguridad adecuado a los trabajadores de Waterloo y se negó a cerrar la planta como solicitaban los funcionarios locales, según más de una veintena de entrevistas a empleados de la planta, defensores de derechos humanos, médicos, abogados y servidores públicos.
Aunque a fines de marzo Tyson comenzó a cambiar sus políticas concernientes a las prestaciones por incapacidad a corto plazo para alentar a los trabajadores enfermos a quedarse en casa, muchos empleados no estaban seguros de las reglas y algunos fueron a laborar enfermos para evitar quedarse sin su sueldo. Los rumores y la desinformación se propagaron entre los empleados, muchos de los cuales no son hablantes nativos del inglés. Mientras la mano de obra menguaba, el temor se apoderó de la planta.
Steve Stouffer, director de las operaciones de res y cerdo de Tyson, dijo en una entrevista que la empresa había tomado las mejores decisiones de protección en medio de una situación que escalaba con rapidez. No obstante, reconoció que la compañía podría haber hecho más.
“Viéndolo en perspectiva, siempre se puede mejorar”, comentó.
Thompson agregó que agradecía las nuevas medidas de seguridad, pero que Tyson se había tardado mucho en actuar.
“¿Qué es más importante? ¿Tus chuletas de cerdo o la gente que se está enfermando de COVID-19, la gente que se está muriendo por esa enfermedad?”, preguntó.
‘Un momento de temor y pánico’
En un edificio gris no muy alto con el eslogan “A Cut Above the Rest” (“Un corte por encima de los demás”) en la planta de Waterloo es donde se realizan las operaciones más grandes de procesamiento de carne de cerdo de Tyson en Estados Unidos, responsable de casi el cuatro por ciento del suministro de cerdo del país. Antes de la pandemia, operaba las 24 horas, lo que significa que se descuartizaban hasta 19.500 cerdos al día para dividirlos en cortes de carne que viajaban en una flotilla de camiones por todo el país.
Este es un trabajo duro, demandante, que por lo general es desempeñado por operarios que trabajan de pie, a corta distancia entre sí.
Durante una teleconferencia del 9 de marzo, los líderes sindicales de la industria cárnica debatieron sobre cómo desplegar a los trabajadores en las plantas y adoptar otras precauciones para evitar el brote, pero, en ese momento, el problema parecía estar muy lejos del este de Iowa, comentó Bob Waters, presidente del sindicato local de la planta de Waterloo.
“Pensamos que podría llegar, pero esperábamos que no fuera así”, comentó. Iowa, al igual que otros estados del medio oeste de Estados Unidos, nunca emitió una orden estatal de quedarse en casa.
Sin embargo, para principios de abril, el centro de operaciones de emergencia en el condado de Black Hawk había comenzado a recibir quejas sobre las condiciones de riesgo en las que operaba la planta.
Los trabajadores y sus familiares denunciaron la falta de equipo de protección y los protocolos de seguridad insuficientes y dijeron que los trabajadores comenzaban a salir positivos en las pruebas del virus.
Tyson había tomado algunas precauciones. En marzo, comenzó a revisar a los trabajadores para ver si tenían fiebre al entrar a la planta y flexibilizó sus políticas con el fin de que los empleados que dieran positivo o se sintieran mal recibieran una parte de su salario aunque se quedaran en casa.
No obstante, los trabajadores seguían amontonados en la fábrica, en la cafetería y en los vestidores y la mayoría no usaba cubrebocas. Tyson dijo que ofrecía pañuelos de tela a los trabajadores que los pedían, pero para cuando trató de comprar equipo de protección, los suministros eran escasos.
Al menos un empleado vomitó mientras trabajaba en la línea de producción y varios abandonaron las instalaciones con temperaturas elevadas, según un trabajador que habló con la condición de mantener su anonimato por temor a perder el empleo y defensores locales que han hablado con trabajadores de la planta.
Debido a las leyes de privacidad de los pacientes, Tyson y el sindicato tuvieron dificultades para obtener información de los funcionarios estatales sobre cuáles trabajadores habían dado positivo, lo que obstaculizó sus esfuerzos por aislar a los compañeros de trabajo que habían estado en estrecho contacto con ellos.
Los empleados de mayor edad, así como aquellos con asma o diabetes, tenían cada vez más miedo de entrar en la planta.
