La historia de George Floyd, desde ‘Quiero emocionar al mundo’ hasta ‘No puedo respirar’

La historia de George Floyd, desde ‘Quiero emocionar al mundo’ hasta ‘No puedo respirar’
Manifestantes llevan un estandarte con la imagen de George Floyd durante una manifestación en Minneapolis, el 6 de junio de 2020. (Victor J. Blue/The New York Times)

HOUSTON — Era el último día del penúltimo grado de bachillerato en la Escuela Preparatoria Jack Yates de Houston, hace casi tres décadas.

Un grupo de buenos amigos iban pensando de camino a casa lo que traería el último año escolar y lo que vendría incluso más adelante. Eran adolescentes negros a punto de alcanzar la mayoría de edad. ¿Qué querían hacer con su vida?, esa era la pregunta que todos se hacían.

“George me miró y dijo: ‘Quiero emocionar al mundo’”, comentó Jonathan Veal, de 45 años, al recordar las aspiraciones de uno de esos jóvenes, un destacado atleta, alto y sociable, llamado George Floyd, a quien había conocido en la cafetería de la escuela el día que comenzaron el sexto año. La idea de emocionar al mundo en sus mentes de 17 años tal vez significaba la NBA o la NFL.

“Fue uno de los primeros momentos que recordé después de saber lo que le sucedió”, afirmó Veal. “Floyd no podría haberse imaginado que esta sería la manera trágica en que la gente conocería su nombre”.

Ahora la gente conoce a George Perry Floyd hijo por sus desgarradores momentos finales, cuando suplicaba que lo dejaran respirar mientras la rodilla de un policía presionaba su cuello durante casi nueve minutos en una calle de la ciudad de Minneapolis.

La muerte de Floyd, inmortalizada en el video que tomó en su teléfono celular un transeúnte durante el atardecer del Día de los Caídos, ha desatado dos semanas de extensas manifestaciones en todo Estados Unidos en contra de la brutalidad policiaca. Ha sido conmemorado en Minneapolis, donde murió; en Carolina del Norte, donde nació, y en Houston, donde miles de personas hicieron fila de pie bajo el calor implacable del lunes en la tarde para pasar junto a su ataúd dorado y darle el último adiós en la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida.

Muchos de los que asistieron a esta despedida pública dijeron que veían a Floyd como uno de ellos: un habitante de Houston que podía haber sido su padre, su hermano o su hijo.

“Esto fue algo que sentimos muy de cerca”, afirmó Kina Ardoin, una enfermera de 43 años que estaba formada en una fila que llegaba hasta muy lejos de la entrada de la iglesia. “Podría haber sido cualquiera de mi familia”.

Ahora que es una fecha marcada en la larga historia de violencia contra los negros, el asesinato de Floyd ha hecho que personas de todas las razas marchen por las calles y se arrodillen coreando “Las vidas negras importan” en cientos de ciudades y pueblos pequeños.

No obstante, Floyd, de 46 años, fue más que el video gráfico de su muerte de casi nueve minutos. Fue más que las dieciséis frases registradas en la grabación en las que dice de varias formas “No puedo respirar”.

Fue un hombre corpulento que tenía sueños muy grandes y que no se desmoralizó por los tropiezos de su vida.

Después de crecer en uno de los barrios más pobres de Houston, se destacó como basquetbolista y futbolista, y completó tres pases para avanzar 18 yardas en un juego de campeonato estatal en su penúltimo año de bachillerato.

Fue el primero de sus hermanos en ir a la universidad gracias a una beca de deportista. Pero después de un par de años, regresó a Texas y pasó casi una década entre arrestos y encarcelamientos por delitos relacionados principalmente con las drogas. Para cuando salió definitivamente de su pueblo natal hace algunos años y se mudó a trabajar a Minneapolis, a unos 2000 kilómetros, estaba listo para comenzar de nuevo.

Cuando viajó a Houston en 2018 para el funeral de su madre —murieron con dos años y una semana de diferencia—, le dijo a su familia que había comenzado a sentir que Minneapolis era su hogar. Se hizo tatuar el nombre de su madre en el abdomen, hecho que se observó en la autopsia.

La vida en Bricks

Floyd nació en Fayetteville, Carolina del Norte, y fue hijo de George Perry y Larcenia Floyd, pero en realidad creció en un barrio de Houston llamado Bricks.

Luego de que sus padres se separaron, su madre se mudó con él y sus hermanos a Texas, donde creció en el mundo de ladrillos rojos de Cuney Homes, un complejo de 564 viviendas públicas ubicado en el tercer distrito de Houston nombrado en honor a Norris Wright Cuney, uno de los hombres negros políticamente más poderosos del estado a fines del siglo XIX.

La madre de Floyd —conocida como Cissy— era una lideresa de Cuney Homes y era miembro activo del consejo de residentes. Crio a sus hijos y, en ocasiones, también a algunos de sus nietos e hijos de sus vecinos.

Cuando era niño, en Bricks lo conocían como Perry, su segundo nombre. Cuando creció, tuvo más sobrenombres. Era el Gran Floyd, conocido tanto por su gran personalidad como por su sentido del humor.

