Juntos.

Juntos.
Una foto proporcionada por Candace Fujii muestra a su esposo, Taiki, abrazados con su hijo en su casa en Asaka, Japón. a través del New York Times.

No se necesita una columna de Modern Love para saber que las relaciones pueden florecer —o marchitarse— en momentos de estrés.

Si a eso le añadimos meses de aislamiento, la carga física y emocional de una pandemia, seguida de manifestaciones en todo el mundo, el periodo que estamos viviendo tiene la capacidad de transformar las relaciones de manera importante.

En vez de publicar una sola historia esta semana, decidimos tratar de capturar el panorama general mediante varias voces. Queríamos saber cómo han lidiado con tanto tiempo de unión las personas que están viviendo juntas, en un contexto romántico o de otro tipo. ¿Esta era se tratará del costo de la claustrofobia o de la consolidación del amor? ¿Qué pasa con las peleas y las costumbres molestas? ¿Y el romance? ¿El caos? A continuación dieciocho historias de aislamiento y cercanía.

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‘Tengo que ponerle seguro a la puerta del baño’

Erin Gallagher, de 38 años, vive en Chicago con Brian, su esposo, y sus dos hijos, así como su madre y el perro.

Aprendí que el espacio y el tiempo que paso alejada de mi esposo y los niños es bueno para todos, sobre todo para mí. Mi esposo ha comenzado a decir: “¡Uy!” por todo durante la cuarentena, y eso me pone los nervios de punta. Mis hijos son asombrosos, empáticos y molestos. Tengo que ponerle seguro al baño para que no se metan a la regadera conmigo ni se queden parados a mi lado mientras estoy en el excusado. Pequeñas pausas: subirme a la máquina de ejercicio con audífonos puestos, darme un baño, salir sola a caminar, conducir a Starbucks e ir de compras a Target.

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‘Antes jamás peleaba con mis abuelos’

Rachelle Olden, de 36 años, vive en Columbia, Carolina del Sur, con Ann y Charles, sus abuelos. Pronto regresará a su casa en Seattle.

Antes jamás peleaba con mis abuelos, pero tres meses de cuarentena pueden cambiar cualquier relación. Comencé a pelear con mi abuelo porque le prohibió a mi perro entrar a la cocina, y después porque habla de los errores que estoy cometiendo en mi vida amorosa y porque no le gusta el largo de mis vestidos de verano.

Últimamente hemos estado peleando por el enfoque de las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter: la experiencia de mi abuela como una mujer negra en Estados Unidos, nacida en la zona rural de Carolina del Sur, hija de aparceros, es muy distinta de la mía, como una mujer negra que estudió en la Universidad Duke y trabaja en Microsoft. Soy su sueño más alocado.

Debatimos sobre la manera en que los afroestadounidenses se manifiestan en contra de la brutalidad policiaca y el racismo sistémico. Ella quiere que me quede en casa, lejos del gas lacrimógeno y las balas de goma, y que no hable de manera tan franca con mis colegas blancos, por miedo a que pierda mi trabajo corporativo. Yo creo que las consecuencias de una manifestación pacífica no superan la necesidad de hacer que mi voz sea escuchada.

Me mudé con mis abuelos después de que, en marzo, terminara una larga relación con mi novio de la secundaria. He tratado de tener citas por internet: mi abuela elige a los hombres por mí. Tuve una cita con distanciamiento social, y mi abuela criticó toda la ropa que elegí.

Mis abuelos han estado casados desde hace 57 años. Pensé que ya sabían cómo era el matrimonio y podrían enseñarme algo, pero no es así. Se pelean y se comportan como niños, al igual que la mayoría de las parejas. Supongo que tendré que averiguar yo misma cómo es estar casada.

Quizá digan que vivir conmigo estos últimos tres meses es el mejor regalo que les trajo la COVID-19. No solo compro lo que necesitan, sino que también les enseñé a ver las transmisiones de las iglesias en YouTube. No entienden cómo es eso de “trabajar desde casa”, y, por lo tanto, creen que estoy desempleada. Están tristes de verme partir.

