Se espera instalar pronto una estatua de Avicena, erudito del siglo X, que tradujo de y hacia el árabe partes enteras de ciencias medievales, especialmente la medicina.
Al ponerse el sol, los reflejos dorados de una estatua de mujer deslumbran a los transeúntes de Mosul, liberada desde hace tres años de los yihadistas, donde media docena de esculturas han vuelto a erigirse.
“La bella dama” fue la primera en surgir en la gran ciudad del norte que fue, de 2014 a 2017, la “capital” en Irak del “califato” autoproclamado del grupo Estado Islámico (EI).
Adorna desde septiembre de 2018 una cruce en el que, poco más de un año antes, los yihadistas decapitaban a aquellos que, según su visión ultrarigorista del islam, habían violado sus reglas.
“Al colocar esta estatua aquí he querido borrar las imágenes negras y terribles que se han incrustado en las mentes”, explica a la AFP Omar Ibrahim, su escultor.
“‘La bella dama’ es la encarnación de la belleza de Mosul, de su renacimiento después de todas las pruebas sufridas durante este período terrible”, el del EI), con castigos corporales diarios y otros edictos medievales, continúa este iraquí, de 35 años.
Un período terrible que no impidió a Ibrahim seguir creando, mientras los artistas se veían obligados a destruir sus obras y a “arrepentirse” en público para obtener certificados de buena conducta.
Comenzó su creación bajo el EI, en un sótano, a escondidas de la mirada de los vecinos que podían denunciarlo en cualquier momento. Un colmo en una ciudad conocida desde la antigüedad por sus músicos, sus cantantes y escritores.
– Regreso de las estatuas y de los habitantes –
Mosul, apodada la “ciudad de las dos primaveras”, no pudo más que observar, aterrorizada, a los yihadistas atacar con mazos la estatua de “La hija de la primavera”, portando un ramo.
Una nueva versión, pelo al viento como la anterior, se erigió este año. Detrás de ella, se observa un edificio con la fachada todavía perforada por las balas y otros proyectiles de la guerra.
“El hombre del regaliz”, un vendedor callejero que, desde la década de 1970, presentaba un caramelo negro a los transeúntes, también desapareció bajo el EI. Una nueva versión ya fue esculpida por jóvenes artistas. Incluso el barrio entero fue renombrado “el rincón del regaliz”.
Farid Mohamed, de la dirección de Urbanismo, espera instalar pronto una estatua de Avicena, erudito del siglo X, que tradujo de y hacia el árabe partes enteras de ciencias medievales, especialmente la medicina.
Un remanente del pasado glorioso de la ciudad, cuyos hospitales desaparecieron en los combates como numerosas casas y monumentos multiseculares.
La ciudad patricia, que desde siempre ha sido un cruce comercial próspero y celoso de su estatuto único en Oriente Medio, en los confines de Irak, Siria y Turquía, no es más que la sombra de sí misma.
La electricidad es escasa y el agua a veces falta. También faltan escuelas y hospitales y cientos de miles de desplazados pierden la paciencia en las tiendas de campaña de los campamentos improvisados de la llanura circundante, sin perspectivas de ver reconstruidas sus casas.
Para aquellos que se quedaron o pudieron regresar, las nuevas estatuas son una esperanza.
“Erigir estas estatuas es una etapa necesaria para que Mosul reviva”, asegura a la AFP Hadil Najjar, una madre de familia de 30 años. Pero si las siluetas de bronce han vuelto a su lugar, los habitantes también deberían poder hacerlo, argumenta.
“La gente todavía no ha regresado porque el Estado no ha indemnizado a nadie y no está ayudando a reconstruir nuestra ciudad”.