El lunes, la primera ministra Jacinda Ardern pudo cantar victoria. Gracias a los esfuerzos de toda la nación, declaró, Nueva Zelanda logró cumplir con su ambicioso objetivo de erradicar, en lugar de controlar, los brotes de COVID-19. Ya podían poner fin al cierre de emergencia que declaró el 25 de marzo.
El éxito de Ardern es el último punto de datos en una tendencia ampliamente notoria: los países gobernados por mujeres parecen ser particularmente exitosos en la lucha contra el coronavirus.
Alemania, liderada por Angela Merkel, ha tenido una tasa de mortalidad mucho más baja que el Reino Unido, Francia, Italia o España. Finlandia, donde gobierna la primera ministra Sanna Marin, de 34 años, con una coalición de cuatro partidos dirigidos por mujeres, ha tenido menos de un diez por ciento de muertes en comparación con la vecina Suecia. Así mismo, Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán, ha presidido uno de los esfuerzos más exitosos del mundo para contener el virus, con una combinación de pruebas, trazabilidad de contactos y medidas de aislamiento para controlar las infecciones sin un cierre nacional completo.
Deberíamos resistirnos a sacar conclusiones sobre las mujeres líderes de entre unos pocos individuos excepcionales que actúan en circunstancias excepcionales. Sin embargo, a decir de los expertos, el éxito de las mujeres puede seguir dándonos valiosas lecciones sobre lo que puede ayudar a los países a sortear no solo esta crisis, sino otras en el futuro.
Los M&M’s de color café y los políticos
La banda de rock Van Halen incluyó una cláusula en las instrucciones para las presentaciones de su gira que requería que los encargados del lugar donde fueran a tocar pusieran tazones de M&M’s en su camerino, con una “ADVERTENCIA” en letras mayúsculas y subrayada: “NO DEBE HABER NINGUNO DE COLOR CAFÉ”.
El verdadero propósito de la cláusula no tenía nada que ver con el chocolate. Más bien, era una señal para identificar de inmediato si los administradores de la sala de conciertos habían leído con cuidado las instrucciones en su totalidad, incluidos los lineamientos de seguridad para los escenarios y equipos extremadamente complejos de la banda.
Así como la ausencia de M&M’s de color café señalaba que el lugar era seguro y se había preparado con esmero, la presencia de una gobernante puede ser un indicador de que un país tiene instituciones y valores políticos más incluyentes.
En un artículo de opinión publicado en el British Medical Journal, Devi Sridhar, catedrática de Salud Global de la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo en Escocia, escribió que el éxito de la respuesta a una pandemia requiere fuentes de información diversas y líderes lo suficientemente humildes para escuchar las voces ajenas a su círculo. “La única manera de evitar el ‘pensamiento de grupo’ y los puntos ciegos es asegurar que representantes con diversos antecedentes y conocimientos especializados estén presentes cuando se tomen decisiones importantes”, escribió la profesora.
Tener una lideresa indica que personas de diversos orígenes ―y, en consecuencia, diversas perspectivas sobre cómo combatir las crisis, con algo de suerte― pueden estar presentes en el debate. Por ejemplo, en Alemania, el gobierno de Merkel tuvo en cuenta una variedad de fuentes de información diferentes al desarrollar su política sobre el coronavirus, que incluyó modelos epidemiológicos, datos de proveedores médicos y evidencias del éxito del programa de pruebas y aislamiento de Corea del Sur. En consecuencia, el país ha logrado una tasa de mortalidad por coronavirus que es considerablemente inferior a la de otros países de Europa occidental.
En cambio, los gobiernos de Suecia y el Reino Unido, dirigidos por hombres (ambos con un alto número de muertes por coronavirus) parecen haberse basado principalmente en modelos epidemiológicos elaborados por sus propios asesores, con pocos canales para que expertos externos pudieran disentir.
Sin embargo, un indicador no es una prueba y el sistema político circundante a veces ofusca las diferentes perspectivas que un grupo diverso puede aportar al problema.
