Las elecciones de 2020 se han convertido en un referéndum sobre el espíritu de la nación.
Es una frase que ha sido constantemente invocada por los líderes demócratas y republicanos. Se ha convertido en el símbolo más claro del estado de ánimo de Estados Unidos y de lo que la gente siente que estará en juego en noviembre. Todo el mundo, parece, está luchando por ello.
“Esta campaña no se trata solo de ganar votos. Se trata de ganar el corazón y, sí, el alma de Estados Unidos”, dijo Joe Biden en agosto en la Convención Nacional Demócrata, no mucho después de que la frase “batalla por el alma de Estados Unidos” apareciera en la parte superior del sitio web de su campaña, justo al lado de su nombre.
En una reacción a eso, un reciente anuncio de la campaña de Trump empalmaba videos de los demócratas invocando “el alma” de Estados Unidos, seguidos de imágenes de enfrentamientos entre manifestantes y policías y las palabras “Salvar el alma de Estados Unidos”, con una petición de enviar un mensaje de texto con la palabra SOUL (alma) para hacer una contribución a la campaña.
El hecho de que la elección se haya convertido en un referéndum sobre el alma de la nación, sugiere que en un país cada vez más laico, la votación se ha convertido en un reflejo de la moralidad individual, y que el resultado depende en parte de cuestiones espirituales y filosóficas que trascienden la política: ¿Cuál es exactamente el alma de la nación? ¿Cuál es su estado? ¿Y qué significaría salvarla?
Las respuestas van más allá de un eslogan de campaña, más allá de la política y de noviembre, de la identidad y el futuro del propio experimento estadounidense, especialmente ahora, con una pandemia que ha agotado el espíritu del país.
“Cuando pienso en el alma de la nación”, dijo Joy Harjo —poeta laureada de Estados Unidos e integrante de la nación Muscogui (o Creek)—, “pienso en el proceso de convertirse, y en lo que queremos llegar a ser. Ahí es donde se pone difícil, y ahí es donde creo que hemos llegado a un punto muerto en este momento. ¿En qué quiere convertirse la gente?”.
Harjo dijo que el alma del país estaba en “un punto crucial”.
“Es como si todo se rompiera de una vez”, dijo. “Estamos en un punto de una gran herida, donde todos están parados y mirando dentro de sí mismos y de los demás”.
En Carlsbad, California, Marlo Tucker, directora estatal de Concerned Women for America, se ha reunido regularmente con un grupo de más o menos una decena de mujeres para rezar por el futuro del país. El grupo ha trabajado con otras mujeres cristianas conservadoras para registrar votantes.
“Realmente se trata de qué es lo que defiendes y qué es lo que no defiendes”, dijo.
“Sé que esta es una nación cristiana, los padres fundadores fueron influenciados por los valores bíblicos”, dijo. “La gente está confundida, está influenciada por el sensacionalismo, está enojada, está frustrada. De nuevo están en busca de esperanza en el gobierno, están en busca de líderes que realmente se preocupen por sus problemas”.
Enmarcar una campaña entera explícitamente alrededor de un imperativo moral —con un lenguaje tan arraigado en el cristianismo— ha sido durante décadas una parte tradicional del manual republicano. Pero es un movimiento más inusual para los demócratas, que usualmente atraen a una coalición más diversa en términos religiosos.
El alma, y el alma del cuerpo político, es un antiguo concepto filosófico y teológico, una de las formas más profundas en que los humanos han entendido su libertad individual y su vida en común.
En el hebreo bíblico las palabras traducidas como alma, néfesh y neshamá, provienen de una raíz que significa “respirar”. La historia del Génesis describe a Dios respirando en las narices del hombre, haciéndolo humano.
El significado resuena hasta hoy, en una pandemia que ataca el sistema respiratorio y la violencia policial contra las personas negras, que gritan: “No puedo respirar”.
Los poetas homéricos vieron el alma como la cosa que los humanos arriesgan en batalla, o la cosa que distingue la vida de la muerte. Platón escribió de Sócrates explorando la conexión entre el alma y la república en la creación de la virtud de la justicia. Para san Agustín, quien escribió La ciudad de Dios, la ciudad podía ser juzgada por lo que ama.
El alma de la nación es “un tropo muy antiguo que se revive cuando todo tipo de ideas culturales están fluyendo”, dijo Eric Gregory, profesor de religión en la Universidad de Princeton. “Revela algo sobre la actual conversación política, en tiempos de crisis y cambio, una corrupción de la enfermedad”.
A menudo hacemos hincapié en los sistemas e instituciones, dijo, pero en la era de Trump ha habido un retorno a los antiguos conceptos sobre el bienestar de la ciudad, donde la política se trata de las relaciones correctas. “En la política antigua, la salud de la sociedad tenía mucho que ver con la virtud del gobernante”, dijo.
En Estados Unidos, la cuestión de quién podía definir el alma de la nación fue tensa desde el principio, desde el desplazamiento forzado de las personas nativas hasta la esclavitud de los africanos.
Y el estado del alma de la nación ha estado a menudo ligado a la opresión de Estados Unidos sobre el pueblo negro. Abolicionistas como Frederick Douglass lucharon para que un “aborrecimiento invencible de todo el sistema de esclavitud” se “fijara en el alma de la nación”. Lyndon B. Johnson dijo que el país encontró su “alma de honor” en los campos de Gettysburg. Cuando el reverendo Martin Luther King Jr. y otros líderes de los derechos civiles formaron lo que ahora es la Conferencia de Liderazgo Cristiano del Sur en 1957, hicieron su lema fundacional “para salvar el alma de Estados Unidos”.
