Surat, India — La multitud atravesó la puerta, se abrió paso por las escaleras de la estación de 160 años de antigüedad, copó los andenes y engulló los trenes.
Era 5 de mayo, cerca de las 10 a. m. En Surat, hacía un calor bestial de 41 grados Celsius. Miles de trabajadores migrantes estaban desesperados por irse —operadores de telares, pulidores de diamantes, mecánicos, camioneros, cocineros, limpiadores— la columna vertebral de la economía de Surat. Dos de ellos eran Rabindra y Prafulla Behera, hermanos y trabajadores textiles, quienes habían llegado a Surat hace una década en busca de oportunidades y ahora huían de la enfermedad y la muerte.
Rabindra subió a bordo con una bolsa llena de chapatis, un pan plano indio. Su hermano mayor, Prafulla, entró de forma ruidosa detrás de él, arrastrando una maleta de plástico con lápices, juguetes, lápiz labial para su esposa y 13 vestidos para sus niñas.
“¿De verdad crees que deberíamos estar haciendo esto?”, le preguntó Prafulla.
“¿Qué más vamos a hacer?”, respondió Rabindra. “No tenemos nada para comer y se nos acabó el dinero”.
Ambos eran parte de las decenas de millones de trabajadores migrantes que se habían quedado varados, sin empleo ni comida, luego de que el primer ministro Narendra Modi impusiera una cuarentena nacional por el coronavirus en marzo. Para la primavera y el verano, estos trabajadores estaban tan desesperados que el gobierno proporcionó trenes de emergencia para llevarlos de regreso a sus aldeas. Los trenes fueron llamados Shramik Specials, porque “shramik” significa “trabajador” en hindi.
Pero se convirtieron en los trenes del virus.
En la actualidad, India ha reportado más casos de coronavirus que cualquier otro país excepto Estados Unidos. Y ha quedado claro que los trenes especiales operados por el gobierno para evitar mayor sufrimiento —y contrarrestar una desastrosa falta de planificación de la cuarentena— terminaron desempeñando un papel importante en la propagación del coronavirus en casi todos los rincones del país.
Los trenes se convirtieron en zonas de contagio: se suponía que todos los pasajeros debían hacerse pruebas diagnósticas de COVID-19 antes de abordar, pero pocos, por no decir ninguno, fueron examinados. El distanciamiento social, si es que acaso había sido prometido, fue inexistente, ya que los hombres estaban hacinados en los vagones de pasajeros para realizar viajes que podían durar días. Luego, los trenes expulsaban pasajeros en pueblos distantes, en regiones que antes habían tenido pocos o ningún caso de coronavirus.
Uno de esos lugares fue Ganjam, un exuberante distrito rural en el golfo de Bengala, donde desembarcaron los hermanos Behera después de un viaje hacinado desde Surat. Ganjam, que no había sido tocado por el virus, en poco tiempo se convirtió en uno de los distritos rurales más fuertemente infectados cuando los migrantes comenzaron a regresar.
Muchas personas en las aldeas de Ganjam no tenían idea de cuáles eran los síntomas del coronavirus, hasta que la gente a su alrededor comenzó a morir.
“Hubo una correlación demasiado directa entre los casos activos de COVID-19 y los trenes”, dijo Keerthi Vasan V., un servidor público de distrito en Ganjam. “Fue evidente que quienes regresaron trajeron el virus”.
La trágica ironía es que la cuarentena de Modi involuntariamente causó un éxodo de decenas de millones. Su gobierno y en especial su equipo especial de COVID-19, dominado por hindúes de casta alta, nunca contemplaron de forma adecuada que clausurar la economía y poner en cuarentena a 1300 millones de personas generaría desesperación, luego pánico y posteriormente caos para millones de trabajadores migrantes en el corazón de la industria india.
En total, el gobierno organizó 4621 Shramik Specials, los cuales trasladaron a más de 6 millones de personas. A medida que salían de las ciudades de India, las cuales se estaban convirtiendo en zonas críticas de contagio, muchos de los viajeros se llevaron el virus con ellos, y sin embargo, siguieron viajando en grandes cantidades. Surat, un centro industrial, vio a más de medio millón de trabajadores irse en los trenes.
“Se sintió como el día del juicio final”, dijo Ram Singhasan, un recolector de boletos. “Cuando veías la enorme cantidad de personas apiñadas afuera, parecía como si se acercara el fin del mundo”.
Una cuarentena desata un éxodo
El 24 de marzo, a las 8 p. m., Modi prendió el interruptor de la cuarentena. A través de un discurso televisado, le ordenó a toda la nación que se quedara en casa durante tres semanas. Solo les dio cuatro horas para prepararse.