Cuando Ruth Carlitz, politóloga de la Universidad de Tulane, analizó el historial de los gobernadores en Estados Unidos, descubrió que las mujeres no se apresuraron a imponer cierres para luchar contra el coronavirus (su análisis es reciente y no ha sido revisado por pares).
Tal vez esto se deba a que los efectos del género se han visto minimizados por el poder absorbente del partidismo político. Carlitz encontró que, en Estados Unidos, los gobernadores republicanos, hombres y mujeres por igual, tardaron más en imponer órdenes de quedarse en casa en comparación con los demócratas.
Cómo escapar al doble imperativo del género
Después de que el presidente Donald Trump fuera criticado por no llevar cubrebocas durante sus apariciones públicas, David Marcus, un periodista conservador, argumentó en un artículo para el sitio web The Federalist que Trump estaba: “proyectando la fortaleza estadounidense”. Argumentó que si Trump llevara cubrebocas: “indicaría que Estados Unidos es tan impotente contra este enemigo invisible surgido en China que hasta su presidente tiene que esconderse detrás de un cubrebocas”.
En el conflicto de las grandes potencias, no suele dársele tanta importancia al uso de accesorios médicos, pero el análisis de Marcus es en realidad bastante congruente con la idea tradicional de un líder estadounidense fuerte: uno que proyecta poder, actúa con determinación y, sobre todo, no se muestra temeroso, de esa manera intimida a los enemigos de la nación hasta someterlos.
En otras palabras, un líder fuerte es aquel que se jacta de cumplir con los ideales de masculinidad.
A menudo, esto ha creado dificultades para las mujeres en la política. “Se espera que los líderes sean agresivos, atrevidos y dominantes. No obstante, si las mujeres demuestran esos rasgos, entonces se les considera poco femeninas”, advirtió Alice Evans, socióloga del King’s College de Londres que estudia cómo las mujeres ejercen el poder en la vida pública. “Eso les dificulta mucho a las mujeres prosperar en el liderazgo”.
La estrategia de Ardern para combatir la pandemia no podría estar más lejos de ese arquetipo tradicional. Pero en este nuevo tipo de crisis, su liderazgo cauteloso ha demostrado tener éxito. “Yo diría que cerrar la economía antes de tiempo fue una estrategia de aversión al riesgo. Porque nadie sabía lo que iba a pasar, así que la estrategia es proteger la vida primero”, comentó Evans.
En el Reino Unido, Boris Johnson llegó al poder como un destacado patrocinador del brexit, que prometió no ceder para alcanzar el mejor “acuerdo” en la salida del país de la Unión Europea, pero las habilidades que usó para combatir a los burócratas de Bruselas resultaron no ser útiles en la lucha contra la pandemia. Su gobierno retrasó los cierres y otras medidas de protección críticas como el aumento de la capacidad de realizar pruebas y la compra de equipos de seguridad para los hospitales. El número de decesos del Reino Unido se convirtió en el segundo más alto a nivel mundial.
Claro está que los líderes pueden superar las expectativas de género y muchos lo han hecho. No obstante, quizá hacerlo sea menos costoso en términos políticos para las mujeres porque no tienen que violar las normas de género percibidas a fin de adoptar políticas cautelosas y defensivas.
Ese estilo de liderazgo quizá sea cada vez más valioso. A medida que se intensifiquen las consecuencias del cambio climático, es probable que se produzcan más crisis derivadas de fenómenos meteorológicos extremos y otros desastres naturales. No es posible intimidar a los huracanes e incendios forestales para que se rindan, del mismo modo que no se puede hacerlo con un virus. Y lo mismo aplica para el cambio climático.
Al final, eso podría cambiar la percepción de lo que consideramos un liderazgo fuerte. “Lo que aprendimos con la COVID es que, en realidad, otro tipo de liderazgo puede ser muy benéfico”, comentó Evans. “Tal vez la gente aprenda a reconocer y valorar a los líderes cautelosos, reflexivos y reacios a correr riesgos”, concluyó.