Este año, el presidente Trump se ha posicionado como el defensor de un amenazado Estados Unidos cristiano bajo asedio. “En Estados Unidos, no recurrimos al gobierno para restaurar nuestras almas, ponemos nuestra fe en Dios todopoderoso”, dijo en la Convención Nacional Republicana. Franklin Graham, uno de sus seguidores evangélicos, escribió el año pasado que esta época es “una batalla por el alma de la nación”, ya que el original “marco moral y espiritual, que ha mantenido a nuestra nación unida durante 243 años, se está deshaciendo”.
Para Biden, el alma de la nación se puso al centro de la discusión después de la manifestación mortal de nacionalistas blancos en Charlottesville, Virginia, hace tres años. “Tenemos que mostrarle al mundo que Estados Unidos sigue siendo un faro de luz”, escribió en ese momento.
Desde el principio, el mensaje de su campaña ha sido de una moralidad más amplia y no de una política o ideología específica. Cuando Biden dice que esta es una batalla por el alma de la nación, no lo usa religiosamente sino como sinónimo de carácter, dijo el historiador presidencial Jon Meacham, quien ha hablado a menudo con Biden sobre el alma.
“La gente lo escucha como luz contra oscuridad, servicio contra egoísmo, Trump contra el resto del mundo”, dijo.
“Mi impresión es que se trata menos de un plan de diez puntos a la Elizabeth Warren o una revolución a la Bernie Sanders, que de la restauración de una política más familiar y menos agitada”, dijo. Los votantes “solo quieren que alguien dirija la maldita cosa con un mínimo de eficiencia y cordura”.
Pero incluso en medio de las elevadas cuestiones del alma, los votantes tienen problemas que quieren resolver, y sistemas que quieren cambiar.
Al norte de Boston, Andrew DeFranza, director ejecutivo de Harborlight Community Partners, una organización que desarrolla viviendas asequibles, reflexionó sobre el desastroso impacto de la pandemia del coronavirus para muchas personas, desde trabajadores esenciales hasta personas con discapacidades. El alma del país está desorientada, conflictiva y cansada, dijo.
“No creo que el Grupo A vaya a vencer al Grupo B y todo vaya a salir bien”, dijo de las elecciones. “Estamos ansiosos por ver a líderes políticos de todos los niveles, independientemente de su partido, demostrar planes concretos y factibles para abordar estas cuestiones de desigualdad en torno a la salud y cuestiones raciales, y hacerlo de manera concreta con resultados sobre los que puedan rendir cuentas”.
En East Harlem, Dorlimar Lebrón Malavé dirige la iglesia metodista First Spanish United, una congregación que reúne a muchas personas inmigrantes y a familias puertorriqueñas.
“¿Este país tiene alma?”, preguntó. “Para mí, creo que el alma de este país ha estado perdida desde hace mucho tiempo”.
Aunque el momento actual parece tan distópico, dijo, se sentía como si un nuevo espíritu estuviera emergiendo. Recordó la historia de la creación en el Génesis.
“Desde un punto de vista religioso, Dios creó a partir del caos. No había nada que existiera antes y se reformara”, dijo. “Cuando la gente habla de reformar la policía, no hay una reforma de la policía, hay una oportunidad de abolirla y crear algo nuevo, desde cero”.
Lebrón Malavé suspiró cuando pensó en el énfasis de Biden en la restauración del alma con poca discusión concreta de las políticas.
“La gente quiere oír que queda algo por lo que luchar, porque nos resulta muy difícil imaginar cómo sería desmantelar todo el asunto”, dijo. “Él apela a unas personas con una mentalidad particular a las que no se les enseñó a comprender la posibilidad de un nuevo mundo fuera de lo que ya conocemos”.
Para otros, el alma es donde todo comienza.
En Kenosha, Wisconsin, no mucho después de que un policía le disparara a un hombre negro, Jacob Blake, dejándolo paralizado, un grupo de clérigos de varias religiones celebró un servicio de oración en un estacionamiento, bajo un cielo azul claro.
“El alma de Kenosha está en juego”, dijo Patrick Roberts de la Primera Iglesia Bautista.
Compartió su rara experiencia de ser el pastor negro de una congregación mayoritariamente blanca. La mañana del domingo sigue siendo una de las horas más segregadas del país, dijo, y sanar el alma de la comunidad requeriría más que un simple programa social o un programa de trabajo para los desempleados.
Se sabría que el alma está curada, dijo, cuando una persona de cualquier raza pueda caminar en cualquier lugar de Kenosha y sentirse segura.
Más tarde, en una entrevista, reflexionó sobre la promesa de campaña de Biden.
“No sabemos las políticas con las que vendrá”, dijo. “Creo que solo habla en términos básicos, de volver a los términos de la decencia humana, la interacción que es respetable, independientemente de tus ingresos, tu ideología, tu color”.
“Para mí”, dijo, “eso es suficiente”.
Elizabeth Dias cubre fe y política desde Washington. Antes cubrió temas similares para la revista Time. @elizabethjdias