La decisión fue típica de Modi: repentina, dramática y firme, como cuando eliminó de manera abrupta cerca del 90 por ciento de los billetes de la moneda de India en 2016, una medida inesperada que, según él, era necesaria para combatir la corrupción, pero resultó ser devastadora para la economía.
La cuarentena de Modi clausuró todo el transporte público. De inmediato, algunos migrantes comenzaron a caminar cientos de kilómetros, desesperados por regresar a sus pueblos, donde la vida era más económica y podían encontrar apoyo familiar. Después de que Modi decretó una segunda cuarentena a mediados de abril, el flujo de migrantes se convirtió en un desastre humanitario.
Decenas de millones salieron de las ciudades y las ondas de radio de India estuvieron dominadas por historias horrendas de migrantes y sus familiares muriendo de sed, calor, hambre y agotamiento en las carreteras.
El 1.° de mayo, el Día del Trabajo en India, el Ministerio de Ferrocarriles hizo un gran anuncio: los Shramik Specials. Se trazaron rutas desde Surat, Bombay, Chennai, Nueva Delhi, Ahmedabad y otras ciudades hacia las zonas rurales más remotas.
Un distrito rural explota
Los hermanos Behera viajaron durante 27 horas a lo ancho de India, alrededor de 1600 kilómetros, en un tren de segunda clase, sin aire acondicionado y completamente repleto de personas. El calor parecía estar afectándole a Prafulla. Durante el viaje se quejó de tener fiebre.
Se bajaron en Ganjam, el 6 de mayo, alrededor de la 1 p. m., agotados y deshidratados. Fueron parte de la primera ola de migrantes en regresar.
A los Behera se les dijo que estarían en cuarentena durante 21 días en un centro y a cada uno se le dio un cepillo de dientes, un trozo de jabón, un balde para asearse y una sábana delgada para dormir.
Pero a la mañana siguiente, Prafulla se despertó con un terrible dolor de cabeza. Un médico no pensó que tuviera coronavirus, pero sugirió, a modo de precaución, que lo mudaran al patio, lejos de los otros hombres. Al día siguiente, Prafulla apenas podía respirar y llamó a su esposa desde su celular.
“Ven y trae a las niñas”, susurró. “Necesito verlas”.
Una hora después, falleció. Un análisis posterior reveló que Prafulla Behera había sido la primera muerte por coronavirus de Ganjam.
La realización de pruebas diagnósticas todavía era relativamente escasa, pero cuando las autoridades se concentraron en los posibles portadores, encontraron altas tasas de casos positivos. Tras la muerte de Prafulla, Rabindra y otros seis hombres que habían viajado con él fueron examinados. Seis de siete dieron positivo.
Pero los Shramik Specials seguían llegando: 4, 5, 6, a veces hasta 16 por día, cada uno con hasta 2000 migrantes, muchos de Surat.
Por toda India, los líderes estatales estaban bajo presión de los votantes que los exhortaban a rescatar a familiares varados por la cuarentena. Sin embargo, algunos reconocieron que los trenes podrían generar problemas.
“Eso generará un aumento de casos de COVID-19”, predijo Mamata Banerjee, ministra jefa de Bengala oeste, a finales de mayo. “¿Quién asumirá la responsabilidad entonces?”.
Consecuencias
La mayoría de los casos en Ganjam causaron solo síntomas leves y no requirieron hospitalización. Sin embargo, nadie sabe con certeza el número real de fallecidos en el distrito, así como esa cifra sigue siendo un misterio en todo el país. India ha reportado tener muchas menos muertes por virus per cápita que muchos países occidentales, pero los expertos advierten que el 80 por ciento de todas las muertes en el país no están constatadas en registros médicos.
Los políticos de la oposición han presionado para que se realice una investigación parlamentaria sobre el manejo gubernamental de la pandemia, pero miembros del Partido Popular Indio de Modi los han bloqueado. En octubre, la Corte Suprema de India desestimó una demanda que solicitaba una investigación independiente.
En Ganjam, las cicatrices siguen frescas.
Rabindra Behera finalmente regresó a Surat, en tren. Su hermano había tenido razón: no había trabajo en Ganjam. Actualmente, la viuda de Prafulla Behera y sus cuatro hijas no tienen a nadie que las ayude a salir adelante.
La maleta de plástico que Prafulla trajo a casa, llena de regalos, fue destruida en el centro de cuarentena. Sus hijas nunca recibieron sus 13 vestidos.
Trabajadores migrantes en Bombay esperan para abordar el tren que los llevará a sus hogares en la zona rural de Bihar, el 20 de mayo de 2020. (Atul Loke/The New York Times)