“Fue realmente una época de miedo y pánico”, dijo la representante estatal Timi Brown-Powers, quien labora en una clínica de coronavirus en Waterloo. “No habían disminuido la velocidad de la línea de producción, tampoco habían puesto en práctica ninguna medida de distanciamiento social”, agregó la representante.
Dijo que durante la noche del 12 de abril casi dos docenas de empleados de Tyson fueron admitidos en la sala de emergencias de un hospital que pertenece al sistema MercyOne.
Los trabajadores de la planta estaban confundidos sobre por qué tantos compañeros de trabajo se estaban enfermando y faltaban al trabajo. Los supervisores afirmaban que era gripe; también les dijeron, o les advirtieron, que no hablaran del virus en el trabajo.
En una declaración enviada por correo electrónico, Tyson dijo que se había basado en “la información disponible en ese momento para ayudar a mantener a salvo” a los miembros de su equipo. La empresa declaró que les habría sido útil recibir más pronto información del Departamento de Salud del condado de Black Hawk para tomar decisiones.
Nafissa Cisse Egbuonye, directora del Departamento de Salud del condado de Black Hawk, dijo que antes de que el estado cambiara las reglas el 14 de abril para ayudar a acelerar las investigaciones de salud pública se le impidió legalmente compartir los nombres de los empleados de la empresa que habían dado positivo, pero mencionó que había estado en constante comunicación con la planta y les había comentado sus preocupaciones.
“Creo que tenían suficiente información para tomar las medidas necesarias”, afirmó.
Después de la visita de Thompson, él y otros políticos locales comenzaron a presionar a Tyson y a la gobernadora Kim Reynolds para que cerraran la planta. La gobernadora se puso del lado de Tyson. Emitió una orden ejecutiva el 16 de abril en la que declaraba que solo el gobierno estatal, no los gobiernos locales, tenía la autoridad para cerrar empresas en el noreste de Iowa, incluida la planta de Waterloo.
“Nos estamos asegurando de que los trabajadores estén protegidos y, lo más importante, de mantener esa cadena de suministro de alimentos en funcionamiento”, dijo Reynolds.
Sin embargo, el número de infecciones siguió aumentando. Tyson dijo que comenzó a reducir las operaciones el 20 de abril, pero la planta no cerró por completo sino hasta el 22 de abril, después de que la empresa terminó de procesar los cerdos que quedaban en sus refrigeradores. Luego de que la planta cerró, la compañía invitó a los trabajadores a regresar a las instalaciones para hacerles pruebas de coronavirus. Sin embargo, es probable que este proceso haya infectado a más trabajadores, dijo Christine Kemp, directora ejecutiva de una clínica de salud local. Los empleados se amontonaron afuera de la planta y llenaron las escaleras. Algunos se fueron sin hacerse la prueba por temor a contagiarse con el virus mientras hacían fila.
El virus ya se había propagado por la comunidad, incluso a un asilo de ancianos donde hay varios trabajadores que están casados con empleados de Tyson. Entre los empleados de Tyson que han fallecido se encuentran una refugiada bosnia, a la que le sobrevive un marido afligido, y un hombre con tres hijas. En esta última familia, la madre murió de cáncer el año pasado, por lo que la hija mayor, de 19 años, tomará la tutela de sus hermanas.
Los riesgos políticos en torno a la reapertura en Waterloo son altos.
Con el suministro de carne interrumpido en todo el país, la Casa Blanca ha presionado a Tyson y a otras empresas cárnicas para que sigan operando. Los funcionarios de Tyson han tenido muchas oportunidades para expresar sus preocupaciones, ya que han cenado en la Casa Blanca y participaron en varias llamadas con el presidente y el vicepresidente en los últimos meses.
No obstante, puede que se tenga que proceder a reabrir la planta de manera gradual. Los ejecutivos de Tyson advirtieron que llevaría tiempo volver a la normalidad. La planta de Waterloo reabrió el jueves a un 50 por ciento de su capacidad. Y la reapertura total podría tardar semanas, a medida que los trabajadores regresen de la cuarentena.
Stouffer, el ejecutivo de Tyson, dijo que esperaba que lo peor ya hubiera pasado. Sin embargo, los funcionarios de salud advierten que la prisa por alcanzar la producción plena podría originar una segunda ola de infecciones.
“Al final, será la historia la que juzgue”, aseveró Stouffer. “Pero hemos hecho nuestro mayor esfuerzo —todo nuestro equipo, toda nuestra organización, desde el presidente del consejo hacia abajo— para hacer lo correcto”, manifestó.