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‘La idea de tener cerca a alguien es reconfortante’

Lilian Howard, de 83 años, vive en Virginia Beach, Virginia, con Lydia, su compañera de departamento, de 24 años.

A diferencia de muchos milénials, en mi experiencia, Lydia es una gran cocinera, siente sincera curiosidad por muchas cosas, es organizada y su estado de ánimo no es cambiante. Además, acepta lo que yo decido en cuanto a los asuntos del hogar, lo cual en efecto ayuda a que nos llevemos bien.

Ahora, durante la pandemia, comemos juntas por la tarde, a menudo mientras vemos un evento de balé, ópera o teatro que se transmite desde algún lugar del mundo. A veces nos gusta admirar a hombres atractivos en la televisión. Tener una compañera de departamento ayuda con los gastos, y la idea de tener cerca a alguien es reconfortante.

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‘Aprendí que puedo depender de mi esposo… brevemente’

Candace Fujii, de 31 años, vive en Asaka, Japón, con Taiki, su esposo, y su hijo pequeño.

Estuve enferma dos semanas en abril, aunque no me hicieron la prueba del coronavirus. Aprendí que puedo depender de mi esposo… brevemente. Le tomó dos semanas pasar de una actitud de amplia disposición a ayudar a otra de irritación evidente cuando yo no me sentía totalmente recuperada todavía.

Hubo un periodo oscuro durante mi enfermedad en el que deseé estar de regreso en casa de mis padres en Nueva Inglaterra, sin vecinos alrededor, paseando por el bosque con mi hijo. Me di cuenta de que ese dolor jamás se irá y no sé qué hacer al respecto.

Tener a un bebé en una sociedad que ya pone sobre los hombros de la madre gran parte de la carga de criar a un hijo, con empleo o sin él, acabó con gran parte de nuestro romance hace mucho. También he comenzado a sentir ataques de ansiedad por mi decisión de no regresar al trabajo. No me arrepiento de la decisión de quedarme en casa con mi bebé, pero la búsqueda de empleo parece aún más desalentadora después de la cuarentena.

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‘Sí, aún estamos viviendo en la yurta’

David Mielke, de 57 años, vive en Vashon Island, Washington, con Tom, su esposo.

Mi esposo y yo rentamos una yurta de seis metros hace once años porque sabíamos que nos enseñaría a mejorar nuestras habilidades comunicativas o revelaría que estamos mejor adaptados para ser monjes. Pensamos que, si nuestro matrimonio podía sobrevivir tras compartir un espacio tan pequeño, podría sobrevivir cualquier cosa.

Desde que comenzó el aislamiento social, quisimos crear una manera creativa de lidiar con los conflictos. Así que hemos comenzado a colaborar en “Broadway en la yurta”: canciones de musicales clásicos con un nuevo giro. La canción “Mood-Altering Foods” —una nueva versión de “Food Glorious Food” del musical “Oliver”— nació de mi preferencia por las comidas reconfortantes cuando estoy estresado y la opinión de Tom de que quizá no es la manera más saludable de lidiar con los problemas.

Hemos aprendido que la única cosa que nos hace crecer más que vivir en una yurta es vivir en una yurta durante una cuarentena.

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‘Se suponía que íbamos a estar aquí tres días’

Bianca Carminati, de 34 años, vive en Gili Meno, Indonesia, con Eduardo, su novio.

Mi novio y yo estamos viviendo por accidente en una isla en Indonesia; se suponía que íbamos a estar aquí solo tres días cuando ocurrió el confinamiento. La isla está en su mayor parte desierta, pues prácticamente todos los turistas se fueron, así que estamos solos todo el tiempo.

Eduardo y yo habíamos tenido una relación no exclusiva a larga distancia durante dos años y decidimos viajar por el sureste de Asia. Cuando estalló la crisis del coronavirus, decidimos no regresar a nuestros países (Estados Unidos para él y Brasil para mí) con el fin de estar juntos.

Desde que empezó el confinamiento, hemos tenido conversaciones muy intensas y hemos entendido muchas cosas sobre nuestro pasado. Los problemas de celos que jamás fueron parte de nuestra historia de pronto se volvieron inevitables. Consideramos seriamente separarnos. Pero sin botes para poder salir de la isla ni vuelos para salir de Indonesia, irnos no era una opción. Ahora, casi tres meses después, nuestra relación va muy en serio.

