Después de asomarse al abismo del nacionalismo autocrático, el pueblo de Estados Unidos ha optado por dar un paso atrás desde el borde del acantilado. El conteo de boletas continuará durante unos días, pero las matemáticas son ineludibles: Joe Biden obtendrá los 270 votos electorales necesarios (y probablemente más) para llegar a la Casa Blanca. El ataque que, durante cuatro años, el presidente Trump emprendió contra nuestras instituciones y valores democráticos terminará pronto.
La contienda generó pasiones intensas. En un año marcado por la pérdida incalculable de vidas y la devastación económica de una pandemia, los estadounidenses salieron a votar en números inéditos por generaciones, y comenzaron a ejercer el voto semanas antes del día de las elecciones. Trump todavía sabe cómo atraer a multitudes, aunque no siempre a su favor. Al final, Biden fue quien obtuvo más votos que cualquier otro candidato presidencial en la historia de Estados Unidos, y Trump obtuvo la segunda mayor.
El recuento llega con decepción en ambos lados: para los partidarios de Biden —que esperaban un repudio más determinante del trumpismo y la mayoría de un Senado listo para llevar a cabo su agenda— y para los partidarios de Trump —que esperaban otros cuatro años y aleccionar a sus críticos—. Afortunadamente para Estados Unidos, Biden promete ser un presidente para ambos bandos, un cambio bienvenido después de tener a un líder que ha pasado su mandato dividiendo al electorado entre fanáticos y enemigos.
Si bien durante las próximas semanas probablemente veremos movimientos inesperados y una campaña de desinformación más peligrosa por parte de Trump, vale la pena aprovechar este momento para levantar una copa y dar un suspiro de alivio. Estados Unidos le da a su ciudadanía la responsabilidad última de hacer que sus líderes rindan cuentas, de decidir qué tipo de nación serán. El gran respaldo al mensaje de unidad y sanación de Biden es motivo de celebración. Los estadounidenses han respaldado ese optimismo y a Biden como su próximo presidente.
Ahora comienza el verdadero trabajo.
En enero, Biden asumirá el cargo enfrentando un conjunto de crisis. Su predecesor deja un país más endeble, mezquino, empobrecido, enfermo y polarizado que hace cuatro años. Los acontecimientos recientes han revelado, y a menudo exacerbado, muchas de las condiciones preexistentes de la nación: desde las deficiencias de nuestro sistema de salud hasta la crueldad de nuestras políticas de inmigración, desde las arraigadas desigualdades raciales hasta las vulnerabilidades de nuestro sistema electoral. Biden se ha comprometido a pensar en grande y tomar medidas audaces para enfrentar estos desafíos.
El mapa electoral que ha dejado la contienda sugiere que la recuperación no será rápida ni fácil. Todavía no está claro cuál será la composición precisa del Senado, pero es posible que los republicanos mantengan la mayoría. En ese caso, el gobierno, como la nación, permanecería dividido.
Biden ha dicho que quiere trabajar con ambos lados. Esa es su naturaleza y su marca política. Pero el clima político actual no es el mismo de hace cincuenta, o hasta de cinco, años. Incluso mientras busca el consenso, el próximo presidente debe estar preparado para luchar por sus prioridades. Este no es momento para la timidez.
Los ciudadanos deben estar preparados para hacer su parte. Las personas de buena voluntad e ideales democráticos no deben perder el interés en la política simplemente porque Trump deja el centro del escenario. Deben seguir participando en el proceso político y exigir más a sus líderes si se quiere avanzar.
El mensaje de miedo y resentimiento de Trump resonó en decenas de millones de estadounidenses. El trumpismo no desaparecerá mágicamente. En todo caso, es muy probable que sus partidarios encuentren una energía y un propósito renovados al organizar un nuevo movimiento de resistencia comprometido con socavar y deslegitimar al gobierno entrante.
Los republicanos tendrán que decidir si continúan regodeándose en el nihilismo político o se levantan y enfrentan los desafíos de este momento. La forma en que los republicanos respondan a esta derrota —ya sea que busquen avivar o enfriar las pasiones partidistas— ayudará a determinar el camino que tomará la nación y su partido.
Con el paso del tiempo, es probable que la era Trump sea vista como una prueba de resistencia extendida para el experimento estadounidense. El presidente hizo todo lo posible por erosionar los cimientos democráticos de la nación. Fueron sacudidos, pero no se quebraron. Trump expuso sus vulnerabilidades pero también su fuerza. Ahora le corresponde a Biden mejorar y salvaguardar esas bases para ayudar a restaurar la fe en nuestra democracia y en nosotros mismos, para hacer que Estados Unidos sea más grande que nunca.