Tras graduarse del bachillerato, Floyd se fue de Texas con una beca de basquetbolista al South Florida Community College (ahora, South Florida State College).

“Yo buscaba un ala-pívot que fuese alto y él cumplía con los requisitos. Era atlético y me gustaba cómo manejaba el balón”, comentó George Walker, quien reclutó a Floyd. “Era un jugador inicial y anotaba de doce a catorce puntos y hacía de siete a ocho recuperaciones de balón”.

Floyd fue transferido dos años después, en 1995, al campus de Kingsville de la Universidad de Texas A&M, pero no se quedó ahí mucho tiempo. Regresó a Houston —y al tercer distrito— sin haber obtenido un título.

Conocido a nivel local como el Tré, el tercer distrito, al sur del centro de la ciudad, es históricamente uno de los vecindarios negros de la ciudad y ha sido representado en la música de una de las personas más famosas que ha crecido ahí: Beyoncé.

En ocasiones, la vida en Bricks era despiadada. La pobreza, las drogas, las pandillas y la violencia atemorizaban a muchas familias del tercer distrito. Muchos de los compañeros de escuela de Floyd no cumplieron más de veintitantos años.

Según los registros del tribunal y de la policía, más o menos durante un periodo de diez años que comenzó cuando tenía veintitantos, Floyd fue arrestado varias veces en Houston. Una de esas detenciones, por una transacción de diez dólares relacionada con drogas en 2004, lo llevó a pasar diez meses en una cárcel del estado.

Cuatro años después, Floyd se declaró culpable de robo agravado a mano armada y pasó cuatro años en prisión. Lo liberaron en 2013 y regresó a casa, esta vez para empezar el largo y difícil camino de intentar darle un giro a su vida, y usó sus errores como una lección para otras personas.

Luego de que salió de la prisión, Floyd se dedicó todavía más a su iglesia. Inspirado por su hija, Gianna Floyd, quien nació después de que fue liberado, Floyd pasaba mucho tiempo en Resurrection Houston, una iglesia que celebra muchos de sus servicios en una cancha de basquetbol ubicada en el centro de Cuney Homes. Colocaba sillas y jalaba hacia el centro de la cancha la figura principal del servicio: la pila bautismal.

“Bautizábamos a las personas en la cancha en este gran abrevadero para caballos. Él solo arrastraba esa cosa a la cancha”, comentó Patrick Ngwolo, abogado y pastor de Resurrection Houston, quien describió a Floyd como una figura paterna para los residentes jóvenes de la comunidad.

Finalmente, Floyd se integró a un programa cristiano que tenía un tiempo llevando a hombres del tercer distrito a Minnesota, donde les ofrecía servicios de rehabilitación para su adicción a las drogas y de inserción laboral.

“Cuando dices que te vas a Minnesota, todos saben que vas a este programa de trabajo de la iglesia de Minnesota”, señaló Ngwolo, “y que estás saliendo de este ambiente”.

Ese cambio sería un nuevo comienzo, comentó Ngwolo, su historia de salvación.

Protector de la gente

En Minnesota, Floyd vivía en una casa dúplex de madera con dos compañeros en la orilla oriental de St. Louis Park, un suburbio en proceso de gentrificación de Minneapolis.

En 2017, comenzó a trabajar como guardia de seguridad en el Harbor Light Center del Ejército de Salvación, un refugio y alojamiento provisional para indigentes en el centro de la ciudad. El personal conocía a Floyd como alguien con temperamento estable, que por su instinto de protección hacia los empleados los acompañaba hasta sus automóviles.

“Se necesita ser una persona especial para trabajar en el ambiente del albergue”, señaló Brian Molohon, director ejecutivo de desarrollo en la división norte del Ejército de Salvación. “Todos los días te bombardean con angustias y quebrantos”.

Pese a que Floyd se adaptó a su puesto, buscó otros empleos. Mientras trabajaba en el Ejército de Salvación, solicitó empleo como portero en el restaurante y club de baile Conga Latin Bistro.

Jovanni Thunstrom, el propietario, comentó que Floyd pronto se volvió parte de la familia de empleados. Llegaba temprano y se iba tarde. Y, aunque lo intentó, nunca aprendió bien a bailar salsa.

“De inmediato me gustó su actitud”, afirmó Thunstrom, quien también era el casero de Floyd. “Te estrechaba la mano con ambas manos. Se inclinaba para saludarte”.

Floyd siempre tenía una Biblia junto a su cama. A menudo la leía en voz alta y, a pesar de su estatura, con frecuencia se acomodaba en el pasillo para rezar con Theresa Scott, una de sus compañeras de casa.

Floyd pasó las últimas semanas de su vida recuperándose del coronavirus, el cual supo que tenía a principios de abril. Cuando ya estuvo mejor, comenzó a pasar más tiempo con su novia, y no había visto a sus compañeros de casa en algunas semanas, señaló Manago.

Al igual que millones de personas, sus compañeros de casa en la ciudad que iba a ser su nuevo comienzo miraron el video que captó los últimos resuellos de Floyd.

Lo oyeron llamar a su difunta madre: “¡Mamá! ¡Mamá!”.

Desde el martes en la mañana, después de 15 días de ese grito de angustia, Floyd yace y descansa junto a ella.

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