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‘Mi hermano y yo teníamos una relación mínima’

Carter Teng, de 20 años, vive en Raleigh, Carolina del Norte, con sus padres y River, su hermano de 10 años.

Antes de la COVID-19, mi hermano y yo teníamos una relación mínima. Con una diferencia de diez años, no hay mucho de lo que podamos hablar. Pero después de ver su adicción a los videojuegos desde que he estado en casa, he explorado las aguas vírgenes de las peleas violentas con él acerca de las prioridades en su vida para después reconciliarnos con los ojos llorosos.

En tan solo dos meses, hemos compartidos más lágrimas y abrazos que en los últimos diez años. Ha sido una época de muchas primeras experiencias: la primera vez que tuve una conversación profunda con él, la primera vez que le conté un secreto y la primera vez que le dije que lo amo.

Después de que pase la pandemia, quiero seguir participando de manera activa en la vida de mi hermano. Ahora siento que soy responsable de su bienestar, de la misma manera en que imagino que un padre cuida a su hijo. Quizá no acepte un empleo en la costa oeste después de graduarme; quizá me quede en la costa este para estar cerca de él.

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‘Hemos sentido dolor, crecido y sanado’

Kelly Sterling, de 32 años, vive en Brooklyn con Randy, su esposo.

Antes de la cuarentena, mi esposo y yo sufrimos un aborto espontáneo. Me sometí a un procedimiento de dilatación y legrado una semana antes de que se cerrara la ciudad de Nueva York. Tuvimos que adaptarnos rápidamente a nuestra nueva realidad: quedarnos en casa, perder un embarazo y vivir el despido de mi esposo. Me costaba trabajo dormir. Me despertaba a las tres de la mañana en el sofá. Mi esposo me encontraba en la mañana ahí y simplemente nos sentábamos abrazados juntos.

Mi esposo es fuerte. Yo me enojaba con él por ser positivo respecto del futuro o por tener la esperanza de que nos embarazaramos de nuevo, pues sentía que era demasiado pronto. Pero me di cuenta de que él simplemente es así. La positividad es su manera de lidiar con el dolor.

El último par de meses nos ha permitido tener el tiempo de estar de luto de una manera que normalmente no nos habríamos permitido. Se suponía que iba a regresar al trabajo unos cuantos días después del procedimiento.

Comenzamos a tener conversaciones con nuestras familias y amigos, y hablamos abiertamente acerca de lo ocurrido. La gente nos contó historias sobre sus propias pérdidas y las pérdidas que han sufrido sus amigos. Aunque estábamos encerrados en casa, sentíamos el amor y el apoyo del mundo externo. Randy y yo hemos recorrido un largo camino durante este periodo. Ahora aceptamos la pérdida como parte de nuestra historia.

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‘Más que sexo, drogas y rocanrol’

Kellie Krueger, de 32 años, vive en Los Ángeles con Tony, su novio, que se mudó a su departamento.

Pasamos de vernos los fines de semana en clubes de música gótica y rock —y quizá disfrutar de un día de descanso después— a esta situación. De hecho, no nos hemos peleado mucho. Muchas relaciones en Los Ángeles son superficiales, y yo a veces temía que la nuestra también lo fuera. Pero no lo es. Nuestra cercanía me ha demostrado que nuestra relación es más que sexo, drogas y rocanrol.

En general, nos comunicamos de manera más profunda que antes de la pandemia. La mejor parte ha sido aprender más sobre la verdadera naturaleza del otro. Cuando me siento triste, no necesito hablar ni explicar. Tony extiende sus brazos para abrazarme y me sugiere que vayamos en auto a ver el océano.

Nuestro primer aniversario es hoy, pero decidimos separarnos una semana para disfrutar de nuestro espacio personal. Nos parece saludable y adecuado, porque mi departamento es muy pequeño.

