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Reflexionan sobre el cambio climático en California, arrasado por los incendios

Reflexionan sobre el cambio climático en California, arrasado por los incendios
El pequeño pueblo de Berry Creek, California, queda en ruinas el miércoles, 9 de septiembre de 2020, tras el paso del incendio del oso (Bear Fire). Foto:Max Whittaker/The New York Times

SAN FRANCISCO — Varios megaincendios queman más de un millón de hectáreas. Millones de residentes asfixiados por el aire tóxico. Apagones continuos y olas de calor de temperaturas altísimas. El cambio climático, en palabras de un científico, le está dando una bofetada a California.

La crisis que enfrenta el estado más poblado de la nación es más que una mera acumulación de catástrofes individuales. También es un ejemplo de algo que les ha preocupado a los expertos del clima desde hace mucho pero que pocos esperaban ver tan pronto: un efecto en cascada en el que una serie de desastres se traslapan, detonándose o amplificándose entre sí.

“Se están cayendo las piezas de dominó de maneras que los estadounidenses no han imaginado”, dijo Roy Wright, quien dirigió programas de resiliencia para la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés) hasta 2018 y creció en Vacaville, California, cerca de uno de los incendios más grandes de este año. “Es apocalíptico”.

Lo mismo se podría decir de toda la costa oeste del país esta semana, hasta Washington y Oregon, donde pueblos se vieron diezmados por el fuego mientras los bomberos lo combatían al límite de sus capacidades.

Las crisis simultáneas de California son un ejemplo de cómo funciona la reacción en cadena. Un verano sofocante derivó en condiciones de sequía que jamás se habían experimentado. La aridez ayudó a que los incendios forestales de la temporada fueran los más grandes que se hayan registrado. Seis de los 20 incendios forestales más grandes en la historia moderna de California han ocurrido este año.

Si el cambio climático de alguna manera era un concepto abstracto hace una década, en la actualidad es demasiado real para los californianos. Los intensos incendios forestales no solo están desplazando a miles de personas de sus hogares, sino que están provocando que químicos peligrosos se filtren en el agua potable. Las advertencias excesivas respecto al calor y el aire asfixiante lleno de humo han amenazado la salud de personas que ya están batallando durante la pandemia. Además, la amenaza de más incendios forestales ha llevado a las aseguradoras a cancelar las pólizas de propietarios de vivienda y a los principales proveedores de servicios públicos del estado a cortar el suministro de electricidad para decenas de miles de personas con fines preventivos.

Si no creen en el cambio climático, vengan a California, dijo el gobernador Gavin Newsom el mes pasado.

Los climatólogos dijeron que el mecanismo detrás de la crisis de incendios forestales es simple: el comportamiento humano, sobre todo, la quema de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, ha liberado gases de efecto invernadero que elevan las temperaturas, lo cual seca los bosques y los predispone a incendiarse.

Mark Harvey, quien fue director sénior de resiliencia en el Consejo de Seguridad Nacional hasta enero, dijo que al gobierno se le ha dificultado prepararse para situaciones como la que se está viviendo en California.

“El gobierno tiene un desempeño muy muy deficiente en cuanto a los efectos en cadena”, afirmó Harvey. “La mayoría de nuestros sistemas están diseñados para lidiar con un problema a la vez”.

De cierto modo, los incendios forestales de este año en California llevan décadas gestándose. Una sequía prolongada que terminó en 2017 fue una de las principales causas de muerte para 163 millones de árboles en los bosques de California en la última década, de acuerdo con el Servicio Forestal de Estados Unidos. Uno de los incendios que se propagó con más velocidad este año devastó los bosques que tenían la concentración más alta de árboles muertos, al sur del Parque Nacional de Yosemite.

Más al norte, el Bear Fire (incendio del oso) se convirtió en el décimo incendio más grande en la historia de California, pues arrasó con la impactante cantidad de 93.077 hectáreas en un periodo de 24 horas.

“Es realmente impresionante ver la cantidad de incendios enormes y destructivos que se propagan con tanta rapidez y suceden al mismo tiempo”, dijo Daniel Swain, climatólogo del Instituto del Medioambiente y Sustentabilidad en la Universidad de California en Los Ángeles. “He hablado con casi treinta expertos en incendios y climatología en las últimas 48 horas, y casi todos se han quedado sin palabras. Sin duda, no se ha vivido algo de esta magnitud en los últimos tiempos”.

Mientras el estado se moviliza para lidiar con las amenazas inmediatas, los incendios también dejarán al estado con problemas difíciles y costosos a largo plazo, desde los efectos de inhalar humo hasta el daño a los sistemas de agua potable.

El humo proveniente de un incendio forestal puede ser mortal, en el peor de los casos, sobre todo para las personas mayores. Hay estudios que demuestran que cuando llegan las olas de calor, la tasa de hospitalizaciones se eleva, y los pacientes experimentan problemas respiratorios, paros cardiacos y derrames cerebrales.

