Donald Trump no puede disfrazar el hedor de pánico que despide.
Cada semana que pasa y sigue al fondo en las encuestas, con una posibilidad muy real de que se avecine una derrota, sus diatribas en Twitter y declaraciones públicas suenan más erráticas.
Parece ir de lleno por una campaña de caos. Dirigió un ataque sin precedentes contra el servicio postal de Estados Unidos para evitar la votación por correo, con la intención de forzar a los ciudadanos a elegir entre proteger su salud y ejercitar su derecho al voto.
Se trata de una medida que busca suprimir el voto a una escala masiva, una estrategia evidente y diseñada para que menos boletas lleguen a las urnas (para darle más posibilidades de ganar), además de crear un pretexto para objetar el resultado y restarle legitimidad en caso de que pierda.
Es el comportamiento de un hombre desesperado, pero también es una repetición de lo que ocurrió en 2016, cuando Trump, que en ese momento estaba rezagado en las encuestas al igual que ahora, dio a entender que quizá no aceptaría los resultados de las elecciones.
La Casa Blanca del presidente Barack Obama incluso diseñó un plan secreto para el caso de que eso ocurriera. Como informó New York Magazine en 2018, el plan, según relataron en algunas entrevistas Ben Rhodes, asesor sénior de Obama y encargado de escribir sus discursos, y Jen Psaki, directora de comunicaciones de Obama, “era pedirles a algunos republicanos miembros del Congreso, expresidentes y exfuncionarios a nivel de Gabinete como Colin Powell y Condoleezza Rice, que validaran los resultados de las elecciones para tratar de impedir una crisis política. En caso de que Trump intentara objetar la victoria de Clinton, estas personalidades respaldarían el resultado y las conclusiones de la comunidad de inteligencia estadounidense de que el propósito de la interferencia rusa en las elecciones había sido favorecer a Trump, no a Clinton”.
La diferencia entre esas elecciones y las de ahora es que en este momento Trump ostenta el poder de la presidencia.
En esta ocasión, un grupo bipartidista de figuras políticas se ha dado a la tarea de analizar distintas situaciones que podrían presentarse si Trump se niega a aceptar el veredicto este año, y sus conclusiones no son nada alentadoras. Como le hizo notar al Boston Globe en julio Rosa Brooks, profesora de Derecho en la Universidad de Georgetown, exfuncionaria del Departamento de Defensa y una de las organizadoras del grupo, conocido como Transition Integrity Project: “Todas las situaciones hipotéticas que consideramos concluyeron con violencia en las calles y estancamiento político”. Luego, agregó: “En esencia, la ley… tiene todas las de perder contra un presidente dispuesto a ignorarla”.
Trump sabe que está en dificultades.
Se siguen sumando las víctimas mortales por su incompetente respuesta a la pandemia. Alrededor de 176.000 estadounidenses han muerto a causa del coronavirus, y esa cifra podría aumentar a cerca de 300.000 para diciembre. Millones de personas han perdido su empleo y viven en ansiedad. Existe una atmósfera de agitación civil y se han organizado manifestaciones a gran escala en contra del racismo.
Más de tres años y medio de atrocidades continuas han culminado en las catástrofes que sufrimos en la actualidad, y muchos electores se sienten exasperados e indignados.
Sin embargo, Trump ha logrado de alguna manera convencer a millones de estadounidenses de que no es la causa del caos, sino el último retén que mantiene todo en pie. Otros partidarios de Trump, aunque saben que es la causa del caos, de hecho, lo festejan.
Como afirmó Trump el viernes durante su discurso en la reunión del Consejo para la Política Nacional de 2020 en Arlington, Virginia:
“Soy lo único que se interpone entre el sueño estadounidense y la anarquía, la locura y el caos absolutos. Esa es la situación. Yo los represento. Tan solo estoy aquí. No estoy seguro de que sea una posición envidiable, pero así son las cosas. Así son las cosas”.
Continuó: “Saben, cuando dije eso me sentí un poco avergonzado porque suena muy egoísta. Es como una afirmación egoísta. Así que me sentí un poco avergonzado: ‘Soy el único’. Pero no hay otra forma de decirlo. Tenemos que ganar las elecciones”.
Pretende generar miedo por el supuesto futuro distópico que crearía la fórmula Joe Biden/Kamala Harris. Se trata de un miedo basado en la pérdida: miedo a perder privilegios raciales y protección, a perder estabilidad económica, a perder libertad religiosa, a perder la cultura de las armas y a perder el poder político y el control.
Trump les ha enseñado conservadurismo a los cobardes. Les ha enseñado a los conservadores a ver monstruos en las sombras. Les ha enseñado a interpretar el temor como poder.
Trump sin duda proclamará su mensaje de temor esta semana durante la Convención Nacional Republicana, con la esperanza de cambiar las encuestas, que se han mantenido muy estables.
Claro que, si eso no le funciona, sin duda Trump tomará medidas todavía más drásticas. Se le acaba el tiempo. Solo faltan unos meses para las elecciones. Necesita que pase algo que pueda cambiar la narrativa, y no hay nada que no se atreva a hacer. Incluso estaría dispuesto a crear esa situación, aunque dañe al país y sus instituciones.
Trump no cree en la preservación de esta democracia; cree en la preservación de Donald. No le importa en lo más mínimo qué pueda destruir, con tal de salvarse a sí mismo.
Como se escucha decir a la hermana de Trump, Maryanne Trump Barry, en unas cintas grabadas en secreto obtenidas por el Washington Post: “Donald se preocupa por Donald y punto”.