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‘Aún nos estamos conociendo’

Natasha Scripture, de 42 años, vive en Frederick, Maryland, con Ali, su prometido, y Layla, su hija.

Nos embarazamos la primera vez que tuvimos sexo, después de conocernos brevemente. Habíamos estado viviendo juntos quince meses en total.

Él es médico y le encanta limpiar, pero acumula ropa vieja —ropa interior con agujeros, calcetines neón de los ochenta— y le toma mucho tiempo hacer las cosas, como enviar un correo electrónico, mientras que yo puedo hacer diecisiete cosas a la vez. Estamos aprendiendo qué significa ser un equipo… y también qué significa que nos cueste trabajo serlo.

Estoy sola con la bebé la mayor parte del día mientras él trabaja en otra sección de la casa, a veces trata a pacientes con coronavirus por internet. Cuando la bebé toma su siesta, tengo que escribir. Es un momento sagrado y fugaz. Mi pareja ha aprendido a no acercarse a mí durante esos momentos, o lo mato.

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‘¡Mira! ¡Nos hice unos cubrebocas con estos calcetines viejos!’

Lou Storey, de 65 años, vive en Long Branch, Nueva Jersey, con Steve, su esposo.

Nuestras personalidades se han amplificado durante la cuarentena. Steve se volvió muy eficaz, y ha aprendido muchas cosas de la vida del hogar viendo YouTube: “¡Mira! ¡Nos hice unos cubrebocas con estos calcetines viejos!”. Yo me quedo sentada durante mucho tiempo (¿minutos, horas, días?) viendo por la ventana, suspirando, diciendo frases que empiezan con: “¿Te acuerdas cuando…?”.

Tengo esas conversaciones con Rufus, nuestro paciente gato, mientras Steve investiga qué árboles tienen hojas comestibles. Así que supongo que Steve diría: “¡Lou no pudo más en la crisis mientras que yo solucioné todo!”.

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‘Mis trece hermanos y hermanas y yo decidimos regresar a Ohio’

Caroline Driscoll, de 23 años, vive en Salem, Ohio, con sus padres, sus hermanos, su cuñado y dos sobrinos.

Antes de que se emitieran las alertas de viaje a principios de marzo, mis trece hermanos y yo decidimos regresar a Ohio y aislarnos en nuestra casa de la infancia. Jamás habíamos vivido todos juntos al mismo tiempo.

Antes del coronavirus, nos veíamos un par de días unas cuantas veces al año. Cuando alguien tenía algún resentimiento, no hablábamos al respecto por miedo a arruinar el poco tiempo que teníamos para estar juntos.

Ahora no hay excusa para ignorar algo que nos está molestando, hablarlo y resolverlo. Tampoco hay manera de evitarnos, dada la cercanía; algunos de nosotros compartimos la cama con otros hermanos.

Estamos aprendiendo más los unos sobre los otros. Siento que estoy conociendo a mis hermanos por primera vez. Los conocía de niños, y ahora tengo el honor de conocerlos como adultos.

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‘Comenzamos a pelear con acento británico’

Kendra Peart, de 24 años, vive en Delray Beach, Florida, con Benjamin, su novio.

Nuestra pelea más grande ocurrió después de que le pedí que me ayudara más con los quehaceres, y él dijo que yo era un fastidio. No estoy segura de por qué, pero eso me hizo estallar, y no hablamos durante todo un día. Simplemente nos evitábamos de manera incómoda en la casa.

Él se disculpó después, hablamos de la responsabilidad compartida y vimos una película. Pero el día que no hablamos fue refrescante. El espacio era más importante de lo que nos habíamos dado cuenta. Hace poco comenzamos a pelear con acento británico con el fin de evitar tomarnos esos detallitos demasiado en serio.

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‘Cantamos y bailamos como adolescentes’

DuBose Forrest, de 68 años, vive en Lafayette, California, con Chris, su esposo desde hace cuatro meses.

Ambos estamos en una edad en la que no hay tiempo para pelearse ni discutir. Quizá a veces es cortante conmigo si está estresado debido al trabajo o un malentendido, pero yo paso a otra cosa. De igual manera, él es muy comprensivo y me calma cuando estoy alterada.