La pandemia de coronavirus añade una nueva capa de riesgo a una situación que de por sí es peligrosa. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades han emitido comunicados que advierten que las personas con COVID-19 están en mayor riesgo de verse afectados por el humo de los incendios forestales durante la pandemia.

“Cuanto más tiempo tengamos aire contaminado en California, más nos preocuparemos por los efectos adversos en la salud”, comentó John Balmes, vocero para la American Lung Association y profesor de Medicina en la Universidad de California, campus San Francisco.

En cuanto al agua potable, los científicos saben desde hace años que la escorrentía de los hogares incinerados puede transportar químicos nocivos a las aguas subterráneas y los depósitos. Sin embargo, las investigaciones realizadas tras los incendios forestales de 2017 en la región conocida como Wine Country al norte de San Francisco y los incendios de 2018 que destruyeron el pueblo de Paradise en las faldas de la Sierra Nevada revelaron una amenaza diferente: se halló benceno y otros contaminantes peligrosos en los acueductos, posiblemente provenientes de plásticos dañados por el calor en la infraestructura hidráulica.

El humo en el aire sobre San Francisco hace que la luz parezca naranja .Foto: Jim Wilson/ The New York Times
Vista panorámica del lago Oroville después de que el incendio del oso (Bear Fire), parte del incendio del Complejo Norte en Oroville, California, devastó la zona el miércoles, 9 de septiembre de 2020. Foto: Max Whittaker/The New York Times
Ciudadanos en un centro de refrigeración socialmente distanciado, instalado en la Biblioteca Pública de Sacramento en Sacramento, California, el domingo 6 de septiembre de 2020. Foto: Max Whittaker / The New York Times
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Emily Szasz, estudiante de posgrado de Historia del arte de Santa Cruz, dijo que siente que está en una tierra extraña y desconocida.

“Siento que estoy en un lugar en el que nunca he estado antes”, describió Szasz. “Ha habido incendios forestales ocasionales en el tiempo que llevo viviendo aquí, pero se combatían y se contenían de inmediato. No recuerdo haber visto jamás 23 días consecutivos de cielos anaranjados, asfixiantes y llenos de humo; ni haber salido de casa con miedo de no regresar nunca; ni haber conocido a alguien cuyo hogar se redujo a cenizas en las montañas cerca de mi casa”.

Hace varios años, cuando estudiaba en la Universidad de California, campus Berkeley, un profesor le explicó que era probable que California y la costa oeste experimentaran los efectos del cambio climático antes que el resto del país, recordó Szasz. Las palabras ahora resuenan en su mente.

“No hay pruebas más contundentes, y tampoco deberíamos necesitarlas, de que el cambio climático está aquí y está cambiando nuestras vidas”, comentó Szasz sobre los incendios forestales. “Apenas tengo 25 años, y no sé qué me depara el futuro, mucho menos a mis posibles hijos y nietos”.

Incluso después de que se extingan los incendios de este año, sus efectos en cadena seguirán propagándose, creando convulsiones económicas —en la industria de los seguros y con la red eléctrica del estado, por mencionar un par de ejemplos— que van mucho más allá del daño físico y de salud de los desastres en sí mismos.

Este verano, millones de hogares californianos se quedaron a oscuras durante una hora o más cuando el calor sofocante veraniego amenazó con sobrecargar la red de suministro eléctrico.

Esos apagones son independientes a los cortes eléctricos que realizaron las empresas de servicios públicos de California en un intento por evitar que sus equipos desataran más incendios. Esta semana, PG&E suspendió el suministro de electricidad para unos 170.000 clientes, la continuación de un programa de interrupciones eléctricas masivas que se lanzó el año pasado.

En el sector asegurador, años de graves pérdidas han orillado a las empresas a retirarse de áreas propensas a los incendios, algo que los funcionarios estatales llaman una crisis por sí misma. La falta de seguros asequibles amenaza con devastar los mercados inmobiliarios al hacer que las viviendas sean menos valiosas y más difíciles de vender.

Rex Frazier, presidente de la Personal Insurance Federation de California, que representa a las aseguradoras del estado, dijo que, en este momento, la industria está esperando ver el tamaño de las pérdidas de este año y cómo decide proceder el estado.

“Tenemos que usarlo como un llamado a la acción”, dijo Wright, exfuncionario de FEMA que ahora es presidente del Insurance Institute for Business & Home Safety, un grupo financiado por la industria que analiza cómo reducir los daños provocados por desastres. “Lo que no podemos hacer es simplemente taparnos los oídos, cerrar los ojos y decir: ‘Solo quiero que esto desaparezca’”.

Autores: Thomas Fuller y Christopher Flavelle

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