Debido a que tenemos mucho más tiempo para estar juntos, tenemos sexo casi diario, y el hecho de que él pueda y yo quiera me tiene asombrada. Lo mejor es que él se toma un momento durante su día de trabajo para salir de su estudio y besarme, y se asegura de comenzar su día haciendo ejercicio conmigo y terminar abrazados en la cama. Cantamos y bailamos como adolescentes.

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‘Ya no nos dan ganas de quitarnos los pantalones deportivos’

Liz Carroll, de 52 años, vive en Seattle con Dorion, su esposo.

Conforme pasan los meses, ya no nos dan ganas de quitarnos los pantalones deportivos. Mi esposo se corta las uñas de los pies con mucha más frecuencia de lo que me había dado cuenta antes. Su oferta de hacer la cena una vez cada tres semanas no ha cambiado aunque ahora cocinamos tres veces al día en casa. En realidad no quiere ver “lo que yo quiera” en la tele, aunque dice que no le importa.

Habiendo dicho eso, nuestra relación es sólida. Nos morimos por viajar más y nos damos cuenta de que el lugar donde vivamos en realidad no importa. Podríamos deshacernos de este departamento, conseguir un sistema de reenvío de correspondencia y vivir en cualquier parte.

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‘Nuestra buena comunicación se ha acabado’

Amber Elliot, de 30 años, vive en Aberdeen Township, Nueva Jersey, con su novio y sus dos gatos.

Antes de esto, rara vez levantábamos la voz y ambos nos disculpábamos de inmediato. Parece que nuestra buena comunicación se ha acabado. Generalmente, ambos somos muy tranquilos, pero cuando debes enfrentar una cruda realidad todos los días, es difícil ignorar la situación o tener excusas.

Él siempre dijo que una de las principales razones por las que había distancia en nuestra relación era que yo trabajaba demasiado. Pero ahora que tenemos todo el tiempo del mundo para estar juntos, nuestra relación se ha visto afectada. Ha habido algunos momentos positivos. Yo había tenido un mal día y él sabía que se me antojaba un McFlurry, así que salió a comprarme uno con muchos M&M’s. Eso me recuerda que debo mantener viva la compasión.

Pero cuando termine nuestro contrato de alquiler, ya no viviremos juntos, y me mudaré al otro lado del país. Esta época ha sido reveladora no solo para mi relación, sino para toda la estructura y el significado de mi vida.

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‘Cuando parece que toco fondo, simplemente sigo adelante’

April Friges, de 38 años, vive en Pittsburgh con su hija de 2 años y medio.

Soy mamá soltera. Mi hija pasa la mitad de su tiempo con su padre, pero el día más difícil fue cuando le permití ver televisión durante cinco horas para que yo pudiera trabajar, pero en realidad solo me senté en el piso mirando a la nada, incapaz de hacer algo.

Soy profesora en una universidad, y fue difícil simplemente terminar el semestre, sin apoyo ni guardería. Las cosas se pusieron muy difíciles. Pero descubrí que, cuando parece que toco fondo, simplemente sigo adelante.

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‘El momento perfecto para crear algo nuevo’

Ariana Shapiro, de 26 años, vive en New Haven, Connecticut, con su novio, que se sumará a su contrato de arrendamiento en junio.

Me pierdo en llamadas interminables de Zoom. Algunos días escucho un golpeteo en la puerta de mi oficina en casa y alzo la mirada para ver a mi novio, que me enseña las nalgas pegándolas contra la puerta de cristal, justo en un ángulo fuera de cámara. Eso me levanta el ánimo.

En marzo, comenzamos a recolectar comida de nuestros vecinos para distribuirla a las familias que lo necesitan. No estábamos listos para vivir juntos antes, pero ahora sí. Comenzamos una red mutua de ayuda juntos y hablamos de lo que seguirá a continuación: ¿una cooperativa de trabajadores? ¿Una campaña política? ¿Una organización sin fines de lucro? Nos dimos cuenta de que este es el momento perfecto para crear algo nuevo.

(Editado por Jessica Bennett, Daniel Jones, Miya Lee y Anya Strzemien).

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